La cara de Javier Mascherano tras el triunfo del Barça en la final de la Copa del Rey ante el Sevilla era todo un poema. Deambulaba por el campo con un aspecto lánguido, como tratando de aislarse de los festejos que el resto de sus compañeros desataban alegres sobre el césped del Vicente Calderón. Era como si el argentino tuviera la cabeza muy lejos de allí.
No tan lejos, de hecho. Su mente seguía allí mismo, en el Vicente Calderón, pero enfocada en mucho antes de que el equipo lograra batir al Sevilla. Mascherano, simplemente, no podia quitarse de la cabeza la jugada de su expulsión. A pesar de que el Barça logró sobreponerse a la adversidad y acabó ganando la Copa del Rey gracias a los goles que marcaron en la prórroga Jordi Alba y Neymar, el argentino no paraba de darle vueltas a la acción que le llevó a ver la roja directa.