Remontada española en el infierno turco con sabor a Mundial (1-2)

Remontada española en el infierno turco con sabor a Mundial (1-2)

(PD).- España está tocada por una varita celestial. Los ángeles españoles silenciaron el infierno turco con una remontada para recordar, con otro golpe de autoridad de la campeona de Europa, la que manda en el Viejo Continente.

España superó un problema serio en el Ali Sami Yen, se marchó 1-0 perdiendo a vestuarios y fue capaz de darle la vuelta al asunto. Alonso empató de penalti y Riera, en la prolongación, obró la remontada con la ayuda de Güiza.

Tenemos casi los dos pies en el Mundial. ¡Qué nos esperen en Sudáfrica!.

ESPAÑA VA SOBRADA

Afirma José Sámano en El País que, como a España no le gusta rapiñar con el fútbol, jamás renuncia al juego. No importa el cuerpo del adversario, ni verse con un marcador retorcido de forma inmerecida.

La selección siempre se orienta a partir del guión que la ha encumbrado. Hay algo subversivo en este grupo, incluso cuando pintan bastos, como ocurrió en Estambul durante muchos minutos.

A este equipo los éxitos le han dado pulso y hoy no se arruga ante nadie. Turquía le exigió paciencia, más de un tramo pugilístico y mucha concentración. Y en todos los aspectos se mostró firme y, pese a algún apretón final, nunca puso la marcha atrás. Ni cuando tuvo que custodiar un punto que le dejaba muy cerca de Suráfrica 2010.

De entrada, con la estampa que le caracteriza, el equipo de Del Bosque remó con la pelota de orilla a orilla, con mayor gobierno que el sábado pasado en Chamartín. Esta vez, el seleccionador tejió una alineación con cinco centrocampistas, lo que propició que España domesticara el partido con mayor sustancia.

Bajo el imaginario infierno del Ali Sami Yen, el purgatorio fue para Gönül, que pasó un calvario ante Riera, catalizador del buen arranque visitante. No había noticias de Turquía, que giraba alrededor del ruedo español con el balón, enrevesado en ocasiones por la hierba alta del vallecano estadio de Estambul.

El juego gravitaba sobre los cinco estilistas de España, a la espera de encontrar una rendija por la que filtrar el pase punzante, a la espera de que Torres, anoche siempre de frente a la portería, despachara a los centrales turcos, dos vigas sin pericia en los pies.

Riera, de vuelta a la selección tras su graduación en Anfield, dejó su sello. En Liverpool parece haber encontrado el diván que demandaba su bacheado tránsito desde que abandonó precipitadamente el Mallorca rumbo a la liga francesa.

Es un interior profundo, al que sólo la falta de turbo le aleja de aquella maravillosa estirpe que fueron los extremos. Tiene, además, un amplio repertorio de recursos: una zurda poderosa, para el golpeo -como el que exigió a Demirel la mejor parada de la noche- y para asistir; y un cuerpo bien forrado para el combate, subterráneo y aéreo.

Ausentes Cesc, Villa y Puyol, pretorianos en Viena, con chicos como Riera y Piqué -excelente por tierra y aire, atento y poderoso- y relevistas como Busquets y Fernando Llorente, España puede aguantar el tirón. Con el despliegue de Riera, hasta que se quedó sin depósito en el segundo acto, el procesador de Xavi y la mordedura de Silva, nada hacía presagiar algún accidente.

El duelo, tan aleatorio como es el fútbol, tantas veces imprevisible, se alteró de forma repentina. En el primer asomo de Turquía al balcón de Casillas, Marchena midió mal ante un centro enroscado desde el costado izquierdo del ataque local, y tras un rechace ante Casillas, Sentürk sopló la pelota a la red. Los españoles reclamaron un fuera de juego, tal vez milimétrico de Tuncay.

El conjunto de Terim no sólo empinó el marcador, sino que se sintió excusado para refugiarse más y desatender a Casillas. Nihat se incrustó cerca de sus dos pivotes, Mehmet Aurelio y Emre, y se equilibró el asalto en el eje.

Nada corrigió Del Bosque tras el descanso. El formato se mantuvo, un nuevo reto para la campeona de Europa, tan poco acostumbra en los últimos tiempos a verse obligada a escalar en el marcador. Con la pauta que la distingue, pese a los desatinos de Torres, al que España no echó el hilo porque hay días que discute en exceso con el balón, la selección no sufrió mutación alguna. Hoy se tiene fe, cuando puede patinar y cuando debe masticar los partidos de otro modo, caso del doble envite con los turcos.

No pudo conciliar con su reputado ariete y mucho menos con el irritante árbitro inglés, un veleta. Tampoco se destempló con la lesión de Senna, noqueado con saña por Sentürk en el flequillo del colegiado poco antes de que el británico juez pitara un clarísimo penalti de Ibrahim Üzüllmez, que manoseó un cabezazo de Torres. Tan evidente como era la expulsión. Riley se hizo el longuis.

Tras el gol de Alonso, y pese a las nuevas apreturas de los turcos, agobiados por la ascensión de Bosnia, el seleccionador español no apuntaló el eje de inmediato. Cazorla sustituyó a Senna.

Busquets aún tuvo que esperar para socorrer al goleador español en los fogones. Al empuje turco respondió Piqué, sostén majestuoso de la defensa española, la mejor noticia de España en esta semana internacional. Gran cabeceador y muy intuitivo para anticipar su corpachón ante rivales explosivos y elásticos. Con el agarre de Piqué, Torres pudo sentenciar como tanto le gusta, al «sprint».

Pero no era su jornada. Hace tiempo que soporta grandes exigencias, tiene agujetas y el cuerpo forrado de moratones. A esta España le enhebra todo. Donde no le alcanza con Torres aparece Güiza, fantástico en la resolución de su duelo con Balta. En inferioridad, le dejó a rebufo tras un autopase de cabeza, se filtró en el área y adivinó como un lince la llegada de Riera.

A esta España le sobran recursos. Hasta es capaz de acabar un partido con Cazorla enfundado en la camiseta de Torres tras ensangrentar la suya. Así esta selección que ayer igualó su récord de 31 partidos sin perder. Aquella racha fue con Javier Clemente. Hoy es otra cosa.

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