Unai Emery revive a un muerto. Con el equipo tocado y casi hundido tras terminar la primera parte ante el Liverpool con un gol encajado, el técnico del Sevilla agarró el toro por los cuernos para devolver al equipo como un miura al césped.
El ánimo estaba decaído. Las caras en la caseta del vestuario del Basilea eran largas. Una realidad que Emery leyó a al primera. El entrenador hispalense tiró de orgullo. Tiró de casta. Y de sevillismo. Preguntó a los suyos si esto era Basilea o Sevilla. Si estaban en el St. Jakob Park o en el Sánchez Pizjuán ante su afición. Las proclama calentó a la tropa que salió a morder desde el minuto uno con el gol de la igualada.