Italia gana el Mundial de fútbol

(PD/Agencias).- Italia se ha convertido en campeona del mundo por cuarta vez en su historia tras vencer a Francia en los penaltis. Zidane, que jugaba el último partido de su carrera, fue expulsado por agresión en el minuto 110.

Italia conquistó, como es de rigor cada doce años, su cuarto Mundial, en una final que capitalizó Zidane, para lo bueno y para lo malo. Sólo Lippi le ganó a Doménech. Porque en el césped, Francia fue mejor y mereció no llegar a la bonoloto de las penas máximas.

La final arrancó con el sello imborrable de Zidane, que ejecutó un tempranero penalti sobre Malouda, sólo como los especímenes únicos sueñan y se atreven. En su partido de despedida, en una final del Mundial y en las barbas del mejor portero del mundo, el ‘quinto elemento’ ejecutó la pena -¡qué temarario alarde!-a lo Panenka… pero con más suavidad, altura y efecto. Casi nada.

El balón, manso tras el toque frívolo, pegó en el larguero y picó medio metro detrás de la línea de gol ante el asombro de los 75.000 alucinados del Olímpico de Berlín y los 1.000 millones que lo veían por televisión. El ‘eterno 5’ sacaría su peor cara agrediendo con un cabezazo a Materazzi, que lo sacó de quicio con las ‘malas’ artes de la palabrería.

La infracción del penalti fue otro exceso de ardor guerrero de Materazzi, que tocó a Malouda cuando iba lanzado a la portería tras una dejada de cabeza de Henry, ejemplar toda la nocho. Justo lo contrario que un Totti borrado del mapa por la pinza Thuram-Vieira-Makelele, infranqueable casi toda la noche. Ni un solo destello del fantasista italiano, ridiculizado en el mejor escaparate en su despedida de la azzurra.

Italia despierta

Pero Italia se levanta casi siempre. Y lo hizo una vez más. Con el partido ya más sereno, con el dorado balón específico de la final en posesión azzurra, un simple saque de esquina de Camoranesi le dio la opción a Materazzi para volar sobre Vieira y empatar. Sin ambages. Con rotundidad. 1-1 y a jugar, que esto no había hecho más que comenzar (19’).

El empate mostró los papeles cambiados de dos estilos balompédicos que han pasado por el diván del psiquiatra en este torneo. Italia, con el balón y el dominio. Francia, a la contra con la mediación de Zidane y la culminación de Henry. Dos mundos al revés, aunque en la línea de lo visto a lo largo del Mundial. En eso sí fueron fieles.

No hubo más incidencias hasta el descanso que una ocasión de Toni que le sacó Thuram, otro de esos viejos cacharros franceses, y el correspondiente cabezazo al larguero del mismo 9 tanque italiano en el subsiguiente córner. Susto y a vestuarios.

Henry, sin gol

En la segunda parte, Francia recuperó la pelota y abrumó a Italia, sin rematarla de primeras. Excelentes Zidane, Malouda y Ribery para cercar al oponente en espera del detalle, del brillo, de la definición de Henry. Pero a Tití, como en la final de la Champions de París, le faltó gol. Fue su problema. En esas se lesionó Vieira y entró Diarra. Más monedas de la suerte con la cara italiana.

Lippi, ante el nuevo panorama (Diarra no era lo mismo), fue listo y resucitó a su equipo con los cambios: Iaquinta y De Rossi por Totti (una sombra) y Perrota (un fantasma). Al minuto, 62, ya estaba Toni marcando, aunque en fuera de juego. Luego contestó la tricolor con la ocasión de Henry sacada por Buffon. Pero siempre desde la sensación de que con Cannavaro no habría quien le marcara un gol a Italia. Al menos en jugada.

Tras un libre directo de Pirlo, y Del Piero por Camoranesi, no quedaron fuerzas más que para esperar a la prórroga. Italia se había librado. Y Francia estaba cansada, aunque con la conciencia clara al respecto de su superioridad.

Los franceses echaron el resto, que les merecía la pena en el adiós de la generación del 98. Oportunidades de Ribery (antes de ser sacrificado por Trezeguet, en una discutida decisión de Domenech) y de Zidane con la cabeza, aunque Italia permanecía paciente, fiándolo todo a su histórica buona fortuna o a los penaltis, que les tocaba ganarlos tras perderlos con Brasil en el 94.

Para la segunda parte de la prórroga, Domenech tiró de Wiltord (por Henry) para juntar a la pareja que acabó, por cierto, con la misma Italia en la final de la Eurocopa 2000. Entonces fue con Gol de Oro, aquél experimento anti penaltis.

La agresión de Zidane

Y llegó lo inesperado, el chivatazo bien intencionado de Medina Cantalejo por una reprobable agresión de Zidane a Materazzi (107’), al que cabeceó en el pecho en un cruce de cables que pasa ya a la Historia de los Mundiales.

En un segundo, Zidane echó por tierra parte de su prestigio el día de su despedida. Elizondo, que no lo vio, al final expulsó al capitán francés.

Todo comenzaba a estar del lado de Italia, que mereció perder hasta contra diez. Doménech, de todas formas, no estuvo tan acertado en los cambios como Lippi. Y todo cuenta. No se atrevió a sacar del campo a Zizou, que estaba lógicamente fundido, y sí a Henry.

En los penaltis, dos porteros bien distintos. Buffon, en su esplendor, y Barthez, cerca del adiós. Uno alto y el otro bajo. Pirlo abrió la serie con gol. Como Wiltord. Y Materazzi. No así Trezeguet, que la envío al larguero.

De Rossi sí marcó (3-1). También Abidal. Lo mismo que Del Piero (4-2). En Sagnol quedó la responsabilidad. Si fallaba, adiós grandeur y bonjour, tristesse. No fue así. Anotó. Todo recayó en Grosso, el hombre del Mundial con aquél penalti forzado ante Australia y el golazo a Alemania. Lo metió.

5-3, cuarto campeonato para Italia y puede que amnistía para el corrupto balompié de clubes.

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