Joaquín y Felipe Gutiérrez no salvaron ayer la cabeza de Gustavo Poyet, pero sí evitaron que en Sevilla empezasen ya a desempolvarse informes sobre técnicos susceptibles de ocupar el puesto del charrúa al frente del banquillo del Betis. No obstante, la sensación que ha quedado tras ver el 1-2 de los andaluces en Pamplona ante Osasuna y las crónicas de los medios cercanos a la actualidad bética es que el equipo se salvó por los pelos tras otro encuentro malo, en el que además de rozarse el empate se dio un detalle que ha indignado a buena parte del beticismo.
Y es que de entre esos «cambios» que Poyet aseguró que habría tras el 1-6 del Real Madrid el pasado fin de semana estaba el que absolutamente nadie entre prensa y afición verdiblanca entiende: Rubén Castro fue suplente. El líder anotador, el hombre que es sinónimo de gol en el Betis, un tipo que podríamos decir que es el futbolista franquicia de la entidad y que además no pasa especialmente por un momento malo o físicamente complicado, al banquillo.