En este tiempo de cuaresma, los invito a que, alegres en la esperanza, reaviven en sus corazones el amor que han recibido de Dios
(José M. Vidal).- Audiencia de los míercoles en la plaza de San Pedro en una mañana soleada. El Papa Francisco explica en su catequesis en qué consiste amar sin hipocresía y que «la caridad es, ante todo un regalo» e invita a que «nuestro amor no sea una telenovela». En su saludo a los trabajadores italianos, pide a los políticos que garanticen «la dignidad del trabajo» y dice que los empresarios que cierran por motivos oscuros «cometen un pecado gravísimo».
Lectura de la carta a los Romanos: «Que vuestra caridad no sea una farsa. Aborreced lo malo y apegaos a lo bueno…Amaros los unos a los otros con afecto fraterno…No seáis descuidados. En el espíritu, manteneros ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os mantenga alegres…Sed asiduos en la oración…Practicad la hospitalidad»
Algunas frases de la catequesis del Papa
«Sabemos bien que el gran mandamiento que nos dejó el Señor es el de amar»
«Somos llamados al amor, a la caridad»
«Ésta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia»
«El que ama tiene la alegría de la esperanza»
«Riesgo de que nuestra caridad sea hipócrita, que nuestro amor sea hipócrita»
«Que nuestro amor no sea una telenovela, sino un amor sincero y fuerte»
«¡Cuántos amores interesados hay!»
«Detrás de todo esto hay una idea falsa: Si amamos es porque somos buenos»
«La caridad es, ante todo, una gracia, un regalo»
«Poder amar es un don de Dios, que debemos pedir»
«Pablo nos invita a reconocer que somos pecadores»
«El Señor abre ante nosotros una vía de liberación y de salvación»
«Ser instrumentos de la caridad de Dios»
«Reavivar la esperanza»
«Por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente»
«Apreciar las cosas simples y sencillas de todos los días»
«Amar a los demás como los ama Dios»
«El secreto para ser alegres en la esperanza»
«El amor de Dios no disminuye»
Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
En la Catequesis de hoy, san Pablo nos recuerda que el secreto para mantenernos alegres en la esperanza es reavivar en nuestros corazones el amor de Dios.
Todos somos pecadores, pero el Señor, que es rico en misericordia, abre ante nosotros una vía de libertad y de salvación, que es la posibilidad de vivir el mandamiento del amor, dejándonos guiar por el corazón del Resucitado.
Vivir y actuar el mandamiento del amor es un don de la gracia de Dios; por eso, cuando amamos, hay que evitar caer en la hipocresía de buscar nuestros propios intereses, y también en la idea falsa de pensar que si amamos es sólo mérito nuestro.
La auténtica caridad nace del encuentro personal con el rostro misericordioso de Jesús, y nos lleva al encuentro sincero con los hermanos. Sólo de esta forma podremos mantenernos alegres en la esperanza, pues sabemos que a pesar de nuestras debilidades y fallos, y hasta en los momentos más difíciles, el amor de Dios nunca nos abandona, y nos impulsa a compartir con nuestros hermanos todo lo que cada día recibimos de él.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. En este tiempo de cuaresma, los invito a que, alegres en la esperanza, reaviven en sus corazones el amor que han recibido de Dios y lo compartan con todos los hombres con obras de caridad sincera. Que Dios los bendiga.
Saludo del Papa en italiano
El Papa saluda a los trabajadores de la empresa ‘Sky Italia’, les muestra su apoyo e improvisa sobre el trabajo, la dignidad y los empresarios sin escrúpulos:
«El trabajo nos da dignidad. Los responsables de los pueblos, los dirigentes tienen la obligación de hacer que todos los hombres y mujeres puedan trabajar y levantar la frente y mirar a la cara a los demás, con dignidad. Los que, por maniobras económicas, para hacer negocios sucios cierran fábricas o empresas y dejan sin trabajo a los demás, éstas personas cometen un pecado gravísimo»
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Sabemos bien que el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es aquel de amar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mt 22,37-39). Es decir, estamos llamados al amor, a la caridad y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esa está ligada también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor.
El Apóstol Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado, nos pone en guardia: existe el riesgo que nuestra caridad sea hipócrita, que nuestro amor sea hipócrita. Entonces nos debemos preguntar: ¿Cuándo sucede esto, esta hipocresía? Y ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestro amor sea sincero, que nuestra caridad sea auténtica? ¿De no aparentar de hacer caridad o que nuestro amor no sea una telenovela? Amor sincero, fuerte.
La hipocresía puede introducirse en todas partes, también en nuestro modo de amar. Esto se verifica cuando nuestro amor es un amor interesado, motivado por intereses personales; y cuantos amores interesados existen… cuando los servicios caritativos en los cuales parece que nos donamos son realizados para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos: «pero, qué bueno que soy», ¿no?: esto es hipocresía; o aún más, cuando buscamos cosas que tienen «visibilidad» para hacer alarde de nuestra inteligencia o de nuestras capacidades.
Detrás de todo esto existe una idea falsa, engañosa, es decir que, si amamos, es porque nosotros somos buenos; como si la caridad fuera una creación del hombre, un producto de nuestro corazón. La caridad, en cambio, es sobre todo una gracia, un regalo; poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo. Y Él lo da gustoso, si nosotros se lo pedimos. La caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús.
Pablo nos invita a reconocer que somos pecadores, y que también nuestro modo de amar está marcado por el pecado. Al mismo tiempo, pero, se hace mensajero de un anuncio nuevo, un anuncio de esperanza: el Señor abre ante nosotros una vía de liberación, una vía de salvación. Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirnos en instrumentos de la caridad de Dios. Y esto sucede cuando nos dejamos sanar y renovar el corazón por Cristo resucitado.
El Señor resucitado que vive entre nosotros, que vive con nosotros es capaz de sanar nuestro corazón: lo hace, si nosotros lo pedimos. Es Él quien nos permite, a pesar de nuestra pequeñez y pobreza, experimentar la compasión del Padre y celebrar las maravillas de su amor. Y entonces se entiende que todo aquello que podemos vivir y hacer por los hermanos no es otra cosa que la respuesta a lo que Dios ha hecho y continúa a hacer por nosotros. Es más, es Dios mismo que, habitando en nuestro corazón y en nuestra vida, continúa a hacerse cercano y a servir a todos aquellos que encontramos cada día en nuestro camino, empezando por los últimos y los más necesitados en los cuales Él en primer lugar se reconoce.
El Apóstol Pablo, entonces, con estas palabras no quiere reprocharnos, sino mejor dicho animarnos y reavivar en nosotros la esperanza. De hecho, todos tenemos la experiencia de no vivir a plenitud o como deberíamos el mandamiento del amor. Pero también esta es una gracia, porque nos hace comprender que por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente: tenemos necesidad de que el Señor renueve continuamente este don en nuestro corazón, a través de la experiencia de su infinita misericordia.
Y entonces sí que volveremos a apreciar las cosas pequeñas, las cosas sencillas, ordinarias; que volveremos a apreciar todas estas cosas pequeñas de todos los días y seremos capaces de amar a los demás como los ama Dios, queriendo su bien, es decir, que sean santos, amigos de Dios; y estaremos contentos por la posibilidad de hacernos cercanos a quien es pobre y humilde, como Jesús hace con cada uno de nosotros cuando nos alejamos de Él, de inclinarnos a los pies de los hermanos, como Él, Buen Samaritano, hace con cada uno de nosotros, con su compasión y su perdón.
Queridos hermanos, lo que el Apóstol Pablo nos ha recordado es el secreto para estar – uso sus palabras – es el secreto para estar «alegres en la esperanza» (Rom 12,12): alegres en la esperanza. La alegría de la esperanza, para que sepamos que en toda circunstancia, incluso en las más adversa, y también a través de nuestros fracasos, el amor de Dios no disminuye. Y entonces, con el corazón visitado y habitado por su gracia y por su fidelidad, vivamos en la gozosa esperanza de intercambiar con los hermanos, en lo poco que podamos, lo mucho que recibimos cada día de Él. Gracias.