El mundo adulto no toma en serio al mundo de los niños
(Guillermo Martín Rodríguez, corresponsal de RD en El Vaticano).- Acaba de salir a la luz, en diversos idiomas, un librito extraordinario titulado El amor antes del mundo. El contenido del mismo rezuma ternura, amor, dulzura a raudales. No podía ser menos, ya que se trata de un diálogo entre el Papa Francisco, el Papa de los niños, como le llaman ya muchos fieles, y unos treinta niños y niñas de todo el mundo, que le hacen, por carta, preguntas que sólo ellos pueden hacer. Su edad está entre los seis y los trece años.
La pregunta va acompañada por un dibujo en el que de alguna manera, como si fuera un fotograma, está figurada la pregunta, que, tal vez, desde hace mucho tiempo martillea la mente y el alma infantil de esa criatura que se está asomando al mundo poco a poco, al que ve acaso como fuente de dolor, de muerte, de sufrimiento, en guerra de hombres contra hombres, en la que algunos de ellos, testigos directos, seres inocentes, pagan unos platos que nunca han roto, y los pagan de forma cruenta.
Pero siempre con un bagaje de esperanza e ilusión tal que les da fuerzas para seguir adelante, y más aún si es el mismo Papa quien los estimula con su palabra y su amor de padre.
Las cuestiones planteadas al Papa están llenas de sinceridad, de espontaneidad, de ingenuidad, pero encierran un gran interés por saber y entender de lo divino y de lo humano. Buscan, sin duda alguna, dar seguridad a su inocente vida, a sus actos. Para ellos existe un presente del que disfrutan y viven con intensidad. Pero van entendiendo o vislumbrando que el futuro es algo en lo que conviene pensar y fijar puntos que den seguridad y aliento al momento presente. Y para ello buscan una persona de confianza, de corazón grande y amoroso; alguien por el que se sientan comprendidos y sobre todo amados.
¿Quién mejor que el Papa Francisco? A él se dirigen con sincera naturalidad y franqueza. Lo curioso es que la infancia no hace proyectos para el futuro. No entiende de eso. No están incluidos, por ahora, en su bagaje, en sus alforjas de caminantes por caminos nuevos, de nueva factura, de pisadas nuevas. Cuando de futuro les hablan, entienden que es algo que está por venir, como lo es el cumpleaños, las Navidades, los Reyes Magos, las fiestas del pueblo.
El niño, lo más que se atreve a decir es lo que quiere ser de grande cuando se lo preguntan. La mayor parte de los niños, por unas u otras circunstancias, no consiguen ser, de mayores, lo que deseaban de pequeños. A veces, de grandes, hasta se olvidan de lo que dijeron de niños. La razón es que el mundo en que viven no les ofrece posibilidad de anclajes sólidos ni siquiera para sus ilusiones o anhelos.
Por otro lado, lamentablemente, el mundo adulto no toma en serio al mundo de los niños. Es una asignatura que viene quedando pendiente desde hace siglos. Jesús sí que lo tomó muy en serio (Mc 10, 13-16; Mt 19,13-15; Lc 18,15-17). Deja bien claro que los niños merecen un trato especial. Necesitan el apoyo y la protección de los adultos. Éstos para entrar en el reino de los cielos deben asemejarse a los niños. Cristo los pone de modelo. Modelo de sencillez, de bondad, de inocencia. Jesús se identifica con los pequeños: «El que acoge a un pequeño como este en mi nombre, a mí me acoge» (Cfr. Mt 18, 1-12). «[…] Del mismo modo vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños».
Esta es la doctrina del Evangelio de Jesús… Ésta es también, lógicamente, la doctrina de la Iglesia. Esa es la doctrina que practica a diario el Papa Francisco, representante de Jesús en la tierra. Ahora lo vamos a ver, aunque brevemente, siguiendo con cariño y admiración el diálogo entre los niños, sus preguntas y sus expresivos dibujos, y Francisco, a quien los niños tratan como si fuera un amigo de siempre, al que conocen y reconocen como si fuera su padre, con el que juegan y dialogan como si fuera su abuelo, al que escuchan, pendientes de sus labios, sentados a sus pies, en el suelo, preguntándole de todo, en animado diálogo.
Las suyas son ese tipo de preguntas que ponen a veces en un no pequeño aprieto a los adultos, y no cabe duda que también al Papa, como él mismo reconoce en alguna de las respuestas que da a los niños que le preguntan. Los niños tienen sus dudas, su curiosidad; tienen deseos de conocer por qué Dios ha hecho ciertas cosas y no otras; por qué Jesús eligió a esos apóstoles y no a otros; y si el abuelo de un niño chino, que no es católico, cuando muera puede ir al cielo, pues es una persona buena, que no hace mal a nadie.
El padre Antonio Spadaro, jesuita, actual director de la revista La Civiltà Cattolica, ha sido quien ha reunido esta pequeña carpeta con preguntas y dibujos, enviados por niños de todo el mundo. Es una pequeña representación de la infancia mundial. El 5 de agosto de 2015 entregó al Papa las preguntas que le hacían los niños y los dibujos que las acompañaban.
«¡Pero son difíciles estas preguntas!» refiere el P. Spadaro que dijo el Papa mientras las iba echando una ojeada. Son preguntas netas, bruscas, claras; no dejan escapatoria ni vías de fuga; no admiten sutilezas, ni bizantinismos y menos aún razonamientos ingeniosos o abstractos.
El papa Francisco, refiere el padre Spadaro, por su aspecto constantemente risueño y por cómo iba respondiendo a las preguntas e interpretando los dibujos, estaba feliz. Es que «la ternura nos hace bien», dijo el Papa recordando una anécdota de Pablo VI en la que refiere que en una ocasión Papa Montini «recibió una carta de un niño con muchos dibujos».
Pablo VI dijo que «en una mesa a la que llegan solamente cartas con problemas, la llegada de una carta así le hizo mucho bien. La ternura nos hace bien».
Todos conocemos la familiaridad y confianza con la que el Papa trata a las personas en general y las caricias que dispensa a los niños. Se percibe claramente su deseo de estar en medio de la gente, hablar con todos, escuchar, compartir dolores y alegrías. El P. Spadaro, en la introducción al bellísimo librito -tanto en contenido como en presentación- nos cuenta que, una vez apagado el magnetófono, miró al Papa y notó que estaba contento. Y le dijo, como si fuera la confirmación de su percepción: «¡Es hermoso responder a las preguntas de los niños, pero los debería tener aquí conmigo, todos! Lo sé que sería bellísimo. Pero sé también que este libro de respuestas llegará a las manos de muchos niños en todo el mundo que hablan lenguas diferentes. Esto me hace feliz».
El título del libro, como hemos indicado al principio es El amor antes del mundo. El título le viene de la primera respuesta del Papa. La pregunta se la hace Ryan, un niño canadiense de 8 años. Hela aquí:
-Querido Papa Francisco: Es un honor para mí hacerte una pregunta. Mi pregunta es:
¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Saludos. Ryan K.
El Papa le da su respuesta, pero me voy a limitar a lo esencial de la misma, bien que toda ella sea esencial en su contenido, magnífica y muy acabada. El Papa dice entre otras cosas:
-Querido Ryan: Puedes pensar esto: antes de crear Dios amaba. Esto es lo que hacía Dios. Dios amaba. Dios ama siempre. Dios es amor. La acción de Dios es inaugurada luego con la creación que es expresión del amor de Dios. Pero antes de hacer ninguna otra cosa Dios era amor, Dios amaba.
Por lo tanto el título del libro quiere decir que antes de crear el mundo ya existía el amor en Dios y su quehacer era amar, pues Dios es amor. No es el caso de aludir a todas las respuestas que va dando el Santo Padre a las preguntas que le hacen los niños del mundo. Yo espero que, antes o después, nuestros niños tengan ocasión, como acaba de decir el Papa, de sostener en sus manos este libro cuya estructura y presentación, incluyendo los dibujos enviados al Papa y sus respuestas, es infantil; su tono y su espíritu es infantil. Es un libro más de los que pueden ocupar un lugar en la pequeña estantería de la habitación de nuestros hijos.
No cabe duda que se le puede calificar como una joya. No obstante daremos el contenido resumido de dos o tres respuestas más del Papa, pues algunas de ellas han provocado un impacto especial. Naturalmente yo hablo por mí.
Pero estoy seguro que sucederá lo mismo en cada persona, adulto o niño, que lea pausada y reflexivamente las palabras que el Papa nos ofrece en este librito. Es como si, mientras lo lees y contemplas sus dibujos de colores, infantiles, vieras correr la vida desde tu ribera. Acepta este desafío y, en cuanto te sea posible, ponte manos a la obra.
El portugués João, de 10 años, le pregunta al Papa qué siente cuando ve a los niños a su alrededor. Francisco es el Papa de los niños. Es fácil deducir la respuesta y la felicidad que siente en medio de ellos. Pasamos a una pregunta compleja y hasta dolorosa, diría yo, por la respuesta que, en cierto modo, ha exigido del Papa. Tom es un niño del Reino Unido. Tiene 8 años. Se le ve en su fotografía un niño serio, bien que esté esbozando una leve sonrisa.
-Querido Papa Francisco: ¿Cuál ha sido tu decisión más difícil en tu misión por la fe?
-Querido Tom -le responde el Papa- Me haces una pregunta nada fácil. En tu dibujo hay un punto interrogativo, estás tú y estoy yo de color negro. Las decisiones difíciles son muchas, pero si debo decirte cuál es el tipo de decisión más difícil para mí, debo decir que es la de echar fuera a alguien de una tarea de responsabilidad, o de una posición de confianza, o de un camino que está haciendo porque es una persona inadecuada. Siempre. Para mí alejar a una persona es, de verdad, muy difícil, me pone negro como me has pintado tú. Me gusta fiarme de la gente, de los colaboradores, de las personas que me han sido confiadas. Me siento mal si tengo que echar a alguno, pero a veces hay que hacerlo, sabes, incluso por el bien de la persona. Pero para mí es difícil aceptarlo.
Un niño no llega a encontrarse casi nunca en situaciones de ese tipo. Pero es un mensaje para los mayores. El Papa sí que tiene entre manos, casi constantemente momentos, en los que se ve obligado a tomar decisiones drásticas, aunque las comunique con suavidad, con caridad cristiana, pero, al mismo tiempo, sin concesiones, sin titubeos ni vacilaciones.
Todos tenemos presentes en nuestra mente la pléyade de reformas y cambios que el Papa está realizando en la Iglesia, en su estructura económica, moral (el IOR, la fuga de documentos secretos y conversaciones grabadas y publicadas, la pederastia, la opulencia y bienestar en que viven algunos eclesiásticos, etc..).
El Papa Francisco, respondiendo a Tom ha explicitado, en cierto modo, aunque sin proponérselo, aquella frase castellana que dice: «Se lo digo a Juan para que lo entienda Pedro». Lo que pasa es que los que estamos fuera de esas intrigas palaciegas que tanto abruman al Papa, no vemos cambios radicales. Cierto que al Papa le guía el Espíritu Santo.
Pero no estaría demás que se fueran percibiendo en la periferia de la Iglesia. La realidad es que hay momentos en que uno piensa que Francisco predica en el desierto. No aparecen respuestas, decisiones, clamorosas o no, a través de las cuales se perciba que los que se sientan «aludidos» den un paso adelante y rompan las amarras de la comodidad a la que están sujetos, seguros, para no dejarse arrastrar por las temidas olas procelosas de la pobreza, situación que sería juzgada injusta e inmerecida por esas personas.
Pero si «el movimiento se demuestra andando», ya es hora de irse moviendo y abrir nuevos caminos a las necesarias e impelentes reformas de la Comunidad Eclesial. Cierto que el Papa habla a los niños. Pero también es cierto que los adultos son los que llevan las riendas de la vida de sus hijos. Y no es posible pensar que el Papa dice cosas a los niños que no se supongan cumplidas por los adultos, incluidos los que no tienen hijos. Se trata de dos mundos interrelacionados: el de los adultos y el de los niños. Son complementarios y mutuamente enriquecedores, no opuestos ni refractarios.
Otro niño, este de 10 años, de Siria, la martirizada Siria, la de los millones de prófugos, rechazados por varios países de nuestra Europa, es quien le pregunta al Papa con la sonrisa en los labios. Su nombre es Mohamed:
-Querido Papa Francisco, el mundo llegará a ser un día nuevamente bello como lo era en el pasado?
-Querido Mohamed -le responde el Papa- Nosotros creemos que Cristo ha venido a salvarnos y ha vencido al diablo. Pero ha prometido también que retornaría. Nosotros lo estamos esperando. Y cuando vuelva, dice la Biblia, todo será nuevo: un nuevo cielo, una nueva tierra. Entonces el mundo no será como en el pasado. Será mejor de como era en el pasado. El mundo padece ahora grandes sufrimientos y tú lo sabes muy bien, desgraciadamente. Hay gente mala que fabrica armas para que las personas se combatan y hagan la guerra. Hay gente que tiene el corazón lleno de odio. Hay personas a quienes interesa solamente el dinero y por el dinero venden todo, hasta otras personas. Esto es terrible. Es el sufrimiento. Pero, ¿sabes?, este sufrimiento está destinado a terminarse. No es para siempre. El sufrimiento, a pesar de todo, hay que vivirlo con esperanza. No somos prisioneros del sufrimiento. Tú lo has pintado expresándolo con el sol, las flores, los árboles, tu sonrisa mientras vuelas jugando al balón. Sabes, si perdonamos iremos a nuestra casa, que será muy bella porque está transfigurada por la presencia de Dios.
Creo que las respuesta de Francisco a Mohamed se comenta por sí sola. En la respuesta a Tom, el Papa nos ha referido algo muy suyo, muy íntimo: su dolor y su sufrimiento cuando tiene que alejar a una persona, porque ha abusado de su confianza, porque es un irresponsable. Ahora ha hablado del sufrimiento de los pueblos en guerra, de los individuos que aquí llaman «guerrafondai» (armamentistas, fabricantes de armas, que alimentan odios entre facciones y pueblos para que se levanten en armas unos contra otros y por lo tanto para enriquecerse con la venta de armas). No obstante, sus palabras abren un resquicio seguro, cierto de esperanza, de futuro a Mohamed, y en él a todos los niños del mundo que se encuentran en iguales o parecidas circunstancias.
De todas maneras, las palabras del Papa dejan poco espacio a la reflexión. Son tan claras, tan concluyentes y perentorias que no admiten otra respuesta que la acción, la puesta en marcha por parte de los responsables de las naciones de medidas urgentes y eficaces que generan la paz y la prosperidad de los pueblos y el fortalecimiento de los que son su esperanza: los niños.
Hay preguntas menos apesadumbradas y más jubilosas y radiantes, aunque no menos complejas. Una pareja de mellizos holandeses de 9 años le preguntan al alimón lo siguiente.
-Querido Papa: Ya no eres muy joven y ya has hecho muchas cosas. ¿Qué más te gustaría hacer en tu vida para que el mundo sea más bello y más justo?
-Me gustaría hacer muchas cosas -responde el Papa- Entre otras cosas me gustaría sonreír siempre; dar gracias a Dios por su paciencia y por el bien que hace a la gente; ayudar a los que sufren; hacer lo posible para que no haya más injusticias en el mundo; que no hubiera más esclavos en el mundo, pues todavía hay muchos esclavos en el mundo. Y termina con estas palabras: «Esto me gustaría, pero ya soy viejo y me queda poco hilo en el carrete… Dios dirá…».
El australiano Lucas, de 7 años, le formula más que una pregunta un deseo. Dice así:
-Querido Papa Francisco. Mi mamá está en el paraíso. ¿Le crecerán las alas como a los ángeles?
– ¡No, no, no! Tu mamá está en el cielo bella, espléndida, llena de luz. No le han crecido las alas. Es la mamá que tú conoces pero más bella que nunca. Te mira y te sonríe a ti que eres su hijo. Cada vez que te ve tu mamá está contenta si te comportas bien. Si no te comportas mal, ella te quiere mucho lo mismo y pide a Jesús que te haga más bueno. Piensa así en tu mamá: bella, sonriente y llena de afecto por ti.
Son unas pocas líneas solamente, pero cuánto ha dicho el Papa en ellas. Muchos niños huérfanos por guerras o por otras razones seguro que encuentran alivio y esperanza en estas palabras del Papa, pues les ha abierto la esperanza y la sonrisa de su mamá aunque no le crezcan las alas de los ángeles.
Dejo ahora algunas preguntas sin la respuesta del Papa. Ponte, amable lector, en su lugar y piensa: ¿qué responderías si te la formulara a ti?
-Faith, una niña de 8 años, de Singapur, le pregunta: ¿Por qué necesitas ese sombrero tan alto? (la mitra episcopal). ¿Por qué algunos santos tienen heridas?
-Karla Marie, una niña de 10 años, nicaragüense, pregunta: ¿también las personas malas tienen un ángel de la guarda?
-Mansi, niña de 9 años de la India, plantea una pregunta de no fácil respuesta. Hela aquí: ¿Cómo puedo encontrar a Dios en mí y en mi familia?
Termino con una pregunta de un niño. Se trata de William (Guillermo), de 7 años, estadounidense. Dice así: Si tú pudieras hacer un milagro ¿cuál sería?
No puedo evitar dar la respuesta que el Papa, de manera espontánea y sin pensar le dió a William.
-Curaría a los niños. No he sido capaz de entender todavía por qué sufren los niños.
Para mí es un misterio…
Ahora sí que termino. Una niña polaca de 8 años, llamada Basia, le pregunta: ¿Es difícil tu profesión? ¿Quién querías ser a mi edad? Me llamo Basia, tengo 8 años y me gusta el color verde.
No podéis imaginaros el tipo de respuesta que da el Santo Padre. Dice esto: Tengo que confesarte una cosa. A tu edad yo quería ser carnicero. No te maravilles ahora. ¿Sabes por qué? Cuando tenía tu edad, yo iba con mi abuela al mercado. Un carnicero me estaba simpático. Era grande y gordo y tenía un mandil largo con un enorme bolsillo delante.
Cuando mi abuela pagaba, él metía las manos en el enorme bolsillo: Estaba lleno de dinero y daba la vuelta a mi abuela. Yo pensaba que fuese un hombre riquísimo. Todo esto me impresionaba y yo quería ser como él. Es cómico esto pero debo confesártelo.
Este es Papa Francisco. Estos son una representación variada de los niños del mundo. Todo lo dicho no es más que expresión de unos sentimientos que se han levantado dentro de mí, pues yo también fui niño y si entonces hubiera tenido los conocimientos que sobre el Papa tienen los niños de hoy, si no todos, una buena parte, seguramente habría prteguntado al Papa cosas similares a las de estos niños. Los niños, dada su espontaneidad y su sinceridad y llaneza, no son un público fácil, especialmente cuando se ponen a disparar preguntas. El Papa sospechaba que no serían fáciles, sino más bien complejas, dífíciles. Y así fueron.
Pero las cosas no terminaron así. Llegaron a mis oídos noticias de un encuentro de Francisco con una representación de los niños protagonistas del diálogo con el Papa. Se ha dado a conocer días después de que tuviera lugar. La fecha del encuentro fue el 22 de febrero.
Acompañaban a los niños sus padres y familiares. Fueron momentos en que la alegría invadía el pequeño saloncito de donde se celebraba el encuentro. El Papa, con su sonrisa y su amabilidad habituales, saludó a los niños, mientras los abrazaba cariñosamente, en tres lenguas: ¡Buona sera! ¡Good afternoon! ¡Buenas tardes!. Luego, dirigiéndose a todos los presentes, añadió: «Yo quisiera decirles una cosa, a los chicos y a los grandes. Las preguntas más difíciles que me han hecho, no fueron las de los profesores en los exámenes, sino las que me hicieron los chicos. Contestar a una pregunta de un niño -añadió- lo pone a uno en dificultad, porque el chico tiene la capacidad de ver lo esencial y lo pregunta directamente. Eso produce un efecto, en quien escucha la pregunta, de maduración interior. O sea, los chicos hacen madurar a los grandes con sus preguntas».
El Papa va saludando uno por uno a todos los niños y a cada uno le pregunta, con ternura y simpatía, de dónde es. Pasa del italiano al inglés y sobre todo al español, su lengua madre, en la que sus sentimientos afloran con mayor nitidez y espontaneidad. Los niños le presentan al Papa sus regalos, expresión de sus juegos, juguetes y golosinas infantiles.
Van desde los chocolatines belgas, hasta un silbato irlandés, unas botas de Australia, dulces de Sicilia, una estatuilla de Kenia, alfajores de Argentina. A la niña china de She Shan el Papa le cuenta que en su oratorio tiene una imagen en la que está la Virgen de She Shan y que a Ella le reza todos los días por China. Alguno de los niños le pregunta alguna cosa todavía. Una niña le pregunta:
-¿Es difícil ser el Papa?
Francisco responde en español con serena y suave bondad:
-Es fácil y es difícil, como la vida de cualquier persona. Es fácil porque tenés mucha gente que te ayuda. Por ejemplo, ustedes, me están ayudando a mí ahora, porque mi corazón está más feliz y voy a poder trabajar mejor y hacer mejores cosas.
El Papa termina el encuentro con unas palabras de agradecimiento por la visita de los niños: «Para Jesús -afirma Francisco- los niños eran como el reflejo del camino hacia el Padre, y cuando me encuentro con chicos salgo rejuvenecido, dan vida, y rezo por ellos, para que la vida de ellos sea buena«.
Todos, especialmente los mayores, los adultos, necesitamos darnos de vez en cuando una zambullida, un buen chapuzón en las aguas que mueven nuestros niños con sus risas, sus juegos, sus canciones, sus llantos, hasta sus enfermedades, sus minusvalías y discapacidades.
De todo lo que acabamos de decir podríamos sacar una conclusión. ¿Por qué, amigos lectores, no organizáis con vuestros niños y sus amigos periódicos y bien preparados ruedos de preguntas? Pero la condición debe ser clara e ineludible: responder con absoluta sinceridad de parte vuestra. Me gustaría saber si hay padres y madres (no quedan excluidas las mujeres, al contrario) que se atrevan a hacer seriamente algo semejante. Algo que cambie en rostro y la acción de las relaciones interfamiliares e intrafamiliares. Puede ser un revulsivo familiar eficaz, de muy positivas y felices consecuencias.