Mineros chilenos.

MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Dentro de no mucho tiempo habremos olvidado a Pablo Rojas, el que vio venir el accidente; Yonni Barrios, el de las dos mujeres; José Henriquez, el pastor evangélico; Franklin Lobos, el ex futbolista; Luís Urzua, el líder; Edison Peña, el fanático de Elvis Presley… Mineros de usar y tirar. Hasta que el mercado de exclusivas no dé más de sí. O hasta que alguno de ellos rompa la baraja.

Mientras tanto, alguien debería haber televisado también las tareas de desmantelamiento de esa gran corrala que se formó para los ojos de todo el mundo en la bocamina del pozo San José. Hubiéramos tenido la metáfora visual perfecta de lo que les espera a los treinta y tres mineros chilenos rescatados de una muerte segura.

Una vez que abandonen el hospital, el reencuentro con las familias y el retorno a la normalidad será el fin de los cinco minutos de gloria mediática por cuenta de un accidente de trabajo que no se hubiera producido si se hubieran tomado las oportunas medidas de seguridad.

Uno de ellos, Mario Sepúlveda, precisamente el más dado a los chascarrillos, tuvo el rasgo de lucidez de pedir que se les mirase como a mineros y no como a artistas. Entonces se percibiría la escasa seguridad con la que se trabaja en las minas chilenas como el primero de sus problemas laborales.

Lo recordó el otro día el director general de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), Juan Somavía, que precisamente es Chileno: «Que nadie olvide el origen de esta dramática historia. Si los mineros quedaron atrapados fue porque las medidas de seguridad eran insuficientes».

Algo habrían ganado los mineros chilenos si el drama televisado que acaban de vivir los treinta y tres de Atacama sirve para que se mejoren sus condiciones laborales. Pero, claro, eso es otra cosa. No es lo mismo ocuparse de las condiciones de vida del trabajador chileno que transmitir en directo la angustia programada con final feliz junto a la mina San José.

Y para el presidente chileno, Sebastián Piñera, uno de los hombres más ricos del mundo, que ha tenido un deliberado protagonismo mediático a lo largo de la delicada operación de rescate, tampoco debe ser igual repartir abrazos junto a la cápsula «Phoenix» que hacer las inversiones necesarias para mejorar la seguridad en los tajos.

Necesarias y seguramente costosas. Pero no tanto como lo que ha venido a costar el complicadísimo rescate de los treinta y tres mineros, que ha durado más de dos meses y ha necesitado de un ambicioso operativo tecnológico y humano.

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