Luis Enrique consiguió ganarse al vestuario tras el episodio de Anoeta en enero de la pasada temporada. Las relaciones entre los dos bandos eran tirantes por la obsesión de Luis Enrique de erigirse en el líder único y absoluto del grupo por encima de cualquier individualidad. Así lo manifestó en su primera rueda de prensa y así intentó comportarse hasta ese fatídico día en el que los pesos pesados de la plantilla le pararon los pies y le obligaron a circular por la dirección correcta, dejando el protagonismo que les corresponde a las estrellas del equipo.
El pacto se cumplió a rajatabla y los resultados no tardaron en llegar: triplete. Cada uno en su sitio. Fue la mejor manera de resolver la crisis. Sin embargo, la filtración de la bronca de Sevilla ha reabierto las heridas.