Tal fue su eficacia en limpiar Dallas que mereció el sobrenombre de "El reparador"
(Cameron Doody).- «Pensaba que era una broma. ¿Por qué me habrá elegido a mí? No sé». Con estas palabras de desconcierto el ya exobispo de Dallas, Kevin Farrell, abandonó los EEUU la semana pasada rumbo a la oficina en Roma que le corresponde como responsable del flamante Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
En una entrevista, el nuevo miembro de la Curia sostiene que sigue sin saber qué ha hecho para merecer la confianza del Papa Francisco al cargo de tan relevante organismo, por medio del cual el pontífice busca devolver a los fieles la dignidad y protagonismo que merecen como miembros de la Iglesia. «No sé», dice Farrell, preguntado por cómo consiguió llamarle la atención a Francisco. «Me gustaría saber la razón».
Cierto es que la sencillez con que Farrell se comporta y la modestia con que mide sus palabras tendrán algo que ver con su nuevo nombramiento. Ejemplo de ello es su relato de la reunión en la que Francisco le comunicó su intención de traerle al Vaticano. «Estás en una sala pequeña con el Papa, y él tiene todo el tiempo del mundo para decirte cuál es su plan y lo que quiere y por qué», cuenta Farrell. «¿Y qué vas a hacer? No puedes decir que no», sonríe.
En el caso de Farrell, no obstante, no es cuestión de meras apariencias o de una falsa ingenuidad. He aquí el hombre que limpió en profundidad a la diócesis de Dallas y que solo tardó nueve años en hacerlo. Tal fue su eficacia en la tarea que mereció de un conocido periódico de la región el sobrenombre de «El Reparador».
¿Cómo lo hizo, entonces? Nada más llegar a la diócesis cambió el nombre del «obispado» al de «centro pastoral»: todo un gesto de cercanía que acabaría marcando todo su ministerio.
Emprendió una gira por la mayor parte de las parroquias de la diócesis y se reunió con laicos influyentes, todo ello con el fin de escuchar las opiniones de fieles críticos con la gestión de su antecesor, Charles Grahmann, bajo cuyo mandato Dallas tuvo que pagar compensaciones -más de 23 millones de dólares- a víctimas de un sacerdote pederasta.
Farrell acabó fichando a 16 de estos laicos para el nuevo comité que le asesoraría en temas de pastoral, y consiguió generar tal ilusión que recaudó 130 millones en donaciones para las escuelas de la diócesis.
Echando la mirada atrás, Farrell se alegra con estos logros, si bien admite tener tristeza al tener que marcharse del lugar donde esperaba jubilarse. Cree que la Iglesia que deja «ya está más unificada. Creo que los católicos tenemos de nuevo un sentido de orgullo». Dice creer que «los católicos sentimos que estamos teniendo un impacto en nuestra comunidad y en la sociedad»: huella que, en su nuevo puesto, Farrell continuará dejando en la Iglesia, si bien no solo ya en Texas.