Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga
(Jesús Bastante/José Manuel Vidal).- Es uno de los mensajes más esperados, y a fe que el Papa no ha defraudado. En su mensaje para la Cuaresma, publicado este mediodía, Francisco ha denunciado a los «falsos profetas» que «engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio».
El mensaje, titulado «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría», está tomado de unas palabras del Papa en el Monte de los Olivos. ¿Y quiénes son estos falsos profetas? Son «encantadores de serpientes», asegura el Papa, que «se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren».
«Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad», se lamenta Bergoglio, quien también arremete contra los «‘charlatanes’ que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles».
Entre ellos, «el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas», o «una vida completamente virtual» y sin sentido. «Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar», lamenta el Papa, quien apunta cómo «el engaño de la vanidad» que nos hace «caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás».
«No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre», revela Francisco, quien invita a todos a «discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas».
Citando a Dante, Francisco se pregunta «¿cómo se enfría en nosotros la caridad?». Su respuesta, clara: «Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males»». Todo esto, añade, «se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas».
Un desastre que también se refleja en el planeta: «La tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos -que en el designio de Dios cantan su gloria- se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte».
¿Qué podemos hacer?, se pregunta Bergoglio, quien ofrece, «en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno«. Especialmente, el ejercicio de la limosna, que «nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío».
«Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida«, concluye el Papa, quien pidió a los fieles que «viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia».
«El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer», subraya Francisco, quien «querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos».
Pese a todas las dificultades, señala el Papa, «si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga». Por ello, propone la iniciativa «24 horas para el Señor«, que este año tendrá lugar los 9 y 10 de marzo. Por ello, pide que «en cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental».
Presentación de Natalia Peiro y el cardenal Turkson
La presentación del documento corrió a cargo de la nueva secretaria general de Cáritas española, Natalia Peiro, invitada por el Vaticano junto al cardenal Turkson, y que reivindicó una caridad basada en «la oración y la acción», para poder seguir siendo «una caricia al doliente en los márgenes del camino»
Mientras el cardenal Turkson señaló que «con este mensaje, el Papa quiere acompañar a la Iglesia en la Cuaresma» y que «prestemos atención a los obstáculos que impiden responder a la llamada del amor», la secretaria general de Cáritas española dice que «Cáritas se conjuga en femenino, como la caridad y la Iglesia».
Intervención de Natalia Peiro, secretaria general de Cáritas Española
Eminencias, señoras y señores, queridos amigos.
Buenos días.
Traigo a esta mesa la voz de los 85.000 voluntarios de Cáritas Española cuyas manos son el instrumento palpable de esa naturaleza de nuestra misión a la que nuestro querido papa Francisco ha descrito como la caricia de la Iglesia a todos los descartados.
Y traigo, también, el clamor de las personas que acompañamos, que son ejemplo de tenacidad y portadores de propuestas para cambiar el mundo.
Como ven, no es menor el empeño. Disculpen, por ello, mi atrevimiento por intentar convertirme en portavoz de todos ellos, que son el rostro real, unos, de la entrega gratuita a favor de la dignidad de los empobrecidos y, otros, de la valentía a la hora de enfrentarse a las dificultades y reclamar la protección de sus derechos vulnerados.
Lo hago con el objetivo de traer a este acto, convocado en torno al inspirador Mensaje de la Cuaresma del Santo Padre, el testimonio real, aunque siempre anónimo, de la caridad, de ese amor que, en palabras del apóstol Pablo, «no pasa nunca, es paciente y muestra comprensión, no busca su propio interés ni se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad».
Cáritas, sus voluntarios y voluntarias, todos sus trabajadores y participantes, es la expresión de ese gozo en la verdad de quien lucha contra la injusticia y se rebela contra la desigualdad.
Como nos recuerda el Santo Padre, la Cuaresma es un tiempo litúrgico especialmente propicio para reflexionar y purificar, en el seno de cada comunidad cristiana y el corazón de cada creyente, la primacía de la caridad en la vida de la Iglesia.
Nuestra confederación internacional, integrada por 165 Cáritas nacionales con presencia activa en más de 200 territorios en todo el mundo, da testimonio de cuál es la dimensión universal de esa diakonía y de cómo la verdadera prioridad del anuncio de la Buena Nueva pasa por compartir los gozos y las alegrías, las sombras y las incertidumbres de todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Nuestra visión bebe de las fuentes que brotan del anuncio del Evangelio de los pobres y de nuestro compromiso indisociable con la acción y la propuesta. Hablamos de un compromiso que pasa por vincular, como el dorso y el envés de una mano, la oración y la acción. Sin esta dimensión dual no sería posible impulsar una labor transformadora que logre poner a las personas en el centro.
En Cáritas Española nos gusta decir que somos un corazón que ve, que late a través del compromiso de nuestros agentes en las periferias donde la precariedad muerde con más fuerza.
Esos son los territorios donde la Doctrina Social de la Iglesia nos demanda la opción prioritaria por los más desfavorecidos y la búsqueda de sus interrelaciones:
– el drama de la movilidad humana;
– el escándalo de la trata de personas;
– los efectos de la sostenibilidad medioambiental y el cuidado de la Creación en los derechos de las comunidades más vulnerables;
– la lacra de la violencia contra mujeres, ancianos y niños;
– la precariedad laboral;
– o la falta de unos recursos mínimos para que una buen aparte de la Humanidad pueda satisfacer con dignidad las necesidades básicas, mientras aumenta la escandalosa acumulación de riqueza en manos de una exigua minoría.
Para Cáritas, nada de lo humano nos puede resultar ajeno, porque en el rostro de cada hermano se manifiesta el rostro de Dios. Esa convicción late en nuestra campaña institucional de este año, que hemos convocado bajo el lema «Tu compromiso mejora el mundo».
Es un mensaje que supone exigencia y diligencia. Es decir, respuestas cercanas, rápidas, eficaces y de calidad, que caminen de la mano de propuestas constructivas para impulsar unos modelos sociales realmente equitativos y justos que, en definitiva, redunden en la construcción de un modelo de desarrollo que alimente ese anhelo universal de paz que, como propugnaba Juan XXIII, «ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad».
El tiempo litúrgico de Cuaresma nos ofrece, con esa invitación al ayuno y la oración, una nueva oportunidad de introspección sobre cuál es nuestro grado de compromiso con el otro, en especial con el que se encuentra en mayor dificultad.
Es un tiempo litúrgico apropiado para el reconocimiento sincero sobre cuál es nuestra aportación al bien común y a la construcción del Reino. Es una buena ocasión para ejercitar un rebajamiento del ego, del yo, para diluirlo en ese territorio grande y amplio del nosotros que pasa por reconocer en el otro la presencia real de Cristo.
Como decía Miguel de Cervantes, «nadie es más que otro si no hace más que otros».
Cáritas, que se conjuga en femenino, como la caridad y como la Iglesia, Madre y Maestra, es una propuesta para intentar hacerlo todo por los otros, para amar y acariciar al hermano necesitado. Es la caricia samaritana que auxilia al doliente en los márgenes del camino, sin preguntar por su origen, su identidad o su condición.
Espero que mi voz haya servido para transmitir el testimonio de todos esos a quienes señalaba al principio: los millones de personas anónimas que entregan lo mejor de sí mismos y los pobres que nos evangelizan. Todos ellos son los que proclaman al mundo que «ubi caritas et amor est, ibi Deus est», allí donde está la caridad, se encuentra Dios.
Muchas gracias.
Después interviene monseñor Christof, que trabaja en el dicasterio del ‘Desarrollo humano integral’, explica el lema del dicasterio y los subsidios para ayudar en todo el mundo.
En el turno de preguntas, se le planteaa al cardenal Turkson su opinión sobre los recientes sucesos italianos, en los que una persona de extrema derecha disparó contra varios emigrantes. El cardenal responde que se trata de una especie de «extensión de la iniquidad» y pide que «no se margine a los emigrantes» y se promuevan y protejan sus derechos y se «integre a estas personas en la sociedad»
El Papa invita a los representantes de otras religiones a participar en el ayuno, ¿puede ser un elemento de paz entre las religiones?, le preguntan. Turkson responde que sí. Porque la práctica del ayuno es reconocer que «el cuerpo y sus deseos no son siempre en sintonía con el espíritu» y hay que «domarlos».
Natalia Peiro asegura que «es una buena noticia que encontremos maneras de hacer y símbolos que puedan unir a todas las personas». «El ayuno puede acercarnos a las personas que sufren necesidades y puede ser compartido por católicos y no católicos», añade.
Otro periodista pregunta sobre los pasajes del mensaje papal que se refieren a la violencia. Turkson responde que «la no violencia no es solo una retórica contra la guerra, sino una defensa contra cualquier tipo de atentado contra la dignidad de la persona». «La no violencia nos invita a respetar la dignidad de la persona»
La cadena Cope le pregunta a Natalia Peiro si habló con el Papa. «No he podido hablar con el Papa. Caritas sigue todas las invitaciones del Papa, para focalizarnos en cuestiones que nos preocupan a todas las Iglesias. La invisibilización de la pobreza y dar testimonio en pro de una cultura del encuentro son cosas que se nos piden como católicos y que en Cáritas vamos a impulsar mucho durante estos próximos años»
Texto del mensaje papal para Cuaresma:
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos -que en el designio de Dios cantan su gloria- se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos
FRANCISCO
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[1] Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.
[2] «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (Infierno XXXIV, 28-29).
[3] «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
[4] Núms. 76-109.
[5] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.
[6] Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.
[7] Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.