El afán de poder y de gloria constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente
(Jesús Bastante).- Una mañana soleada recibió a Francisco en Kaunas, la ‘otra’ capital de Lituania. 150.000 personas esperaban al Papa en el parque Santakos, que acogió la primera Eucaristía de este viaje. Una visita que va a vivir una de sus jornadas más emotivas esta tarde, con la visita al Museo de la Ocupación y de la Lucha por la Libertad, que incluirá una breve parada de oración ante el Monumento a las víctimas del gueto.
En 1941, la práctica totalidad de la población judía del país murió asesinada por el nazismo: 195.000 de los 210.000 que residían en Lituania. No obvió Francisco el doloroso recuerdo del genocidio nazi o la dominación soviética en su homilía, donde recordó los «momentos de cruz que parecen interminables» del pueblo lituano. «Kaunas sabe de esto; Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros».
El Evangelio de hoy llamaba al miedo a la ausencia de Dios, que también pasaron los discípulos camino hacia Jerusalén. Jesús anunció hasta en tres ocasiones su Pasión a los discípulos, y «ellos expresaron tres veces su desconcierto y resistencia».
Lituania también vivió esos momentos. «Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición«, lamentó Francisco.
«Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído. Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que él interviniera en vuestra historia», afirmó Francisco, quien recordó que «los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias».
Frente a ello, Jesús, y el Papa, con una advertencia: «Hermanos: el afán de poder y de gloria constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente».
Entonces, como hicieron los discípulos de Jesús, «se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros. Y así negamos nuestra historia».
Impressionnante chorale pour le chant du Gloria, lors de la messe célébrée par le pape François en Lituanie… #PopeInBaltics
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Bergoglio advirtió de esta «actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel». «No podemos ser como esos ‘expertos’ espirituales, que solo juzgan desde afuera y se entretienen en un continuo hablar sobre ‘lo que habría que hacer’«, denunció.
Frente a las luchas de poder y el rechazo del sacrificio, Jesús los llama y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer. «¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?», se preguntó.
«Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces.», respondió, incidiendo en que «nadie puede hacerse el distraido, o argumentar que es responsabilidad de otro porque ‘Yo no lo vi’ o ‘estoy más lejos'».
«Sin protagonismos, sin querer ser los aplaudidos o los primeros», el Papa abogó por «ser una Iglesia ‘en salida’, no tener miedo a salir y entregarnos aun cuando parezca que nos disolvemos, perder en pos de los más pequeños, de los olvidados, de aquellos que habitan en las periferias existenciales«.
Pero sabiendo que «ese salir implicará también en ocasiones un detener el paso, dejar de lado ansiedades y urgencias, para saber mirar a los ojos, escuchar y acompañar al que se quedó al borde del camino», apuntó, el Papa, poniendo el ejemplo del padre del hijo pródigo, «que se queda a la puerta esperando su regreso, para abrirle apenas llegue».
Al igual que él, Francisco invitó a recibir a Jesús «en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños. Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo», y así «sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos».
#PopeinBaltics
Être une Église « en sortie », c’est ne pas avoir peur de sortir et se dépenser aussi quand il semble que nous nous anéantissons, nous perdre derrière les plus petits, les oubliés, ceux qui vivent dans les périphéries existentielles. #Homélie #Lituanie @KTOTV pic.twitter.com/d7YLhRkqbr— Etienne Loraillère ن (@Eloraillere) 23 de septiembre de 2018
Homilía del Papa
Queridos hermanos:
San Marcos dedica toda una parte de su evangelio a la enseñanza de los discípulos. Pareciera que Jesús, a mitad de camino hacia Jerusalén, quiso que los suyos volvieran a elegir sabiendo que ese seguimiento suponía momentos de prueba y de dolor. El evangelista relata ese período de la vida de Jesús recordando que en tres ocasiones él anunció su pasión; ellos expresaron tres veces su desconcierto y resistencia, y el Señor en las tres oportunidades quiso dejarles una enseñanza. Nosotros acabamos de escuchar la segunda de esas tres secuencias (cf. Mc 9,30-37).
La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición. El libro de la Sabiduría nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno (cf. 2,10-20).
Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído. Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que él interviniera en vuestra historia. Kaunas sabe de esto; Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros; y puede decir al unísono con el apóstol Santiago, en el fragmento de su carta que hemos escuchado: ambicionan, matan, envidian, combaten y hacen la guerra (cf. 4,2).
Pero los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias. Y san Marcos recuerda que se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor. Hermanos: el afán de poder y de gloria constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente. Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros. Y así negamos nuestra historia, «que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96). Es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel. No podemos ser como esos «expertos» espirituales, que solo juzgan desde afuera y se entretienen en un continuo hablar sobre «lo que habría que hacer» (cf. ibíd.).
Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer. ¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias? Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces. «En medio» significa equidistante, para que nadie se pueda hacer el distraído, ninguno pueda argumentar que «es responsabilidad de otro», porque «yo no lo vi» o «estoy más lejos». Sin protagonismos, sin querer ser los aplaudidos o los primeros. Allá, en la ciudad de Vilna, le tocó al río Vilna aportar su caudal y perder su nombre ante el Neris; acá, es el mismo Neris el que pierde su nombre aportando su caudal al Nemunas. De eso se trata, de ser una Iglesia «en salida», de no tener miedo a salir y entregarnos aun cuando parezca que nos disolvemos, de perder en pos de los más pequeños, de los olvidados, de aquellos que habitan en las periferias existenciales. Pero sabiendo que ese salir implicará también en ocasiones un detener el paso, dejar de lado ansiedades y urgencias, para saber mirar a los ojos, escuchar y acompañar al que se quedó al borde del camino. A veces tocará comportarse como el padre del hijo pródigo, que se queda a la puerta esperando su regreso, para abrirle apenas llegue (cf. ibíd., 46); y otras, como los discípulos que tienen que aprender que cuando se recibe a un pequeño es al mismo Jesús a quien se recibe.
Porque por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños. Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1). Por eso, y porque como comunidad nos sentimos verdadera e íntimamente solidarios del género humano -de esta ciudad y de toda Lituania- y de su historia (cf. ibíd.), queremos entregar la vida en el servicio y en la alegría, y así hacer saber a todos que Cristo Jesús es nuestra única esperanza.
#PapaFrancesco è arrivato nel Parco Santakos a Kaunas, per la celebrazione della Santa Messa. In diretta su #TV2000 (Canale 28 – https://t.co/L91Eozy0Lc).#23settembre #PapaLituania #PopeInBaltics #PopeInLithuania @luciobrunelli @diariotv2000 pic.twitter.com/KFuomCRmA7
— Tv2000.it (@TV2000it) 23 de septiembre de 2018