Barros asiste al encuentro con Francisco en la sacristía de la catedral

El Papa, a los obispos: «Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados»

"La Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos"

El Papa, a los obispos: "Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados"
El Papa, con los obispos chilenos. Entre ellos, Juan Barros A. Spadaro

No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie. Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo

(J. B.).- «Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como ‘loros’ lo que decimos». Tras su encuentro con la vida religiosa, Francisco habló brevemente a los 34 obispos chilenos. Entre ellos, Juan Barros, cuya presencia ha desatado una cadena de críticas que amenazan con amargar la ruta papal.

Fue muy breve Bergoglio en su intervención, conocedor de que hace apenas un año los obispos chilenos reaizaban la visita Ad Limina, y que allí habían tratado todos los temas. Sí quiso Francisco hacer hincapie en la crítica al clericalismo, que «va apagando el fuego profético de la Iglesia», recordando a los prelados que «la Iglesia no es ni será nunca de una elite de sacerdotes u obispos».

Antes de nada, el Papa saludó a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, «el obispo más anciano del mundo», que ha vivido «cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente».

En su discurso, Bergoglio pidió «estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros», puesto que «si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo«.

 

 

Una paternidad «que no ni paternalismo ni abuso de autoridad», sino «un don a pedir», que se basa en «la conciencia de ser pueblo«, frente a la conciencia de orfandad de nuestras sociedades.

«Nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos«, advirtió Bergoglio, quien añadió que «no podremos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo»

«La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida«, criticó el Papa.

Un error que lleva a olvidar que «la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo», lo que «limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro».

Y es que, concluyó el Papa, «el clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados».

Por ello, pidió a los obispos que su misión se dé «en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie».

«Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo», desde las costumbres a los horarios, pasando por «toda estructura eclesial», para beneficio de todo el pueblo santo de Dios.

Tras su discurso a los obispos, el Papa se dirigió al santuario de San Alberto Hurtado, y cerró el día con un encuentro privado con las comunidades jesuitas.

 

 

 

Palabras del Papa:

Queridos hermanos:
Agradezco las palabras que el Presidente de la Conferencia Episcopal me ha dirigido en nombre de todos ustedes.
En primer lugar, quiero saludar a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, que este año cumplirá 60 años de obispo (es el obispo más anciano del mundo, tanto en edad como en años de episcopado), y que ha vivido cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente.
Dentro de poco se cumplirá un año de su visita ad limina, ahora me tocó a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea después de haber estado con el «mundo consagrado». Ya que una de nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad. Un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de san José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.
Sé que tenemos poco tiempo para este «saludo», pero me gustaría retomar algunos puntos del encuentro que tuvimos en Roma y que puedo resumir en la siguiente frase: la conciencia de ser pueblo.
Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, sentir que no pertenecen a nadie. Este sentir «postmoderno» se puede colar en nosotros y en nuestro clero; entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie, nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos. No podremos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo. Olvidarnos de esto -como expresé a la Comisión para América Latina- «acarrea varios riesgos y/o deformaciones en nuestra propia vivencia personal y comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado».[1] La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida.
La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados».[2]

 

 

Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo. Los seminarios deben poner el énfasis en que los futuros sacerdotes sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de Dios, reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de cualquier forma de clericalismo. El sacerdote es ministro de Jesucristo: protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en ese escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie.
Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una autopreservación eclesiástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo que nos aparte del mandato misionero.[3]
Hermanos, encomendémonos a la protección maternal de María, Madre de Chile. Recemos juntos por nuestros presbiterios, por nuestros consagrados; recemos por el santo Pueblo fiel de Dios.
_______________________
[1] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (21 marzo 2016).
[2] Ibíd.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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