La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede debilitarse si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad
(Jesús Bastante).- Frente a los carteles anónimos y cobardes, una multitud gritando «¡Viva el Papa!», como hacía mucho tiempo no se escuchaba en Roma. Un «Gracias, Francisco», que se impuso a la maquinaria de la división. Y es que, como señala el Evangelio de hoy, los auténticos cristianos son los llamados a ser «luz y sal de la Tierra», y no a medrar en la oscuridad.
Providencialmente, el Evangelio de este domingo es uno de los que marcan la Iglesia que quiere construir Francisco. El sermón de la montaña, según el relato de Mateo. Un llamamiento «a los discípulos de todo tiempo, de entonces y de ahora» a ser «reflejo de la luz de Cristo» a través del testimonio de las obras.
«Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las obras buenas. ¡Y cuánto tiene necesidad el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien lo recibe!», clamó el Papa
«La palabra de Jesús nos pide que seamos reconocibles como discípulos que son luz para el mundo, no con las palabras, sino en nuestras obras», pues «es sobre todo nuestro comportamiento, en el bien y en el mal, el que deja un signo en los otros«, recordó Francisco. Unos y otros serán, seremos, juzgados por el amor, no por las teorías o las luchas de poder.
«Cada uno de nosotros está llamado a ser luz y sal en el propio ambiente de la vida cotidiana, perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios», explicó Bergoglio, quien añadió que «tenemos una responsabilidad con el don recibido, la luz de la fe, que no debemos retener como si fuera de nuestra propiedad». Más bien al contrario, «estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a darla a los demás mediante las buenas obras».
«El mundo está necesitado de la luz del Evangelio, que garantiza la salvación a quien la acoge, y esa luz la debemos hacer llegar con nuestras obras. La luz se refuerza, pero si no la alimentamos con el amor y la obras de caridad, se oscurece», advirtió.
Al tiempo, llamó a los cristianos «a ser la sal de la tierra». «La sal es un elemento que da sabor, preserva el alimento de la corrupción». «En tiempos de Jesús no había frigoríficos», bromeó el Santo Padre, quien añadió que «la misión de los cristianos en la sociedad es la de dar sabor a la vida con la fe y el amor de Cristo que se nos ha dado», y hacerlo «frente al egoísmo, la envidia, la maledicencia«….que se dan, también, en el interior de la propia Iglesia. Tal vez por eso el Papa clamó por que «nuestra comunidad debe ser un lugar de acogida, de solidaridad, de reconciliación».
Y, para ello, pidió ser «liberados de la degeneración destructiva y corrupta de la mundanidad, contraria al Evangelio», y es que «la purificación se va haciendo continuamente, todos los días. Cada uno de nosotros es llamado a ser luz y sal en su propio ambiente de vida cotidiana, perseverando en la realidad humana del espíritu del Evangelio y el Reino de Dios».
En el saludo posterior, Francisco se sumó a la Jornada por la Vida, que se celebra hoy en Italia, y deseó «una valiente acción educativa en favor de la vida humana». «Toda vida es sagrada» repitió, hasta en tres ocasiones, el Papa.
«Ofrezcamos la lógica de la vida frente a la lógica del descarte y el descenso demográfico. Cuidemos de los niños que están por nacer, y también de las personas que están al final de su vida. Toda la vida es sagrada«.
Parafraseando a madre Teresa, el Papa recordó que la vida es maravillosa y un don de Dios, por lo que hay que cuidarla y preservarla. Y repitió: «Sea con el niño que está por nacer, sea con la persona cercana a la muerte: toda vida es sagrada». Antes de despedirse, volvió a animar a los que trabajan por la vida y les invitó a «construir una sociedad que acoja a todas las personas».
Palabras del Pontífice antes de la oración mariana del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la liturgia nos propone el así llamado Discurso de la montaña, en el Evangelio de Mateo. Después de haber presentado, el domingo pasado, las Bienaventuranzas, hoy pone en evidencia las palabras de Jesús que describen la misión de sus discípulos en el mundo (cfr. Mt 5,13-16). Él utiliza las metáforas de la sal y de la luz, y sus palabras están dirigidas a los discípulos de todo tiempo, por lo tanto, también a nosotros.
Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las obras buenas. Y dice: «Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo». (Mt 5,16). Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél que es Luz del mundo, no en las palabras, sino por nuestras obras. En efecto, es sobre todo nuestro comportamiento que – en el bien y en el mal – deja un signo en los demás. Por lo tanto, tenemos una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuera de nuestra propiedad. En cambio, estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los demás mediante las obras buenas. ¡Y cuánto tiene necesidad el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien lo recibe! Pero esta luz nosotros debemos llevarla con nuestras obras buenas.
La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede debilitarse si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz se encuentra con aquella de la sal. En efecto, la página evangélica nos dice que, como discípulos de Cristo somos también «sal de la tierra» (v. 13). La sal es un elemento que mientras da sabor, preserva el alimento de la alteración y de la corrupción – ¡en los tiempos de Jesús no había heladeras! Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es aquella de dar «sabor» a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado y, al mismo tiempo, mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, y demás. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben en cambio resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad y de reconciliación. Para cumplir esta misión es necesario que nosotros mismos, en primer lugar, seamos liberados de la degeneración corruptiva de los influjos mundanos, contrarios a Cristo y al Evangelio; y esta purificación no termina nunca, debe ser realizada continuamente, hay que hacerla todos los días.
Cada uno de nosotros está llamado a ser luz y sal en el proprio ambiente de la vida cotidiana, perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios. Que nos sea siempre de ayuda la protección de María Santísima, primera discípula de Jesús y modelo de los creyentes que viven cada día en la historia, su vocación y misión. Nuestra Madre, nos ayude a dejarnos siempre purificar e iluminar por el Señor, para transformarnos también en «sal de la tierra» y «luz del mundo».
Palabras del Papa después de rezar a la Madre de Dios:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy, en Italia, se celebra la Jornada por la Vida, sobre el tema «Mujeres y hombres por la vida en la huella de Santa Teresa de Calcuta». Me uno a los Obispos italianos en el desear una valerosa acción educativa en favor de la vida humana. Cada vida es sagrada. Llevemos adelante la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte y al descenso demográfico; estamos cercanos y juntos rezamos por los niños que está en peligro de la interrupción del embarazo, como también por las personas en fin de vida: cada vida es sagrada. Para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido de la vida. Recordemos las palabras de Madre Teresa: «¡La vida es belleza, admírala; la vida es vida, defiéndela!»
Saludo a todos aquellos que trabajan por la Vida, a los docentes de las Universidades romanas y a quienes colaboran en la formación de las nuevas generaciones, para que sean capaces de construir una sociedad acogedora y digna de toda persona.
Saludo a todos los peregrinos, las familias, los grupos parroquiales y las asociaciones procedentes de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de Viena, Granada, Melilla, Acquaviva delle Fonti y Bari; así como a los estudiantes de Penafiel (Portugal) y Badajoz (España).
A todos les deseo un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!