El último abrazo de Rosa Montero a Pablo Lizcano en El País

El último abrazo de Rosa Montero a Pablo Lizcano en El País

(PD).- El periodista Pablo Lizcano acaba de morir. Acababa de cumplir 58 años. Con 33 años fue presentador, subdirector y guionista del programa de TVE Autorretrato, y al año siguiente se convirtió en director y presentador del programa de entrevistas y actuaciones en directo Fin de siglo (1985-87), que fue el que le convirtió en un personaje popular. Compartía su vida con la periodista de El País Rosa Montero. Este martes le dedida su columna: «Una vida».

En su obituario, el periodista Juan Cruz escribió en El País:

Esa inteligencia suya era en extremo exigente; con él pasaba -y aquí vuelve el paralelismo- como sucedía con Benet: le veías y sabías que no ibas a salir como si nada de una conversación con él: tenías que ir aprendido, o informado, no era cualquier cosa una discusión con Pablo Lizcano: llevaba una especie de bisturí bien afilado que disfrazaba con una mirada tierna, la mirada que no perdió jamás, tampoco en los difíciles y desventurados días cuyo dolor acaba de terminar para desolación de todos, y sobre todo de nuestra querida Rosa Montero.

Este martes es Rosa Montero la que le dedica una sentida columna en el diario:

UNA VIDA

Un cabrilleo de agua y sol en el mar, o quizá en una piscina. El cuerpo caliente y esponjoso como pan recién hecho.

Sombras en la noche, una pesadilla. Las manos de tu madre encendiendo el mundo, disolviendo los monstruos. Ordenando las cosas.

Carreras jadeantes, frenéticas risas, juegos de niñez en patios retumbantes.

Melancolía aguda de lo aún no vivido. Intuición adolescente del resto de tu vida. Deliciosa tristeza.

La carne, un tesoro. El vertiginoso misterio de los cuerpos. El amor estallando como una supernova y dejándote ciego.

Y también el desamor: un agujero.

Una noche de agosto en pleno campo, un alboroto de cigarras, una luna llena de color naranja que parece el decorado de un teatrillo japonés, el tiempo por una vez piadosamente detenido. La plenitud, que siempre es sencilla.

Mirar a un amigo, mirar a tu amante y ver en sus ojos el pasado común. Contemplarte en los otros como en un espejo.

La serenidad que llega tras las lágrimas. Y también todas las risas compartidas, los momentos de juego, las carcajadas dichosas.

Todos los libros leídos, las músicas gozadas, los besos recibidos. Y una conversación una tarde de invierno comiendo chocolate frente a la chimenea.

La alegría de vivir. Y la fugaz y espléndida belleza.

Una noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una balsa en mitad del naufragio.

Una novela leída al lado del lecho de un enfermo mientras llueve.

Torbellinos de polvo en un rayo de sol, un universo ínfimo.

Un cabrilleo de agua. El último chispazo.

Esta poca cosa, o esta enormidad, es una vida.

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