La Iglesia necesita al Espíritu Santo, para no dejarse frenar por el miedo y por el cálculo, para no habituarse a caminar dentro de fronteras seguras
(José M. Vidal).- Ángelus en pleno ferragosto romano. Desde la cátedra de la ventana, el Papa que no coge vacaciones, habla del «fuego del Espíritu» que tiene que vivificar a la Iglesia. Francisco alaba a los misioneros, «devorados por el celo de Dios», que nos lleva a estar cercanos a los necesitados. Porque, en la construcción del Reino «la Iglesia no necesita burócratas, sino apasionados misioneros», que anuncian el Evangelio «a menudo con riesgo de sus vidas».
Algunas frases de la catequesis del Papa
«El objetivo de su misión lo explica Jesús en tres imagenes: el fuego, el bautismo y la división»
«Deseo hoy hablar de la primera: el fuego»
«El fuego del que Jesús habla es el del Espíritu Santo»
«El fuego es una fuerza creadora, que purifica y renueva y quema toda humana miseria…nos regenera y nos hace capaces de amar»
«Sólo partiendo del corazón, el incendio del amor divino podrá desarrollarse y hacer progresar el Reino de Dios»
«No parte de la cabeza. Parte del corazón»
«El fuego nos dará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús»
«Navegando en mar abierto, sin miedo»
«El fuego comienza en el corazón»
«La Iglesia necesita al Espíritu Santo, para no dejarse frenar por el miedo y por el cálculo, para no habituarse a caminar dentro de fronteras seguras»
«No ser una Iglesia funcional, que no arriesga»
«Caminar por caminos inexplorados e incómodos, ofreciendo esperanza a los que encontramos»
«Comunidad de personas guiadas y transformadas. Personas del corazón dilatado y del rostor alegre»
«Necesitamos más que nunca sacerdotes, consagrado y laicos con el corazón abierto»
«El fuego del Espíritu nos lleva a ser próximo de los necesitados, de los refugiados, de los prófugos, de los que sufren»
«Pienso con admiración en los numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que en todo el mundo se dedican al anuncio del Evangelio con fidelidad y, a menudo, a costa de sus vidas»
«La Iglesia no necesita burócratas sino apasionados misioneros, devorados por el celo de aportar a todos la gracia de Jesús»
«Sin este fuego, la Iglesia es fría o tibia, incapaz de dar vida. Porque está hecha de cristianos fríos y tibios»
«Preguntémonos: ¿Cómo va mi corazón? ¿Es frío y tibio o capaz de recibir este fuego»
«Cojamos cinco minutos para esto. Nos hará bien»
«Ejemplo de San Maximiliano Kolbe, que nos enseñe a vivir el fuego del amor por Dios y por el prójimo»
Saludos tras el ángelus
«Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia»
«Esforzaros por perdoanr simepre y tened un corazón compasivo»
Texto completo de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12,49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a sus discípulos a lo largo del camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte de cruz. Para indicar el objetivo de su misión, Él se sirve de tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división. Hoy deseo hablar de la primera imagen: el fuego.
Jesús lo expresa con estas palabras: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! » (v.49). El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este – el fuego – es una fuerza creadora que purifica y renueva, incendia toda humana miseria, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde adentro, nos regenera y nos hace capaces de amar.
Jesús desea que el Espíritu Santo arda como fuego en nuestro corazón, porque es sólo partiendo del corazón que el incendio del amor divino podrá desarrollarse y hacer progresar el Reino de Dios. No parte de la cabeza, parte del corazón. Y por esto Jesús quiere que el fuego entre en nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su consolador mensaje de misericordia y de salvación, navegando en alto mar, sin miedo. Pero el fuego comienza en el corazón.
En el cumplimiento de su misión en el mundo, la Iglesia – es decir, todos nosotros Iglesia – tiene necesidad de la ayuda del Espíritu Santo para no detenerse ante el miedo, para no habituarse a caminar dentro de los confines seguros. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional, que no arriesga jamás. En cambio, la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en movimiento para caminar incluso por vías inexploradas o incomodas, ofreciendo esperanza a cuantos encontramos. Con este fuego del Espíritu Santo estamos llamados a convertirnos siempre más en una comunidad de personas guiadas y transformadas, llenas de comprensión, personas con el corazón abierto y el rostro gozoso.
Hoy más que nunca se necesita de sacerdotes, de consagrados y de fieles laicos, con la mirada atenta del apóstol, para conmoverse y detenerse ante las dificultades y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo restaurador de la proximidad. Es justamente el fuego del Espíritu Santo el que nos lleva a hacernos «prójimos» de los demás: de las personas que sufren, de los necesitados; de tantas miserias humanas, de tantos problemas; de los refugiados, de los prófugos, de aquellos que sufren. Este fuego que viene del corazón. Fuego.
En este momento, pienso también con admiración sobre todo a los numerosos sacerdotes, religiosos y fieles laicos que, en todo el mundo, se dedican al anuncio del Evangelio con gran amor y fidelidad, e incluso a costo de sus vidas. Su ejemplar testimonio nos recuerda que la Iglesia no tiene necesidad de burócratas y de diligentes funcionarios, sino de misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la consoladora palabra de Jesús y su gracia. Este es el fuego del Espíritu Santo. Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se hace una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está constituida por cristianos fríos y tibios. Nos hará bien, hoy, tomar cinco minutos y preguntarnos: ¿Cómo es mi corazón? ¿Es frío? ¿Es tibio? ¿Es capaz de recibir este fuego? Tomemos cinco minutos para esto. Nos hará bien a todos.
Y pidamos a la Virgen María de orar con nosotros y por nosotros al Padre celeste, para que infunda sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que enciende los corazones y nos ayuda a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos. Nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, de quien hoy celebramos la fiesta: él nos enseñe a vivir el fuego del amor por Dios y por el prójimo.