La medida tiene carácter provisional

La «venganza» de Joan Laporta: Cuando la política y el poder ‘entran en juego’

La medida cautelar urgente que permite al FC Barcelona reinscribir a Dani Olmo y Pau Víctor, pese a la oposición de La Liga y la Federación, reabre un debate sobre la autonomía, las competencias y el poder en el deporte español.

La "venganza" de Joan Laporta: Cuando la política y el poder 'entran en juego'

El fondo del asunto es técnico, pero las implicaciones son claramente políticas y económicas. La decisión de la comisión de seguimiento del convenio RFEF-La Liga de anular las licencias de los jugadores se basó en una interpretación normativa que ahora el Barcelona cuestiona. El club catalán, respaldado por el CSD, argumenta que dicha comisión carece de competencias para tomar decisiones tan drásticas. El CSD ha avalado esta tesis al estimar que existe una posible nulidad de pleno derecho. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto?

Es evidente que el conflicto trasciende lo deportivo. No se trata solo de dos jugadores y sus derechos, sino del poder que ejercen las instituciones sobre los clubes y viceversa. La reacción airada de La Liga, que denunció la falta de audiencia previa antes de la resolución del CSD, y la cautela de la RFEF evidencian un descontento que no hará más que crecer.

Por otro lado, el Barcelona ha jugado sus cartas con habilidad. No solo presentó un recurso de 52 páginas y 60 documentos, sino que lo hizo en un momento clave: a las puertas de la Supercopa de España, un torneo de gran proyección mediática y económica. La decisión del CSD, que apunta a proteger los derechos de los jugadores y garantizar su desarrollo profesional, también refleja la influencia del club azulgrana en las altas esferas del deporte.

No obstante, esta medida cautelar no es una victoria definitiva. Es provisional y será revisada en tres meses. En este tiempo, La Liga y la Federación podrán presentar sus argumentos y, seguramente, el conflicto escale en los tribunales. Pero mientras tanto, el Barcelona gana tiempo, algo crucial en un caso con implicaciones deportivas y financieras enormes. Los 50 millones que costó Dani Olmo y los 48 que representa su contrato son solo una parte de la ecuación. También está en juego la imagen del club y su capacidad para navegar en aguas turbulentas.

Este episodio también deja preguntas incómodas. ¿Hasta qué punto es saludable que un organismo como el CSD intervenga de forma tan decisiva en asuntos que deberían resolverse dentro de las propias estructuras deportivas?

¿No corre el riesgo de politizarse un ámbito que, aunque no esté exento de intereses, debería aspirar a la mayor independencia posible?

La polémica también pone en el punto de mira a La Liga y la RFEF. Su gestión del caso ha sido cuestionada, y su capacidad para coordinarse y resolver conflictos parece estar en entredicho. Si bien Rafael Louzán adoptó un tono conciliador, Javier Tebas y su equipo no ocultaron su descontento. La fractura entre instituciones es evidente y, lejos de resolverse, parece agravarse.

En este contexto, el Barcelona, liderado por Joan Laporta, parece dispuesto a pelear hasta el final. Su efusiva celebración tras el fallo del CSD demuestra que el club se siente reforzado. Pero también es un recordatorio de que, en el fútbol moderno, las victorias en los despachos son casi tan importantes como las que se consiguen en el campo.

Al final, este episodio es un reflejo de un problema más profundo en el deporte español: la necesidad de clarificar competencias, reforzar la independencia de los organismos y garantizar que las decisiones se tomen en base a criterios objetivos, no a presiones externas. Porque, aunque hoy el Barcelona celebre, mañana podría ser otro club el que se encuentre atrapado en esta maraña institucional. Y el fútbol, que debería ser el centro de atención, seguirá siendo relegado a un segundo plano.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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