Lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio. La limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos
El Papa ha arremetido este sábado contra los cristianos que se justifican juzgando a los pobres como borrachos para no dar limosna y ha reivindicado los gestos de caridad como gestos de misericordia, durante la general que celebra un sábado al mes con motivo del Año Jubilar.
«Cuánta gente se justifica a sí misma sobre la limosna diciendo: ‘Pero, ¡cómo será este, este al que daré irá a comprarse vino para emborracharse! Pero si él se emborracha, ¡es porque no tiene otra salida! ¿Y tú qué haces escondido? Que nadie ve… ¿Y tú eres juez de ese pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?», ha reflexionado.
Ante cientos de fieles que se han congregado en la plaza de San Pedro, el Papa ha reflexionado sobre la limosna como «un aspecto esencial de la misericordia» y ha determinado que «Dios muestra su atención especial por los pobres y pide que no sólo nos acordemos de ellos sino que les ayudemos con alegría». «Esto significa que la caridad requiere una actitud de gozo interior», ha asegurado.
«Limosna no es la simple moneda que se echa con prisa: soy capaz de mirarle a los ojos para entender qué necesita?», ha agregado. Finalmente, ha reconocido que la limosna es un gesto «sincero» de amor y de atención a los demás y ha recordado que tiene que hacerse para que «sólo Dios lo vea».
«La limosna es un gesto de amor, de atención sincera hacia quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda. Dar limosna también para nosotros debe ser un sacrificio», apuntó.
Destacó que «la limosna es un aspecto esencial de la misericordia» y sostuvo que «la caridad requiere una actitud de gozo interior, un acto de misericordia no puede ser un peso del cual nos tenemos liberar cuanto antes».
«No es la apariencia lo que cuenta, sino mirar a la cara a la persona que te pide una ayuda. Todos deberíamos preguntarnos: ‘¿Soy capaz de pararme y mirar a la cara, a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda?‘», agregó.
Durante todo el Jubileo, el papa Francisco presidirá audiencias generales extraordinarias un sábado de cada mes que se sumarán a las habituales de cada miércoles en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir un aspecto esencial de la misericordia: la limosna. Puede parecer una cosa sencilla dar limosna, pero debemos estar atentos a no vaciar este gesto del gran contenido que posee. En efecto, el término «limosna», deriva del griego y significa precisamente «misericordia». La limosna, pues, debería traer consigo toda la riqueza de la misericordia. Y como la misericordia tiene mil caminos, mil modalidades, así la limosna se expresa en tantos modos, para aliviar la dificultad de cuantos se encuentran en necesidad.
El deber de la limosna es antiguo cuánto la Biblia. El sacrificio y la limosna eran dos deberes de los cuales una persona religiosa debía cumplir. Existen páginas importantes en el Antiguo Testamento, donde Dios exige una atención particular por los pobres que, de tanto en tanto, eran los que no poseían nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Y en la Biblia este es un estribillo continuo, ¿eh?: el necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano. Es un estribillo. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están al centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna. Junto a la obligación de recordarse de ellos, es dada también una indicación preciosa: «Cuando le des algo, lo harás de buena gana» (Deut 15,10). Esto significa que la caridad exige, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un fastidio de la cual liberarse a prisa. Y cuanta gente se justifica por dar, porque no da la limosna diciendo: «Pero, ¿Cómo será esto? Éste a quien yo daré, irá a comprar vino para emborracharse». ¡Pero si él se embriaga, es porque no tiene otro camino! Y tú, ¿qué cosa haces a escondidas, cuando nadie ve? Y tú, ¿eres juez de aquel pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino? Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y lo instruyó con estas palabras: «A todos los que practican la justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tob 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.
Jesús, como hemos escuchado, nos ha dejado una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser alabados y admirados por los hombres por nuestra generosidad: «Haz de modo que tu mano derecha no sepa lo que hace tú izquierda». No es la apariencia la que cuenta, sino la capacidad de detenerse para mirar en la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse: «¿Yo soy capaz de detenerme y mirar en la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz? No debemos identificar, pues, la limosna con la simple moneda ofrecida a prisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para comprender que cosa tienen verdaderamente necesidad. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las diversas formas de mendicidad que no hacen justicia a los verdaderos pobres. En conclusión, la limosna es un gesto de amor que se dirige a cuantos encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto realizado. Pero, dar limosna también debe ser para nosotros una cosa que sea un sacrificio. Yo recuerdo una mamá: tenía tres hijos; de seis, cinco y tres años, más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que se debía dar limosna a aquellas personas que la pedían. Estaban almorzando; cada uno estaba comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, «apanado». Y tocan a la puerta, el mayor va a abrir y regresa: «Mamá, hay un pobre que pide comer, ¿Qué hacemos?». «¡Le damos – los tres – le damos!» «Bien: toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos sándwiches» «¡Ah no, mamá, no!» «¿Ah, no?» Tú, da de lo tuyo. Tú da de aquello que te cuesta. Esto es involucrarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para darte a ti. Y a los padres, atentos. Eduquen a sus hijos a dar limosna, a ser generosos con aquello que tienen.
Hagamos nuestras entonces las palabras del apóstol Pablo: «De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: «La felicidad está más en dar que en recibir»». (Hech 20,35; Cfr. 2 Cor 9,7). ¡Gracias!
Saludo del papa en español:
Queridos hermanos y hermanas:
La limosna es un aspecto esencial de la misericordia. En efecto, el término «limosna» significa «misericordia» y tiene muchos modos de manifestarse. En la Sagrada Escritura, Dios nos muestra su atención especial por los pobres y nos pide que no sólo nos acordemos de ellos sino que les ayudemos con alegría. Esto significa que la caridad requiere una actitud de gozo interior. Un acto de misericordia no puede ser un peso del cual nos tenemos que liberar cuanto antes. El anciano Tobías, en el Antiguo Testamento, nos da una sabia lección sobre el valor de la limosna. Nos dice: «No apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de ti su rostro el Señor» (Tb 4,8). Lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio. La limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos, y, como nos exige el mismo Jesús, tiene que hacerse para que sólo Dios lo vea. Tengamos siempre presentes en nuestra vida las palabras del Señor: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35).
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito practicar la limosna como signo de misericordia y a no olvidar de mirar a los ojos de quien les pide ayuda; así, Dios no les ocultará su rostro. Muchas gracias.
(RD/Agencias)