Omella: "No hay otros títulos que marcan el camino de un servicio más comprometido para el anuncio del Evangelio y el rescate de todos, sobre todo de los más necesitados"
(Jesús Bastante).- Juan José Omella ya es cardenal de la Iglesia católica. El arzobispo de Barcelona ha recibido la birreta cardenalicia de manos del Papa Francisco, en una vibrante ceremonia en la que el prelado aragonés ha sido el encargado de hacer el discurso en nombre de los cinco neocardenales, y en el que Bergoglio ha vuelto a lanzar una sacudida a las conciencias de la Humanidad, denunciando que «la realidad son los pobres e inocentes que mueren a causa de las guerras y el terrorismo, la esclavitud que no deja de pisotear la humanidad en esta época, los campos de prófugos, que se asemejan a un infierno, el descarte sistemático de todo lo que no sirve, incluidas las personas».
En sus palabras de saludo, el neocardenal Omella (a quien le fue concedido el título de la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén), en nombre de sí mismo y de Zerbo, Arborelius, Rosa Chávez y Louis-Marie Ling Mangkhanekhoun, se comprometió a dar la vida por el Papa y el Evangelio de Jesús, para construir «una Iglesia peregrina por las calles del mundo, en búsqueda de todos, llevando en el corazón el abrazo de la alegría y la paz, secando las lágrimas de muchos, y consolando a muchos, llevando la reconciliación del hijo de Dios».
El cardenal de Barcelona, que también pronunció el juramento en nombre de sus compañeros de birreta, recordó la llegada de Ignacio de Loyola, Pedro Fabro y Diego de Laínez, a Roma, y su temor al martirio. «No hay otros títulos que marcan el camino de un servicio más comprometido para el anuncio del Evangelio y el rescate de todos, sobre todo de los más necesitados».
«Este color bermejo, de fuego, que no sea para nosotros de orgullo, sino que sea memoria de nuestro redentor, que nos rescató con el precio de su sangre. Se convertirá como un signo vocacional de un nuevo despojo de nuestro intereses, despojarnos de todo, para que con amor del pueblo de Dios y a su vicario en la Tierra, se consuman todos nuestros recursos», prosiguió Omella, quien destacó cómo «hemos sido convocados de iglesias geográficamente distantes pero orgullosas de su fidelidad al Evangelio, pero en circunstancias no fáciles, incluso dramáticas».
«Testigos de la única Iglesia de Cristo Jesús que subsiste en comunidades probadas ya sea por la guerra, por la pobreza o que han compartido el dolor y la muerte violenta de sus pastores», recalcó Omella, recordando seguramente a monseñor Romero. «Hemos sido elegidos», apuntó el arzobispo de Barcelona, y «queremos devolver, gastar nuestra vida gratuitamente».
«Este servicio a la Iglesia y a la Humanidad, que nos pide vuestra Santidad, nos lleva a trabajar llenos de alegría y esperanza para entregar al mundo la Buena Nueva de Jesús. Sí, es justamente el tesoro del Evangelio, aún si es llevado pobre y modestamente en vasos de arcilla. Pero que lleva un fuego que enciende a otros hasta los confines de la Tierra y no se contenta con tenerlo para sí».
En sus palabras, el Papa Francisco destacó cómo «Jesús caminaba delante de los apóstoles» mientras caminaba hacia Jerusalén. «Sabe bien lo que le espera allí, y ha hablado más veces a los discípulos». Pero éstos no le escuchan. «Jesús lo sabe -continuó el Papa-, por eso tiene paciencia con ellos, les habla con tranquilidad, y sobre todo los precede. Camina delante de ellos».
Los discípulos están distraídos, pensando, como Santiago y Juan, «lo hermoso que sería sentarse a la derecha y la izquierda. No miran la realidad: creen que ven pero no ven. Que saben, pero no saben». ¿Y cuál es la realidad? «La realidad es muy distinta, la realidad es la cruz, es el pecado del mundo que él ha venido a tomar consigo para erradicar de los hombres y las mujeres. La realidad son los pobres e inocentes que mueren a causa del terrorismo y de las guerras, es la esclavitud que no deja de pisotear la dignidad en esta época, la realidad son los campos de prófugos, que se asemejan a un infierno más que a un purgatorio. La realidad es el descarte sistemático de todo lo que no sirve, incluidas las personas«.
«También nosotros estamos en camino con Jesús», señaló el Papa, dirigiéndose especialmente a los nuevos cardenales. «Jesús camina delante de vosotros, y os pide que lo sigáis con decisión en su vida. Os llama a mirar la realidad, a no dejaros distraer por otros intereses o perspectivas. Él no os ha llamado para que os convirtáis en príncipes de la Iglesia, os llama a servir, como él y con él».
«Os llama – concluyó-a afrontar con su misma actitud el pecado del mundo y sus consecuencias en la humanidad de hoy, siguiéndolo también vosotros camináis delante del pueblo de Dios».
Alocución del Papa:
«Jesús caminaba delante de ellos». Esta es la imagen que nos ofrece el Evangelio que hemos escuchado (Mc 10,32-45), y que hace de escenario también para el acto que estamos realizando: un Consistorio para la creación de nuevos Cardenales.
Jesús camina con decisión hacia Jerusalén. Sabe bien lo que allí le aguarda y ha hablado ya de ello muchas veces a sus discípulos. Pero entre el corazón de Jesús y el corazón de los discípulos hay una distancia, que sólo el Espíritu Santo podrá colmar. Jesús lo sabe; por esto tiene paciencia con ellos, habla con sinceridad y sobre todo les precede, camina delante de ellos.
A lo largo del camino, los discípulos están distraídos por intereses que no son coherentes con la «dirección» de Jesús, con su voluntad, que es una con la voluntad del Padre. Así como -hemos escuchado- los dos hermanos Santiago y Juan piensan en lo hermoso que sería sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda del rey de Israel (cf. v. 37). No miran la realidad. Creen que ven pero no ven, que saben pero no saben, que entienden mejor que los otros pero no entienden…
La realidad en cambio es otra muy distinta, es la que Jesús tiene presente y la que guía sus pasos. La realidad es la cruz, es el pecado del mundo que él ha venido a tomar consigo y arrancar de la tierra de los hombres y de las mujeres. La realidad son los inocentes que sufren y mueren a causa de las guerras y el terrorismo; es la esclavitud que no cesa de pisar la dignidad también en la época de los derechos humanos; la realidad es la de los campos de prófugos que a veces se asemejan más a un infierno que a un purgatorio; la realidad es el descarte sistemático de todo lo que ya no sirve, incluidas las personas.
Esto es lo que Jesús ve mientras camina hacia Jerusalén. Durante su vida pública él ha manifestado la ternura del Padre, sanando a todos los que estaban bajo el poder del maligno (cf. Hch 10,38). Ahora sabe que ha llegado el momento de ir a lo más profundo, de arrancar la raíz del mal y por esto camina decididamente hacia la cruz.
También nosotros, hermanos y hermanos, estamos en camino con Jesús en esta vía. De modo particular me dirijo a vosotros, queridos nuevos cardenales. Jesús «camina delante de vosotros» y os pide de seguirlo con decisión en su camino. Os llama a mirar la realidad, a no distraeros por otros intereses, por otras perspectivas. Él no os ha llamado para que os convirtáis en «príncipes» en la Iglesia, para que os «sentéis a su derecha o a su izquierda». Os llama a servir como él y con él. A servir al Padre y a los hermanos. Os llama a afrontar con su misma actitud el pecado del mundo y sus consecuencias en la humanidad de hoy. Siguiéndolo, también vosotros camináis delante del pueblo santo de Dios, teniendo fija la mirada en la Cruz y en la Resurrección del Señor.
Y así, a través de la intercesión de la Virgen María, invocamos con fe el Espíritu Santo, para que reduzca toda distancia entre nuestro corazón y el corazón de Cristo, y toda nuestra vida sea un servicio a Dios y a los hermanos.