Horas antes del inicio del España-Italia, Gdansk bullía a ritmo de los cánticos de los españoles. Los italianos eran una franca minoría. En el estadio se confirmó. El azul no resistía la comparación con el rojo.
Si juega España, en su condición -actual y meritoria- de campeonísima de Europa y del mundo, cualquier vía era buena para llegar a Gdansk. La ciudad polaca, que durante el fin de semana pasado fue un hervidero atestada de españoles, era hasta entonces una gran desconocida para muchos aficionados. A muchos quizás les suene su nombre alemán, Danzig, por ser éste un enclave tristemente famoso durante la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos destruyeron el 90% de la ciudad y expulsaron a los germanos que allí vivían. Pero Gdansk, hasta que no se convirtió en una de las sedes de La Roja durante la Eurocopa de Polonia y Ucrania, seguía en el anonimato para muchos.
Embarcando para Gdansk, en Oslo -uno de los lugares habituales de escala para los nuestros- me encontré con unos españoles de Vitoria a los que un taxista llevó equivocadamente -o quizás no- al aeropuerto de Gardermoen en vez de al que tenían que acudir, el de Sandefjord. El paseíto les salió por 500 euros. Como no le dieron todo lo que pedía, el susodicho se les volvió a aparecer, esta vez acompañado de la policía, cuando esperaban en el control. Por otra parte, dos hermanos, de San Sebastián -con la camiseta de la Real Sociedad puesta, y devotos de Xabi Alonso- viajaron en coche desde su localidad natal hasta Girona, donde embarcaron hacia Wroclaw, para recorrer la última etapa en un automóvil alquilado para la ocasión. A las 16:30 horas del domingo 10 de junio de 2012 estaban en Gdansk pero sin entradas. Las adquirieron a su precio -70 euros, de segunda categoría- cerca del muelle de la ciudad, a un particular desesperado por quitárselas de encima. Era su día de suerte. Estos son solo algunos ejemplos de lo que ha hecho la gente con tal de olvidarse del ‘rescate’ y seguir animando a la campeona.
Si algo llama la atención de Polonia es la hospitalidad de la gente común. Nuestros vecinos de apartamento en Sopot -ciudad que por otra parte albergaba el torneo de tenis más famoso de Polonia, donde Rafael Nadal estrenó su brillante palmarés en la ATP – no nos dejaron ni dejar las maletas a nuestra llegada. Nos invitaron a pasar a su jardín y compartir con ellos un tentempié y unas bebidas. El cabeza de familia tenía una obsesión, a raiz de las polémicas palabras de Sol Campbell. El jugador inglés recomendaba a sus compatriotas no viajar a Polonia y Ucrania por asuntos de racismo : «Quédense en casa y veanla por televisión, no corran riesgos, pueden volver en un ataúd». Cuando supo que yo era periodista, insistió para que en España informase de la realidad de su país. «Tenemos problemas», reconocía, «pero la mayoría de los polacos no somos como dice él». Lamentablemente, las imágenes que la mayoría de espectadores han presenciado en sus televisiones con los disturbios entre rusos y polacos no van a ayudar a sostener su teoría, pero puede intentarse.
El día del partido coincidimos en el hotel de la selección italiana -muy cercano a nuestro apartamento en Sopot- con el periodista de Televisión Española Albert Font, que habitualmente sigue la información del Fútbol Club Barcelona, y a su inseparable cámara. Ambos están siendo la sombra de los rivales que va teniendo España en la competición y ese día tocaba el combinado transalpino. Esperan quedarse en la Eurocopa mucho tiempo.
Horas antes del inicio del España-Italia, Gdansk bullía a ritmo de los cánticos de los españoles. Los italianos eran una franca minoría. En el estadio se confirmó. El azul no resistía la comparación con el rojo. Acceder a la moderna instalación lleva su tiempo. Un tranvía desde el centro te deja a unos veinte minutos andando del mismo, pero si se hace entre la algarabía y el jolgorio importa poco. Si no, que se lo pregunten al conde Lecquio, que acabó manteado por los españoles. Caminar por las calles de Gdansk era sentirte admirado por la población local. Política y económicamente ignoro si saben cómo estamos exactamente, pero lo que es seguro es que deportivamente somos el rival a batir, y te tratan como tal. Muchos querían fotografiarse con los españoles, y salir junto a sus banderas, sus bufandas, sus monteras… A la hora del partido, el campo estaba hasta arriba. Los nuestros no paraban de animar a pesar de que Italia se adelantó en el marcador. El rápido empaté de Cesc se celebró por todo lo alto aunque las claras ocasiones falladas por Fernando Torres dejaron un sabor agridulce entre los expedicionarios nacionales.
Por las noches, es tradición durante el torneo acercarse a las ‘Fan Zone’. Allí se puede seguir las evoluciones del resto de selecciones -ese domingo 10 de junio de 2012 era el turno del resto de nuestros rivales de grupo, Croacia e Irlanda- y beber cerveza a un precio realmente bueno. El medio litro cotiza a ocho ‘zlotys’, unos dos euros más o menos. Lo del agua es peor. La hay, sí, y más barata, pero en la de Sopot solo podía pagarse con tarjeta de crédito. Tras el fútbol, turno de la música. Concierto al aire libre y después sesion de DJ’s. La marcha nocturna tampoco escasea -sobre todo en Sopot-, motivo por el cual éste es uno de los destinos favoritos de los aficionados que viajan hasta aquí.
Polonia sabe que organizar un campeonato de primer nivel como una Eurocopa es una gran oportunidad, y de momento está sabiendo aprovecharla. Ajena a las criticas que está recibiendo su compañera de viaje, Ucrania -las cuales se recrudecieron tras el encarcelamiento de la ex primera ministra Yulia Timoshenko- quiere que este campeonato sea un éxito. Falta que su combinado eche una mano y llegue lo más lejos posible, aunque la prensa local, hasta el momento, se muestra escéptica ante las posibilidades reales de los suyos. De momento han empatado sus dos partidos y se lo tendrán que jugar todo la última jornada. Suerte.