ABC acusa a La Razón de plagiarle los editoriales

(PD).- ABC pone este lunes en evidencia al equipo de editorialistas de La Razón. El periódico de los Luca de Tena reproduce en sus páginas «En defensa de la vida», editorial que el periódico de Planeta publicó el pasado domingo y cuyo contenido responde a un curioso caso de «inspiración» periodística. ¿Plagia el diario de Marhuenda las opiniones del de Expósito?

Buena parte del contenido del editorial «Toda una vida», publicado por ABC el pasado sábado, reaparecía al otro día, pero en las páginas de La Razón, donde la polémica que rodea a Eluana Englaro llevó a sus editorialistas a plantear un artículo que responde, no sólo en espíritu, sino casi en su literalidad, al de ABC, que entró primero en el caso con una contundencia de argumentos que al parecer dejó sin ideas a los editorialistas de La Razón.

La página 8 del ABC de este lunes es un golpe a la línea de flotación del diario que dirige Francisco Marhuenda, con pruebas documentales, tan contundentes que está por ver cuál pueda ser, si la tiene, la respuesta del periódico de Planeta, donde esta mañana había mar de fondo.

ABC suscribe, punto por punto, el brillante editorial que bajo el título «En defensa de la vida» publicó ayer el diario «La Razón» en relación con la polémica suscitada en Italia en torno al «caso Eluana». No podía ser de otra manera porque, punto por punto, nuestro admirado colega reproduce todos y cada uno de los argumentos esgrimidos por ABC en su editorial «Toda una vida», publicado el pasado sábado 7 de febrero, un día antes del editorial de «La Razón».

Nunca nuestro diario ha estado tan de acuerdo, en fondo y forma, con la opinión de un competidor. No nos duelen prendas en reconocer que el editorial de «La Razón» es certero en el análisis, brillante en la ejecución y convincente en el diagnóstico, tal vez porque se «inspira» en el nuestro hasta el punto de que, tras una atenta lectura de ambos, se diría que su editorial ha hecho suya la línea argumental de ABC con tanto respeto y literalidad que no podemos por menos que sentirnos orgullosos. No resulta fácil erigirse en creador de opinión; por eso reconforta que los argumentos propios encuentren, un día después, reflejo – casi sin matices-, en los argumentos de otro. Como muestra de la credibilidad de ABC, ofrecemos a nuestros lectores la prueba de que nuestra opinión sigue marcando pauta.

POR SU INTERÉS, REPRODUCIMOS A CONTINUACIÓN LOS DOS ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Toda una vida, de ABC

Si, finalmente, el decreto aprobado por vía de urgencia por el Gobierno de Silvio Berlusconi no entra en vigor, Eluana Englaro no se va a morir. La van a matar. La realidad indiscutible es que Eluana está viva, sus órganos vitales siguen funcionando, pero desde hace diecisiete años está en coma por un accidente. No es una enferma terminal, ni está sometida a un encarnizamiento terapéutico, ni su vida depende de estar conectada a una máquina extracorpórea. Por eso su muerte se va a producir por el simple procedimiento de retirarle la comida y el agua que se le administra por una vía. Así moriría cualquier ser humano vivo que no pueda comer por sí mismo, no sólo Eluana. Especialmente cualquier hombre o mujer que sufra una enfermedad neurodegenerativa, que lo prive de habilidad, discernimiento o voluntad, porque para no ser consciente de uno mismo o para depender completamente de los cuidados de otras personas no hace falta entrar en coma. Hay varias enfermedades que producen un estado de anulación similar al vegetativo que padece Eluana. La muerte de esta joven no va a poner fin a su sufrimiento, sino al de sus familiares y, por muy doloroso que sea este sufrimiento -que lo es y hasta extremos seguramente inimaginables-, moralmente no está justificado que se alivie con la terminación de una vida ajena. Como sucediera con Terry Schiavo, la solidaridad se mueve más hacia los familiares y no hacia quien va a ser víctima de decisiones que otros toman por ella.

El mensaje de que hay vidas prescindibles en cuanto se convierten en una carga gravosa para los demás o en nulas intelectualmente por una enfermedad o un trauma neuronal encierra un terrible peligro de expansión. Hoy es una joven en coma, pero mañana puede ser un enfermo de Alzheimer o de otro padecimiento equivalente. Si lo que importa es ahorrar sufrimientos, la muerte como solución no tiene límites. Ahora bien, esconder estas decisiones letales en la supuesta dignidad que merece el enfermo es un sarcasmo, porque la dignidad a la que se apela en estas muertes dolosas es la que deciden quienes las promueven, no quien pierde su vida.
La polémica política y judicial que se ha suscitado en Italia es un problema menor en rango al de carácter ético, pero también es importante, porque estas muertes provocadas acaban definiendo el tipo de sociedad en el que vivimos. No debería resultar extraño que lo que objetivamente es un homicidio -como el que se va a perpetrar contra Eluana- provoque la repulsa de amplios sectores de la sociedad y haya merecido una reacción en contra del Gobierno italiano. Cualquier discurso legal o judicial que acabe avalando el lento proceso de inanición y deshidratación de Eluana -método homicida que haría clamar a la opinión pública mundial si se aplicara a un reo de muerte- será un precedente que ampare otras decisiones similares para casos no tan extremos como el de esta joven italiana, pero es escalón a escalón como en la historia se ha llegado a consentir atroces episodios de devaluación de la vida humana. Estos casos -Eluana Englaro, Terry Schiavo, pero también el aborto legal de seres concebidos con síndrome de down, por ejemplo- no son ya excepciones, sino síntomas de la orientación utilitarista de las sociedades modernas, cada más intolerantes al sufrimiento, la enfermedad y el dolor, y toda una advertencia de a dónde puede conducir la pérdida de valores morales.

En defensa de la vida, de La Razón

Los médicos decidieron ayer, por sorpresa, la suspensión total de la alimentación e hidratación artificial a Eluana Englaro, la mujer italiana de 38 años en estado vegetativo desde 1992. Aunque en un principio el proceso debía ser progresivo, el equipo de facultativos lo precipitó para acelerar el fallecimiento. La iniciativa del Gobierno italiano de aprobar una ley urgente para impedir la muerte de la mujer ha podido influir decisivamente en este cambio brusco de criterio. En cualquier caso, Eluana Englaro tardará al menos quince días en morir de hambre y de sed, mientras se le administran únicamente sedativos y antiepilépticos. Del mismo modo que fallecería cualquier ser humano que no pudiera comer por sí mismo. Objetivamente, por tanto, hablamos de un homicidio, porque Eluana no se encuentra en una situación terminal ni su vida depende de estar conectada a una máquina extracorpórea. La polémica inagotable sobre la denomina «muerte digna» ha vuelto a encender un debate entre los defensores y los detractores de considerar el acto de procurarse la muerte, ya sea de manos de un tercero o con asistencia de autoridades públicas, como un derecho humano. Sin duda, y nadie puede negarlo, las peculiares circunstancias de Eluana lo convierten en una situación extrema, que ha sometido a su familia a un dolor y un sufrimiento difícilmente imaginables, y que debe conmover profundamente a cualquier persona de bien. Pero, del mismo modo, parece evidente que, en este caso, el empeño de algunos grupos en que la vida de Eluana acabe de una vez es un movimiento de solidariadad sobre todo hacia sus familiares y no hacia la propia paciente, que en estos momentos está incapacitada para tomar decisiones sobre su futuro. Y es éste un matiz muy relevante, que no puede ser infravalorado, porque, en el fondo, se abre la puerta de par en par al concepto de vida prescindible en determinadas situaciones de incapacidad física o psíquica. Hoy, es Eluana, pero los argumentos que justifican ese fallecimiento, o el de Terry Schiavo, podrían servir en un futuro para enfermos de alzhéimer, esquizofrénicos, leprosos o cualquier otro paciente con una patología neurodegenerativa. ¿Dónde está entonces la frontera entre la muerte digna y la indigna? El humanismo cristiano respondió hace tiempo a esa pregunta cuando aportó el concepto de encarnizamiento terapéutico para fijar los límites éticamente no traspasables en la lucha por una vida. Hablamos de aquellas prácticas médicas con pretensiones diagnósticas o terapéuticas que no benefician realmente al enfermo y le provocan un sufrimiento innecesario, lo que no encaja en el caso de Eluana.

La vida es un bien moral superior, un derecho supremo del individuo que no puede ser violentado y que debe ser amparado por los estados. Cuando una nación admite en su cuerpo jurídico e incluso en una especie de ética colectiva el derecho a procurarse la muerte, se favorece una pendiente peligrosa que no siempre afecta sólo a enfermos, sino que se aplica a gentes que simplemente no quieren vivir. La historia está repleta de episodios trágicos, casi apocalípticos, que nos han demostrado el error de someter el derecho a la vida a un principio de relativismo moral o de utilitarismo social. Esas sociedades no miran hacia el futuro ni hacia el progreso, sino que retroceden hacia épocas donde muchos seres humanos no eran considerados como tales. Eluana Englaro va a morir, pero ¿es humano y legítimo matar a una persona de hambre y de sed? Rotundamente, no.

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