«Los dichosos isquiotibiales. Los músculos de las piernas no me acompañaron pero, quizá, me salvaron de las bombas que sembraron el pánico en Boston». Así arranca su crónica Juan Fornieles, subdirector de El Mundo, que casualmente se encontraba participando en la Maratón que este lunes 15 de abril de 2013 ha sufrido varias explosiones.
Fornieles relata en primera persona como vivió esos instantes posteriores a la explosión de una de las bombas:
Así, a trancas y barrancas, llegué a unos 500 metros de la meta. En ese punto, nos detuvo la organización. […] El parón, en un primer momento, parecía que era porque algún atleta había desfallecido y se requería máxima prioridad para que llegaran las ambulancias.
Un corredor senior americano, que bien podía ser un policía retirado, me sacó de dudas: «Ha sido un atentado en la meta y hay muertos». El mal rollo se contagió. Hubo lloros, hubo abrazos y vecinos que salieron de sus casas para asistirnos. Agua, bolsas de basura XL como si fueran mantas térmicas y calor humano. Estos americanos tienen muy presente el 11S y la solidaridad. Desde aquí les felicito por saber arroparnos y cuidarnos.
Afortunadamente para él, las detonaciones no tuvieron consecuencias directas ni para él ni para sus allegados, que le esperaban en la meta:
Todos estábamos bien y eso que rozamos la tragedia. Mi cuñado Ignacio y Mikel firmaron un meritorio 3:54 que después se tornó en susto. Cruzaron la meta y fueron a unos 100 metros, a fundirse con sus chicas. En plenos laureles, explotó el primer artefacto.
Y, en pleno susto, estalló la segunda bomba. Humo, miedo, gritos y carreras. La divina providencia estuvo de su parte y, también, de la mía. Según el GPS de la organización y según el mío, si no me hubieran detenido habría cruzado la meta cuando la segunda bomba cobraba vida.
Según ha informado EP, el balance de víctimas ha ascendido a tres muertos y más de 100 heridos, según fuentes de las fuerzas de seguridad locales. Entre las víctimas, según The Boston Globe, habría un niño de ocho años de edad.