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El Real Madrid firma una goleada sobre el Valencia que afianza su mando en LaLiga

Paul Monzón 02 Nov 2025 - 00:44 CET
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Mbappé conquista la Bota de Oro ante el aplauso del madridismo

El Real Madrid volvió a rugir en Chamartín. Con la autoridad del líder y la precisión de un reloj suizo, los de Xabi Alonso despacharon al Valencia con un 4-0 que reafirma una curva ascendente que ya es tendencia.

La noche tuvo de todo: goles de lujo, perdón, redención y un fútbol coral que por momentos rozó la sinfonía.

Desde el primer minuto, el Madrid se hizo dueño del partido.

Bellingham dirigió la orquesta con la serenidad de quien nace para mandar, y Mbappé, letal como siempre, señaló el camino con su zurda.

El Valencia, hundido en el fondo de la tabla, apenas resistió las embestidas.

Agirrezabala evitó una goleada histórica con intervenciones heroicas, pero la marea blanca fue demasiado.

Vinicius vivió su noche de reconciliación. Titular, obediente, solidario, y solo un instante de ego con el penalti que pidió tirar —y falló— empañó un partido en el que entendió el mensaje de su técnico.

Jugó para el equipo, presionó, ayudó en defensa y salió sustituido sin gestos. Ovación y lección aprendida.

El equipo voló en el primer tiempo.

Arda Güler flotó entre líneas, Bellingham se multiplicó en cada sector del campo y Mbappé rubricó el 2-0 con la elegancia de siempre.

El tercero, obra de Jude, fue pura estética: control, quiebre corto y disparo ajustado al poste. El Bernabéu se levantó, consciente de estar viendo al motor del futuro.

En la reanudación bajó el ritmo, pensando ya en Anfield.

Alonso rotó piezas y el Madrid administró con inteligencia su ventaja.

Vinicius, de nuevo sustituido, se marchó entre aplausos y palmadas de su entrenador. Mbappé, cuando fue relevado, dejó su eco con el estadio rendido a su estrella.

La guinda la puso Álvaro Carreras con un zurdazo a la escuadra que selló la goleada y el mensaje: este Madrid no se conforma.

Mientras el líder sigue afinando su fútbol total, el Valencia se hunde en su crisis, sin defensa ni alma. En Chamartín, la era Alonso empieza a tener sello propio: presión, velocidad y un vestuario en armonía.

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