China promueve programas a largo plazo encaminados a brindar a un número considerable de ciudadanos la posibilidad de superar la pobreza
(C. Doody/Agencias).- «La misión de la Iglesia en China hoy es la de ser ‘totalmente católica y genuinamente china’, haciendo que el Evangelio de Jesús esté a disposición de todos y poniéndolo al servicio del bien común». El ‘ministro de Exteriores’ vaticano, Paul Richard Gallagher, es optimista respecto al inminente acuerdo entre Pekín y Roma que normalizaría la presencia católica en el país asiático.
«Debería ser posible establecer las coordenadas de una auténtica presencia cristiana en China, que podría presentar la naturaleza especial y la novedad del Evangelio en un contexto profundamente arraigado en la identidad específica de la milenaria cultura china», reflexionó el secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano, durante la sesión de apertura de la Conferencia Internacional ‘Cristianismo en China: Impacto, interacción e incultura’, que tuvo lugar en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma del 22 al 23 de marzo.
Por otro lado, recuerda que «a lo largo del tiempo, las relaciones entre China y la Iglesia Católica han pasado por diferentes fases, alternando momentos de cooperación fructífera a otros de gran incomprensión y hostilidad, llevando, a veces, a situaciones en las que la comunidad de fieles experimentaba grandes sufrimientos».
También señaló «la inculturación de la fe a través de la experiencia concreta del conocimiento, la cultura artística y la amistad con el pueblo chino», lo que hizo posible un encuentro fructífero entre el ‘mundo cristiano’ y el ‘mundo chino’.
«Al considerar la misión y la reflexión teológica, cabe destacar dos expresiones o, más exactamente, dos principios que deberían interactuar entre sí, a saber, la ‘chinización’ y la ‘inculturación’«, opina.
Igualmente, destacó la «extraordinaria» contribución que muchos jesuitas a lo largo de los siglos aportaron «al redescubrimiento de la cultura china», permitiendo pasar del impacto inicial con un mundo tan lejano al encuentro con el patrimonio científico, técnico, filosófico y moral de Occidente.
En este sentido, avisa de dos peligros que se deben evitar en la labor de la Iglesia en China como el «proselitismo» y la «proclamación abstracta de la fe». «También en China, Dios ya está presente y activo en la cultura y en la vida del pueblo chino», subraya.
En otro momento de su discurso, Gallagher hizo hincapié en que «hoy más que nunca, China continental se encuentra en el centro del interés político, económico y cultural». «China está adoptando claramente un nuevo enfoque sobre los equilibrios existentes en las relaciones internacionales y también está consolidando su presencia en los países en desarrollo», apuntó.
Además, valoró cómo en política interna «China promueve programas a largo plazo encaminados a brindar a un número considerable de ciudadanos la posibilidad de superar la pobreza. Al mismo tiempo, el sistema cultural chino impulsa con decisión las áreas de la investigación científica y tecnológica».
Por eso, define el momento histórico como un «momento geoestratégico caracterizado por la creciente influencia de China en el escenario internacional, que quiere recuperar una posición central en el mundo».
Obispo de Mindong: «No hay obstáculos para el acuerdo si todos pensamos en el beneficio para la paz»
China y el Vaticano, dos Estados sin relaciones diplomáticas oficiales desde 1951, están cerca de rubricar un acuerdo para el nombramiento conjunto de obispos (uno de los principales temas que los separa), algo que Roma y Pekín consideran un paso histórico pero que no todos ven con buenos ojos.
El acuerdo, del que adelantó algunos detalles el secretario de Estado de la Santa Sede Pietro Parolin el pasado mes de febrero, daría el visto bueno de Roma a siete obispos ordenados por la Iglesia Patriótica china, regulada por el Partido Comunista y desligada del Vaticano.
En el pasado, algunos obispos de esa Iglesia oficial china fueron excomulgados por Roma, pero incluso prelados sancionados por tales medidas, como Vincent Zhan Silu (de la diócesis de Mindong), aseguran que «no hay obstáculos para el acuerdo si todos pensamos en el beneficio que obtendrá la Iglesia por el bien de la paz».
Por otro lado, según señaló a Efe el sinólogo italiano Francesco Sisci, que ha seguido durante décadas los lazos chino-vaticanos, el acuerdo «es más amplio que sólo el nombramiento de obispos, también afecta a la vida de la Iglesia y podría ayudar a estabilizar no sólo ordenamientos futuros sino la vida de los presentes».
El documento, cuya rúbrica podría ser inminente, sería renovable cada dos o tres años y fijaría otros asuntos comunes entre Roma y Pekín, suponiendo una especie de concordato extraoficial similar al que la Santa Sede tiene con otros países para regular sus lazos diplomáticos.
Las fuentes consultadas coinciden en que el acuerdo no incluiría que el Vaticano rompa sus lazos diplomáticos con Taiwán, una de las condiciones que China suele imponer para dialogar con otros Estados, y que el Gobierno de Pekín se contentaría con la apertura de una oficina de coordinación en este país.
A pesar de ello, los actuales contactos entre Roma y Pekín han causado nerviosismo entre la comunidad católica y en el Gobierno de la isla, que ve en el Vaticano a uno de los aliados diplomáticos más importantes entre los veinte estados con los que mantiene relaciones.
Las negociaciones, en otro orden de cosas, tienen sus opositores en el seno mismo de la iglesia, encabezados por el cardenal y obispo emérito de Hong Kong, Joseph Zen, quien en una carta pública acusaba a Roma de «venderse» a un régimen, el comunista chino, donde muchos católicos siguen siendo perseguidos.
En la misiva, con lenguaje agresivo y dirigida al cardenal Parolin, Zen -que de joven huyó del régimen comunista chino y se refugió en Hong Kong- amenazaba con «retirarse a la vida monástica» si se alcanzaba un acuerdo que en su opinión traicionaría a católicos que durante décadas han sufrido represión.
En China continental, otro texto publicado por católicos chinos a través de Asia News (medio ligado a las misiones vaticanas) aseguraba que la comunidad clandestina estaba siendo excluida de las negociaciones, porque en su opinión «olvida las persecuciones».
Según los detalles filtrados del acuerdo, éste forzaría a claudicar a Roma apartando a dos obispos «leales a Roma» y sustituyéndolos por «oficiales»: serían el prelado de Shantou, Zhuang Jianjian, y el de Mindong, Guo Xijin (dando vía libre al antes mencionado Vincent Zhan Silu).
La ruptura de lazos diplomáticos en 1951, cuando el régimen maoísta expulsó al nuncio vaticano Antonio Riberi, sumada a la creación de la Iglesia Patriótica en 1957, dividió a los católicos chinos -unos 12 millones en la actualidad- en dos grupos, uno «clandestino» aún ligado a Roma y otro oficialista.
En 2007 Benedicto XVI intentó poner fin a esa separación con una trascendental carta a los católicos chinos en la que aseguraba que tal división no existía, llamando a la unidad y a la reconciliación a los creyentes de esta fe.
Su antecesor Juan Pablo II también quiso acercarse a la Iglesia Patriótica, llegando a reconocer en los años 80 a una treintena de obispos designados unilateralmente por Pekín, mientras que el actual pontífice Francisco se ha mostrado conciliador con el presidente chino, Xi Jinping, y ha expresado repetidamente su deseo de visitar el país.
En 2014, fue notable que China autorizara al avión papal a sobrevolar su espacio aéreo cuando Francisco regresaba de una visita oficial a Corea del Sur: Jorge Bergoglio relató después que mientras pasaba sobre el gigante asiático rezó por los católicos de este país, que en sus propias palabras desearía pisar «mañana mismo».