Hay flacos obesos y gordos saludables

Este gordo es un deportista prodigioso y arrasa en Internet

Las apariencias engañan y de que manera.

Al ver al tipo, uno imaginan a un vago pegado al sillón y comiendo a dos carrillos patatas fritas, pero se ponen en movimiento y te deja turulato.

Por chocante que suena, hay flacos obesos y gordos saludables. Dicho en otras palabras, flacos por fuera pero gordos por dentro.

Cuando vemos en la calle a una persona con gran sobrepeso, inmediatamente pensamos que tiene obesidad y su salud está en riesgo. Del mismo modo, cuando vemos personas de apariencia «común», naturalmente asumimos que tiene un peso saludable.

Los médicos definen la obesidad en función del índice de masa corporal, que se calcula gracias al peso y la altura de una persona.

Este índice, si bien es el más utilizado, es erróneo porque solo tiene en cuenta el peso de la persona, y no cómo este está compuesto.

No se pueden pronosticar problemas de salud teniendo en cuenta solo el peso, por lo tanto hace falta otro tipo de mediciones. Lo más acertado para evaluar el estado de salud de una persona es medir la relación entre su grasa corporal y su masa muscular, teniendo en cuenta también el peso de su estructura ósea. Dado que el músculo pesa más que la grasa, influye más en el peso total. Esto significa que un aumento de peso no necesariamente da cuenta de un peor estado de salud, sino que puede ser producto de una mayor musculatura.

La grasa corporal se divide, además, en dos tipos: la llamada grasa interna y la superficial. La grasa superficial está por encima de los músculos, es la que vemos a simple vista en el cuerpo de cualquier persona. La interna, por otro lado, es la que recubre los órganos internos y es la realmente peligrosa para el desarrollo de todo tipo de enfermedades.

La relación entre ambos tipos es compleja, por lo tanto no se puede asumir que una persona que luce gorda (tiene grasa superficial) tenga una mala salud, ni viceversa, que una persona delgada sea saludable.

De aquí el concepto de los «gordos flacos» y los «flacos gordos». Una persona aparentemente flaca puede tener un porcentaje de grasa interna demasiado elevado que pone en riesgo su salud tanto o más que una persona visiblemente gorda que puede tener menor porcentaje de grasa interna.

De todos modos la grasa superficial no deja de ser riesgosa, ya que aunque no pone en peligro a los órganos vitales, sí genera dificultades en las articulaciones y los huesos que deben sostener tanto peso. Los problemas de este tipo son especialmente graves en los adultos, ya que paulatinamente disminuyen su movilidad y conducen a una vida sedentaria, lo cual, en definitiva, genera un mayor índice de grasa interna.

La composición corporal se puede estimar gracias a la combinación de cuatro variables: porcentaje graso, peso muscular, porcentaje óseo y el índice de masa corporal. Cada una de estas variables se calculan gracias a fórmulas matemáticas que incluyen factores que no podemos medir de forma doméstica, sino que se realizan con instrumentos médicos especializados.

El porcentaje graso se calcula gracias a la fórmula de Faulkner, el peso muscular gracias a la fórmula de Martín y el porcentaje óseo gracias a la fórmula de Rocha. La masa corporal, por su parte, es la única variable que podemos medir por nosotros mismos y es la división entre el peso en kilogramos y la altura al cuadrado.

Valores normales para mujeres:

  • Porcentaje graso: 14,13% (± 3,21%)
  • Peso muscular: 33,67 kg
  • Porcentaje óseo: 16,9%
  • IMC: 21,52 (±2,93)
  • Valores normales para hombres:
  • Porcentaje graso: 12.5% (±2,78%)
  • Peso muscular: 46,81 kg
  • Porcentaje óseo: 17,19%
  • IMC: 23,37 (±2,93)

Estos datos son los valores medios para cada sexo de una investigación científica cuya población tenía una edad media de 21,33 años. Por lo tanto, es importante tener en cuenta que estos valores son diferentes en función de la edad, además de factores del estilo de vida, como el ambiente y los hábitos de actividad física, entre otros.

La forma que tienen los médicos de medir estos valores es gracias a la bioimpedancia eléctrica, que requiere una tecnología sofisticada. Muy pocos médicos cuentan con este equipo, sobre todo en los países de menor desarrollo económico, por lo tanto, acceder a mediciones de este tipo es sumamente complejo.

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