La Cartuja amaneció lista para la fiesta. Se esperaba una noche de emociones, música de goles y celebración asegurada; sin embargo, el guion terminó siendo más áspero que brillante. España empató 2-2 con Turquía y, aunque el resultado quedó lejos del espectáculo, valió lo suficiente para certificar el pase directo al Mundial 2026. Lo esencial estaba cumplido: La Roja sigue entre los gigantes del planeta fútbol
El comienzo fue esperanzador. Apenas corrían cuatro minutos cuando Dani Olmo, con un golpeo algo extraño pero certero a pase de Cucurella, abrió el marcador y encendió una ilusión que parecía presagiar una goleada. España se adueñó del balón —81% de posesión en los primeros veinte minutos—, pero le faltó ritmo, chispa y profundidad. Turquía, tímida y sin su estrella Güler, apenas incomodaba. Y, sin embargo, el fútbol siempre guarda sorpresas.
Cuando el partido parecía dormido, un descuido en defensa costó el empate. En un córner mal defendido, Gül empujó el balón dentro de la red y rompió el cero en contra que la selección mantenía desde el inicio de la clasificación. Peor aún, al regresar del vestuario, Ozcan sorprendió a Unai Simón con un disparo raso y seco que heló el estadio. Turquía daba la vuelta al marcador y encendía las alarmas
Pero bastó un instante de orgullo. Oyarzabal, incansable y oportuno, devolvió las tablas con un remate a puerta vacía tras varios rebotes dentro del área. El VAR validó la jugada y España respiró. Desde entonces, el duelo se volvió más trabado que vistoso: Turquía renunció a atacar y La Roja, con la misión cumplida, protegió lo que tenía. Ni el gol anulado a Fermín por fuera de juego empató el objetivo principal de la noche.
El pitido final sonó casi como un suspiro colectivo. Sin alardes ni fuegos artificiales, España confirmó que estará en la cita mundialista de 2026. Un billado conquistado sin brillo, pero con la autoridad de un equipo que, a pesar de las dudas, se mantiene entre las grandes potencias del fútbol internacional.

