El independentismo de Laporta pierde al Barça

El independentismo de Laporta pierde al Barça

Se acabaron los días de vino y rosas en can Barça. En apenas cuatro años, Laporta ha conseguido la gloria hasta caer en lo más bajo. De aquella directiva joven e ilusionada en la que el presidente «sólo era un representante», a una tiranía que ha perdido sus referencias.

Ha sido capaz de crear un proyecto ganador y de tirarlo por la borda en apenas dos años. De los directivos que entraron con él, apenas quedan unos pocos que, bien por amiguismo o por cobardía, no se atreven a elevar una voz. Demostrado queda el verdadero carácter del presidente; ha perdido los papeles en varias ocasiones, como cuando cogió del cuello a un ex empleado o acabó en calzoncillos en el Prat. Por no mentar las ansias pancatalanistas del presidente.

Ganó las elecciones de la noche a la mañana cuando todos daban por buena la victoria de Lluís Bassat. Ese día, un detalle que pasó desapercibido marcaría la legislatura de Laporta; sus colaboradores celebraron el triunfo electoral al grito de «¡Laporta president, Cataluya independent!».

Cuenta Toni Guerrero en la revista Época que el asalto al control del FC Barcelona, que desde la consolidación de la democracia había intentado el nacionalismo catalán -primero tratando de cortar el paso a Josep Lluís Núñez, promocionando al convergente Ferrán Ariño cuando Núñez ganó la primera presidencia, y luego con la costosa intentona de derrocarle oponiéndole a Sixte Cambra, que fue humillado por los socios- se había culminado por fin con éxito.

Al día siguiente de la victoria de Joan Laporta, el editor del diario Sport, Josep María Casanovas, comparó públicamente al ya entonces presidente del Barça con la figura del mítico John F. Kennedy. Ese nuevo caballero blanco debería ofrecer un perfil atractivo, fuerte, desacomplejado, viril… características que encontraron predicamento en la asimilación arquetípica con la figura de Kennedy. De esta manera Joan Laporta se sumaba a la lista de personajes locales que fueron comparados en su momento con el histórico mandatario norteamericano: el ex alcalde y ex conseller de CiU Josep María Cullell, y más recientemente, el líder de CiU, Artur Mas.

Para alcanzar los objetivos de su agenda personal, Joan Laporta no ha dudado en dilapidar el principal patrimonio de todo club de fútbol: su capacidad de integrar las diferencias ideológicas de una sociedad en un espacio común. La carga simbólica de cada uno de sus actos parecía indicar un rumbo claro, la transición desde la presidencia del FC Barcelona a la arena política catalana desempeñando un papel estelar: convertir al club en el estandarte del nacionalismo catalán.

El presidente del Barcelona empezó quitando la bandera española de La Masía, siguió negándose a mostrar el apoyo del FCB a la candidatura de Madrid 2012, y terminó presionando a algunos futbolistas de la primera plantilla para aparecer con una pancarta de apoyo al Estatuto. Autorizó la exhibición en el césped del Nou Camp de un mapa de esa fantasía neoimperialista denominada Països Catalans, que existen solo en el mapa del tiempo de TV3 y en las mentes calenturientas de los independentistas catalanes más radicales.

Para Joan Laporta, sólo una salida honrosa del FC Barcelona mantendría sus expectativas de saltar a la arena política como líder creíble de un refundado catalanismo de nítido perfil soberanista. Una opción que, como rumor insistente alimentado desde sectores del nacionalismo radical catalán, parece ahora más lejana. A no ser que una victoria milagrosa en la Champions relance su figura y haga olvidar la manipulación a la que ha sometido al club y los escándalos que han acompañado su gestión. Porque ya se sabe, si la pelota entra…

Sin embargo y para cualquier analista desapasionado, Joan Laporta será recordado como alguien que usó el club para sus propios intereses nacionalistas. Ésta y no otra será la triste herencia que marcará el recuerdo futuro de su paso por la presidencia de este gran club.

Escribía Armand Carabén, gerente del FC Barcelona durante el mandato de Montal y uno de los artífices del fichaje de Johan Cruyff, en su libro ¿Cataluña, es más que un club? una frase luminosa a modo de faro moral: “A fuerza de repetir que el Barça es más que un club, algunos han acabado olvidando que el fútbol no es más que un juego”. Esperemos que el próximo presidente del Fútbol Club Barcelona no lo olvide.

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