Francisco visita las obras de las misioneras de la caridad en la capital de Estonia

El Papa, con los más pobres de Tallín: «El Señor no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad»

"Nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto"

El Papa, con los más pobres de Tallín: "El Señor no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad"
Francisco visita las obras de las misioneras de la caridad en la capital de Estonia RD

Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. ¿Puede contar con vosotros?

(Jesús Bastante).- Una familia con nueve hijos, asistida por las misioneras de la caridad. Ellos fueron los que recibieron a Francisco a su entrada a la catedral católica de Tallín, en el que seguramente sea el momento más cercano de esta tercera etapa del Papa en los bálticos.

Y es que Francisco no quiso irse de Estonia sin tener un espacio con los católicos del país, que dejan buena parte de sus energías en trabajar con las víctimas del alcohol, la violencia, el paro y el descarte. Los pobres y el Papa de los pobres, juntos en Tallín.

Se veía al Papa feliz, y orgulloso de la semilla que deja la minoría católica (apenas 7.000) en el país, de esa caricia de misericordia que la Iglesia estonia da a los más necesitados.

En sus breves palabras, el Papa agradeció a los pobres «recibirme en vuestra casa», y a los voluntarios católicos «por vuestro testimonio y por haber querido compartir con nosotros lo que lleváis dentro del corazón». Las monjas de Madre Teresa respiraban, emocionadas.

 

 

Marina, de 40 años, no quiso micrófono, sino que se acercó al Papa y le contó su historia de pobreza y miseria, con su marido en la cárcel, y sus cinco hijos. Ahora tienen nueve. «Un día, lo recuerdo bien, mis hijos llegaron a casa acompañados por dos monjas vestidas de blanco»… y ahí no pudo más. Se emocionó. Su familia fue la que recibió al Papa a la llegada al templo.

Otro hombre, Vladimir, asediado durante años por el alcohol, también agradeció a las monjas que le salvaran la vida. Y tampoco pudo seguir, abrazándose al Papa que se acercaba para consolarle.

Francisco felicitó a ambos «por el testimonio que nos habéis regalado», especialmente a Marina y a su esposo. «Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza».

 

 

En esta tierra, recordó Francisco, «donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo».

Francisco quiso dar las gracias especialmente a las religiosas, que «no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios». «Habéis dicho que eran ángeles que venían a visitaros -improvisó-. Y es verdad, son ángeles. Sois ángeles«.

«Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado»», señaló. Un amor «que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa, como sucede en este hogar. Amor que sabe de compasión y de dignidad».

«La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera», pidió.

 

 

Un milagro que representa Vladimir. «Encontraste hermanas y hermanos que te regalaron la posibilidad de despertar el corazón y ver que, en todo momento, el Señor te buscaba incansablemente para vestirte de fiesta y celebrar que cada uno de nosotros es su hijo muy querido», porque «la mayor alegría del Señor es vernos nacer de nuevo, por eso no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad«.

Algo que sólo se consigue sintiendo que «nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto. «Quisiera invitaros a seguir creando lazos. A que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia».

Sin hacer proselitismo, pero dándolo todo. «Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. ¿Puede contar con vosotros?«, concluyó, pidiendo a los más pobres que no se olvidaran de rezar por él.

 

 

Palabras del Papa:

Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por recibirme esta tarde en vuestra casa. Para mí es importante realizar esta visita y poder estar aquí entre vosotros.

Gracias a vosotros por vuestro testimonio y por haber querido compartir con nosotros lo que lleváis dentro del corazón.

En primer lugar, quisiera felicitaros a ti, Marina, y a tu esposo, por el hermoso testimonio que nos habéis regalado. Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza. Por eso es reconfortante escucharte decir: «Damos gracias al Señor por la comunión y el amor que reina en nuestra casa». En esta tierra, donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo.

Gracias por compartir también el testimonio de esas hermanas que no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios.

Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34). Amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa, como sucede en este hogar. Amor que sabe de compasión y de dignidad.

La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera.

Creo que ese es el milagro del que tú nos hablaste Vladímir. Encontraste hermanas y hermanos que te regalaron la posibilidad de despertar el corazón y ver que, en todo momento, el Señor te buscaba incansablemente para vestirte de fiesta (cf. Lc 15,22) y celebrar que cada uno de nosotros es su hijo muy querido. La mayor alegría del Señor es vernos nacer de nuevo, por eso no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad. Por esta razón, son importantes los lazos, sentir que nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto.

Quisiera invitaros a seguir creando lazos. A que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia. Jesús llamó a los discípulos, y hoy también os llama a cada uno de vosotros, queridos hermanos, para seguir sembrando y transmitiendo su reino. Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. ¿Puede contar con vosotros?

Gracias por el tiempo que me habéis regalado. Ahora me gustaría daros la bendición para que el Señor siga haciendo milagros por medio de vuestras manos.

Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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