Francisco ha decidido asumir la responsabilidad también por aquellos que obraron mal en su nombre
(Cameron Doody).- Sigue la crisis en la Secretaría de Economía del Vaticano tras la repentina dimisión hace poco más de una semana del revisor general de las cuentas de la Santa Sede, Libero Milone. Corren los rumores en medios de todo el mundo de que Milone no estaba a la altura de la reforma profunda que necesitan las finanzas de la Iglesia, como tampoco estaría el hombre que le eligió para el puesto, el cardenal George Pell.
Aunque el Vaticano no quiso entrar en los detalles del por qué de la retirada de Milone, cobra cada vez más veracidad la tesis de que no han gustado nada en la Curia los cambios que Pell y Milone han realizado desde 2014, en el caso del australiano, y desde 2015, en el caso del italiano. Ni en la forma ni en el fondo. Se ha agotado la paciencia que se ha tenido con los dos por una simple razón. Que ni el uno ni el otro han estado lo suficientemente comprometidos con la causa de transparencia en las cuentas del Vaticano que Francisco ha venido reclamando infatigablemente desde que fue elevado a la cátedra de Pedro en 2013.
Es verdad que en parte la renovación impulsada por Pell y Milone ha cosechado varios éxitos. El Instituto para las Obras de Religión, por ejemplo -el conocido como el «banco vaticano»- consiguió duplicar sus beneficios en 2016 hasta un total de 36 millones de euros, gracias en gran parte a medidas de ahorro de gasto introducidos por el purpurado australiano.
Pero también es cierto que aún preocupan al menos dos cosas en los pasillos de la Curia respecto a las finanzas de la Santa Sede. Problemas no precisamente menores que ni Pell ni Milone han podido solucionar.
Uno, que las medidas anti-blanqueo y anti-financiación del terrorismo anunciadas por el Vaticano no parece haber calado tan hondo como deberían en la Secretaría para la Economía. Y dos, de las 751 operaciones identificadas como sospechosas por la independiente Autoridad de Información Financiera (AIF) de la Santa Sede desde 2015, solo dos han sido encausadas por el Promotor de Justicia, el «fiscal» del Vaticano.
Esta continuada falta de transparencia en las cuentas del Vaticano -combinada con la renuencia a enjuiciar a los responsables de las turbias transacciones señaladas por la AIF- preocupan sobre todo de cara a la nueva auditoria de Moneyval a la que la Santa Sede habrá de someterse a finales de este año. Por eso, fuentes en Roma apuntan a que, en el caso de Milone, el Papa Francisco no pudo esperar más para que se produjera la prometida regeneración total de la cultura financiera del Vaticano. Hasta tal punto, de hecho, en el que el pontífice pudo haber pedido a Milone directamente que se dimitiera.
«El Papa valientemente ha reconocido que nombró al hombre equivocado, a pesar de que fue Pell quien eligió a Milone», apuntan fuentes citadas por el periódico Corriere della Sera. «Francisco ha decidido asumir la responsabilidad también por aquellos que obraron mal en su nombre». Por eso, solo parece ser cuestión de tiempo hasta que la próxima cabeza en rodar en la Secretaría para la Economía sea la de Pell, el máximo responsable de este fracasado intento de reformar las finanzas del Vaticano. Las acusaciones de abuso ya han provocado su excedencia, que podría hacerse definitiva.