(PD/Agencias).- Quien vio el miércoles el primer partido de Rafael Nadal en este Abierto de Estados Unidos tardó muy poco en reconocer que el jugador que contenía con apuros al desconocido Alun Jones se parecía muy poco al triple campeón de Roland Garros o al doble finalista de Wimbledon.
Nadal, que a sus 21 años llegaba a Flushing Meadows con otra oportunidad para acallar a quienes creen que las pistas duras aún no son su territorio, prácticamente no se movía. Sus habituales carreras persiguiendo los puntos más improbables no se vieron. Ganó, pero algo ocurría. Y lo que pasa no es precisamente alentador.
Un pinchazo en la rodilla izquierda el domingo mientras practicaba con Andy Murray hizo que, como ha dicho su tío Toni Nadal, jugar fuera «imposible». Un vuelo adelantado a Mallorca se cruzó por la cabeza de Nadal.
Y aunque dos días de descanso y de tratamiento con el médico de la federación italiana, Pier Francesco Parra, y el fisioterapeuta de la ATP, Michael Novotny, hicieron posible que jugara y ganara, necesita aún tiempo de recuperación. Y eso no está a su alcance en Queens, donde la dureza de las pistas es un problema añadido para el tenista de Manacor.
PROBLEMAS ANTERIORES
Para entender el último problema de Nadal hay que comprender el círculo vicioso del dolor. En la final de Wimbledon, fue la pierna derecha la que le dio problemas ante el suizo Federer.
Una semana después, ganó en la tierra batida de Stuttgart, pero lo hizo apoyándose mucho más en la izquierda, y empezaron los dolores. Ahora, tiene que volver a primar la derecha.
Es un equilibrio que, junto a la apuesta por no tomar riesgo, resta capacidad a Nadal. Y él sabe que «cuando no estás al 100% en un torneo como este te vas a la calle». El miércoles estuvo, como mucho, al 50%.
Dudosamente es suficiente para batir a su rival de hoy, Janko Tisparevic, un jugador más potente y mejor que Jones.
