Sobre el periodismo de investigación y los gabinetes de prensa

Sobre el periodismo de investigación y los gabinetes de prensa

(PD).- Hasta bien entrado el siglo XVIII, para ser conserje y encuadernador del Tribunal de Cuentas de París se exigía no saber leer ni escribir. Así se evitaba que cayeran en la tentación de hablar más de la cuenta. Una época de requisitos expeditivos en la que no era preciso justificar ninguna de las reales medidas.

Explica Antonio Arias en la Nueva España que la sociedad moderna nos proporcionó los medios de comunicación y la libertad de prensa. Durante los años setenta y ochenta sesudos periodistas eran capaces de dedicar semanas a investigar y hasta mimar un tema para llegar a descubrir un «Watergate», que forzaría la dimisión del presidente de la nación más poderosa del mundo. Se perfeccionaba el periodismo de investigación. Se agudizaba el ingenio. Se comprobaban las fuentes y se confirmaban las noticias.

Una veterana periodista aragonesa cuenta su primera experiencia como intrépida y joven reportera. Había recibido el soplo (luego hablaremos de los soplos) de que decenas de cadetes de la Escuela Militar estaban enfermos. En provincias eso era noticia, pero había que confirmarla. Tras horas de estrellarse con el muro de los jefes de prensa del Ejército, urdió la idea de hacerse pasar por la madre de un enfermo llamando al médico de guardia con algo así:

-Buenas, soy la madre de Fulano de Tal y me han dicho que ha habido una intoxicación?

-¿Cómo dice que se llama? Pues no está en la lista afectados?

Con lo cual quedó comprobado el chivatazo y se apuntó la primera muesca del revólver. Después vendrían muchas más.

Hoy, gran parte de la labor de investigación periodística la hacen unos chicos con un blog o un obstinado que persigue justicia o venganza. Nada hay más enérgico que un ciudadano cabreado por una injusticia. Véase la extraordinaria película «El dilema» (1999), que trata y retrata la miseria de los medios de comunicación y las confidencias de un científico honesto. También quiero recordar la reciente película «Flash of genius» (2008), que narra la historia real de la lucha de Robert Kearns contra la industria automovilística estadounidense por la paternidad del invento del limpiaparabrisas; y puede con ella, aunque queme su vida en el esfuerzo.

Pero volvamos al periodista que atiende tantos frentes distintos a la vez: lo mismo a un conferenciante que la rueda de prensa del alcalde. ¿Cómo y cuándo hacer periodismo de investigación? En algunas ocasiones, esperando que una filtración interesada ilumine una jornada laboral dedicada a las anécdotas. Suena crudo para muchos esforzados y precarios profesionales, pero es así. No vean desdeño en mi afirmación, pues sin estas filtraciones el delincuente Roldán hubiese sido ministro del Interior y quizás nunca hubiéramos conocido qué gran chorizo era. O la gripe porcina, que fue desvelada por un periódico mexicano, mientras las autoridades pensaban cómo taparlo (un amigo me ha dado este soplo) y es que, algunas vías «oficiales» (gabinetes de prensa) tienen como misión tradicional desinformar o «intoxicar» al redactor que sigue una pista.

Por el contrario, en el museo de los horrores de las filtraciones encontramos a un miembro del gabinete de G. W. Bush que consiguió que un periódico norteamericano delatase como espía de la CIA, poniéndola en peligro, a la esposa de un honrado diplomático que negó la existencia de armas de destrucción masiva. Entiendo que la obligación de un periodista es asumir el reto, aun sabiendo que es utilizado en alguna venganza inconfesable. Otro dilema.

Las más de las veces se tiene el cuidado de matizar que la filtración viene «del entorno de fulano», que utiliza una persona intermedia o consiente la cooperación de un colaborador cercano. Así, con demasiada frecuencia, una mano mece la cuna pasando alguna confidencia a un medio «afín» en la certeza de que tal generosidad será recompensada con un tratamiento de la noticia favorable a los intereses de quien revela secretos.

La ciudadanía suele atribuir la filtración al principal beneficiado de la tropelía. Pero no siempre está claro el beneficiario, aunque siempre es diáfano quién es el damnificado. Y entre ellos, la principal perjudicada es la institución cuyo secreto se viola. En los últimos meses ha sido común ver en la prensa española sumarios declarados secretos. La Audiencia Nacional y el juez Garzón han sido los máximos dañados en su prestigio; incluso más que los aludidos en el caso.

En los órganos de control estas filtraciones de informes suelen cumplir la misión de anticipar a sus lectores, en rigurosa exclusiva, un documento que en unos días, por su carácter público, estaría a la disposición de cualquiera. Para eso contarán con la eficaz colaboración de un político rival que se hará milagrosamente con el informe ¿Cómo?

El peor escenario se presenta cuando el fiscalizado se entera del informe por los medios, ya que no podemos exigir a la prensa una renuncia voluntaria a estas noticias, en un mercado tan cruel, donde se libran batallas por la actualidad de cada día. No deben interpretarse estas reflexiones como una crítica maniquea a los medios. No podemos cercenar el derecho a la información, aun cuando lesione nuestros intereses profesionales, pues la prensa libre es uno de los pilares de esta sociedad.

De ahí la importancia de una política de comunicación moderna y eficaz, donde los gabinetes de los tribunales de Cuentas deben lidiar de manera transparente con los esforzados reporteros, y redactar o explicar al ciudadano las notas de prensa sobre los informes de fiscalización, que tristemente a nadie interesan salvo que permitan dejar en evidencia a un personaje público.

Lo más negativo es que la mayoría de las veces (yo diría todas) las filtraciones sólo sirven para desprestigiar a la propia institución fiscalizadora, deslegitimando sus informes: pasados, presentes y -esto es importante- sus trabajos futuros.

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