Qué importante es para nuestras familias caminar juntos, peregrinar juntos y tener una misma meta que alcanzar
(Jesús Bastante).- «No perdamos la confianza en la familia«. Este fue el clamor del Papa Francisco durante la homilía pronunciada esta mañana en la basílica de San Pedro, durante la Jornada de la Sagrada Familia, el primer gran Jubileo de este año de la Misericordia. Unas palabras en las que reivindicó el valor de la familia como «peregrinación cotidiana» y el lugar «donde se nos educa para el perdón, donde somos comprendidos, pese a los errores que podamos cometer».
Francisco recordó el pasaje del Evangelio en el que Jesús regresa a Jerusalén, «causando una gran pena a María y José, que no le encontraban». El Papa se mostró convencido que «Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que podemos suponerlo».
También, que después de ese episodio, Jesús «se unió estrechamente a ellos, mostrando su afecto y obediencia. También estos momentos forman parte de la peregrinación, que se transforman en ocasión de pedir perdón y recibirlo, y mostrar amor y obediencia». Y es que la familia es una peregrinación, un camino «cotidiano», que «no termina cuando se llega a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se retorna a la vida cotidiana, poniendo en práctica la experiencia vivida».
«Qué importante es para nuestras familias caminar juntos, peregrinar juntos y tener una misma meta que alcanzar», subrayó el Papa, quien indicó que «pese a las dificultades, también con momentos de alegría y consuelo, sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer».
Así, el Papa animó a los padres a bendecir a sus hijos, «a encomendarlos al Señor, como hicieron José y María, para que sea Él su protección», y para «compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita».
En el Año de la Misericordia, «toda familia cristiana puede hacer un lugar privilegiado de esta peregrinación en la que se experimenta la alegría del perdón«. Un perdón que, señaló Francisco, «es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. ¡Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase! Y en el seno de la familia, es donde se nos educa para el perdón, porque somos comprendidos, pese a los errores que podamos cometer».
«No perdamos la confianza en la familia», clamó Bergoglio. «Está bien abrir el corazón los unos a los otros sin esconder nada. Donde hay amor, allí también hay comprensión y perdón. Os confío a todos vosotras, queridas familias, esta peregrinación doméstica, de todos los días, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tiene, hoy más que nunca, necesidad».
Texto completo de la homilía del Papa en el Jubileo de las familias
Las Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias.
Cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Y saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor». Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia.
Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer.
No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Encomiendo a todas ustedes, queridas familias, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca.