Escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones
(Jesús Bastante).- «En nombre de Dios, quiero que me bendiga, y a la Iglesia católica, que bendiga nuestro camino hacia la plena unidad«. No pronunció la homilía, pues se trataba de la Divina Liturgia, y el acto correspondía a Karekin, pero en sus palabras Francisco lanzó un nuevo desafío a todos los cristianos, que el Cathólicos recogió con un abrazo y tres besos, y las decenas de miles de asistentes en la plaza de la catedral apostólica de Erevan, con un prolongadísimo aplauso.
La liturgia armenia es sumamente recargada. En muchos aspectos, recuerda a la de la Iglesia católica anterior al Concilio Vaticano II. Estricta, cuasi barroca, el Papa Francisco y Karekin recorrieron, bajo palio, el recorrido procesional hasta la catedral apostólica armenia, en la que participaron en la Divina Liturgia, el máximo acto que, hasta la fecha (y hasta que no se alcance la plena comunión) pueden llevar a cabo los dos líderes de ambas iglesias.
A diferencia de ayer, esta mañana el Papa ocupaba un discreto segundo plano, y era Karekin quien avanzaba bendiciendo a diestro y siniestro a las decenas de miles de personas que se agolpaban en a plaza de la catedral. Muchas de ellas cubiertas con gorras o paraguas para evitar el duro sol armenio.
A la llegada al altar Francisco tomó su estola y, como ya hiciera Karekin ayer, durante la misa en Gyumri, el Papa se colocó a la izquierda de éste, junto a la comitiva papal. El peso de la liturgia apostólica armenia la llevaba, como no podía ser de otra manera, el Cathólicos. Un nuevo gesto de humildad y profundo respeto ecuménico el de Bergoglio, que a buen seguro molestará a los más ortodoxos de entre los católicos romanos.
La imagen de la Divina Misericordia presidía el altar, donde Karekin, tras bendecir el mismo, invitó a Francisco a subir al mismo, para continuar con la liturgia. Bergoglio cedió el paso al patriarca, quien le correspondió con una sonrisa y una leve inclinación. El respeto y la amistad son las principales claves para que, aquellos que profesan al mismo Dios, puedan hacerlo en un futuro breve, como iguales, dejando atrás oscuras divisiones y mirando hacia el futuro con esperanza.
El lugar donde se celebraron los ritos, como la propia Armenia, está plena luz, abierto, con la sensación de ser una iglesia en construcción. Y es que queda mucho por hacer, incluso, en el primer pueblo en declararse cristiano. La ceremonia transcurre lentamente, entre los cánticos y los constantes hisopazos de los popes armenios. El altar está situado junto a la pared, de modo que buena parte de la celebración se lleva a cabo de espaldas al pueblo.
En sus oraciones, los apostólicos armenios piden por Francisco, por la paz y por el camino común emprendido para la unidad de los cristianos, por la memoria y por el pueblo armenio. Durante su homilía, Karekin agradeció al Papa su «valentía y amistad», que sin duda supondrán un antes y un después, tanto para las relaciones interconfesionales, como para el futuro de Armenia en el marco internacional. Tras la homilía, ambos, Papa y Cahtólicos, se fundieron en un abrazo, y Karekin pidió al Papa que pronunciara unas breves palabras.
En las mismas, Francisco dio las gracias por la visita. «Vuestra santidad me ha abierto las puertas de su casa, y hemos experimentado qué dulce es que los hermanos vivan juntos».
«Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado, hemos rezado juntos, hemos compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, de la que compartimos el bautismo del corazón y que sentimos una», proclamó Bergoglio, quien clamó por «un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y padre de todos, que obra por medio de todos y nos tiene presente a todos».
«Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad«, añadió el papa, quien pidió que «la Iglesia Armenia camine en paz y la comunión entre nosotros sea plena».
Al tiempo, Francisco pidió que «tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado«. Y en este contexto exhortó a que se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Antes de la Divina Liturgia, el Papa mantuvo un breve encuentro con los obispos católicos armenios en el Palacio Apostólico de Erevan. Aunque el peso del viaje esté marcado por las relaciones católicos-apostólicos armenios, Francisco no quiso dejar de alentar el trabajo callado de los 3 obispos, 27 sacerdotes y 8 religiosos que pastorean esta pequeña iglesia de 280.000 fieles.
Palabras del Papa en la Divina Liturgia:
Santidad,
Queridos Obispos,
Hermanos y hermanas
Al coronar esta visita, que tanto he deseado, y para mí ya inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el gran himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar. Vuestra Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos experimentado «qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal 133,1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza […]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,4-6): con gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo. Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Park astutsò! (¡Gloria a Dios!).
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado. «El Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas palabras que han entrado en vuestra Liturgia. Ven, Espíritu, Tú, «que con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los pecadores»; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y «que este fuego diluya los motivos de nuestro escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn 20,3-4), así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella.
Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me bendigas, a mí y a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestra andadura hacia la unidad plena.