La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien
(Jesús Bastante).- «Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción». El Papa reflexionó en el frío domingo romano sobre el llamamiento del Bautista, «preparad el camino al Señor«, y lo hizo señalando la necesidad d ehacer «un cambio de vida, convertirnos».
«¿Cuál es el Reino de Dios?», se preguntó el Papa. No sólo es algo «del más allá», porque «la buena noticia que Jesús nos trae es que no debemos esperar el Reino de Dios en el futuro». «De alguna manera ya está presente y podemos experimentar desde ahora la potencia espiritual. Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en nuestra vida cotidiana; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la alegría y la paz».
Un amor sin condiciones, que sólo exige «dejar los caminos cómodos pero engañosos, los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio», y abrir el camino al Señor.
«Dios no quita nuestra libertad, sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción», subrayó el Pontífice, quien pidió una «preparación espiritual» en estas semanas previas a la Natividad de Jesús.
«Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados», declaró Francisco.
«La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien», concluyó Francisco, quien llamó a los fieles a participar en la vigilia de la Inmaculada, el próximo jueves, donde se pedirá por la paz en el mundo.
Texto completo de la reflexión del Papa Francisco, previa a la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cercano, está en medio de nosotros. Este es el mensaje central de toda misión cristiana.
Pero, ¿qué es este reino de los cielos? Nosotros pensamos inmediatamente en algo que tiene que ver con el más allá: la vida eterna. Cierto, el reino de Dios se extenderá indefinidamente más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae – y que Juan anticipa – es no debemos esperar el reino de Dios en el futuro: se ha acercado, de alguna manera ya está presente y podemos experimentar desde ahora la potencia espiritual. Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en nuestra vida cotidiana; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la alegría y la paz.
La condición para entrar y ser parte de este reino es hacer un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Es dejar los caminos cómodos pero engañosos, los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y abrir en cambio el camino al Señor que viene, Él no quita nuestra libertad, sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción.
La Navidad es un día de gran alegría, también exterior, pero es sobre todo un evento religioso para el cual se necesita una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación de Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (v. 3). Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestros corazones la cercanía del reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es obra de un amor más grande que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien.
Que la Virgen María nos ayude a preparar el encuentro con este Amor-siempre-más-grande que en la víspera de Navidad se hizo pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios.