Debajo del puente.

MADRID, 11 (OTR/PRESS)

A medida que la mala situación económica se estanca, se estancan las voluntades de ahorro de las entidades públicas, incluso algunas, como la Generalitat, está dispuesta a endeudarse todavía más, sacando bonos de 1.000 euros a un interés-chollo del 4,75%. La medida no puede ser más social, puesto que los que tengan dinero obtendrán un interés poco usual en estos tiempos, y los que no lo tienen, como siempre, tendrán que pagar las deudas y los intereses de la Generalitat. Ya decía Antonio Lara, «Tono», que el dinero había que dáselo a los ricos, porque los pobres se lo gastan en cualquier cosa. Estábamos entretenidos contando a los parados, cuando llegó el puente del Pilar, a la vez que la agencia estatal de meteorología anunciaba un tiempo atmosférico de perros: lluvias, vientos, gota fría, etcétera. Con la ingenuidad que me caracteriza, pensé que la falta de liquidez -no sólo las autonomías están cortas de dinero de caja- unida a unos vaticinios tan pasados por agua harían desistir los deseos de hacer puente desde el viernes por la tarde hasta el miércoles por la mañana, y, una vez más, el país y el paisanaje, han vuelto a sorprenderme, como pude comprobar en un viaje por carretera que no pude eludir.

Al parecer celebraremos los puentes, incluso cuando estemos viviendo debajo del puente, que ha sido el paradigma de la miseria, aunque con esto del cambio climático, igual resulta que esa arcada final también está cubierta por el cauce, y ni siquiera debajo del puente podemos encontrar refugio. Como en los cambios de milenio, hay una especie de miedo mezclado con el espíritu del carpe diem, que literalmente significa aprovechar el día, y, reconozcámoslo, con el puente no sólo se aprovecha el día, sino cuatro de una tacada.

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