El español se impone al serbio 6-2 / 3-6 / 6-4 y 6-1

Rafa Nadal gana el US Open dominando a Novak Djokovic de principio a fin

El campeón gana por segunda vez en Nueva York y demuestra que es el mejor

Rafa Nadal gana el US Open aplastando a Novak Djokovic a pelotazos. El español se impuso al serbio 6-2 / 3-6 / 6-4 y 6-1.

El campeón español gana por segunda vez en Nueva York y demuestra que es el mejor del mundo.

Para Nadal es el decimotercer Grand Slam de su impresionante carrera.

EL PARTIDO

En el cemento azul de la Arthur Ashe, ante más de 23.000 personas eufóricas por semejante exhibición, Rafa Nadal se hizo eterno este 9 de septiembre de 2013, cuando ya era madrugada del martes en España.

Ha sido la enésima entrega de orgullo y amor propio del tenista más competitivo que se recuerda.

Pasan tres horas y 21 minutos para que el español acabe rodando por los suelos después de derrotar a Novak Djokovic por 6-4, 3-6, 6-4, 6-1, un triunfo sublime que implica un millón de cosas y más en este 2013 irrepetible. [Así lo hemos contado]

En el cielo está instalado un jugador que el año pasado trabajaba en la sombra para recuperarse de una grave lesión de rodilla, más de siete meses de tortura sin intuir el final y que le dan más valor a la hazaña.

Ahora, en septiembre, Nadal lleva ya diez títulos, gana el segundo US Open de su carrera, estira la estadística hasta los trece grandes y confirma que no hay nadie como él, que hoy por hoy es el mejor.

Todavía no es el número uno, pero su triunfo de ayer le concede ese reconocimiento por parte del planeta tenis. Está descontrolado, es enorme.

En Nueva York se escribe la entrega 37 de la mayor rivalidad de la historia de este deporte, más incluso que la que mantuvieron Ivan Lendl y John McEnroe.

Nunca ha habido tantos encuentros entre dos raquetas y Djokovic y Nadal están condenados a encontrarse muchas veces más, claros dominadores del circuito y protagonistas de partidos soberbios como éste. Son dos bestias desatadas, atletas impresionantes con un talento descomunal que repetían en el mismo escenario las finales de 2010 y 2011.

La primera la ganó Nadal para cerrar el círculo, la segunda consagró a Djokovic pese a que el balear extrajo conclusiones positivas y la tercera, con el viento como invitado, fue la consagración definitiva del zurdo, impecable de principio a fin.

El primer set fue, simplemente, perfecto, una lección de 42 minutos que elevó la temperatura en Flushing Meadows. Con la teoría muy aprendida, y enterrados los miedos que en 2011 le condenaron ante éste mismo enemigo, Nadal le negó los ángulos a Djokovic y le jugó fuerte y al centro para que no explotara su revés, profundo al resto y letal en el ataque.

Por norma, la derecha habla por él y es especialmente significativo cuando le funcionan los paralelos. En el caso de Djokovic, le delatan las muecas y las mil caras que regala a su palco cuando algo no va, desnortado desde que perdió su saque en el tercer juego de la final. El primer set, que transcurrió a un nivel altísimo, se lo agenció Nadal, un ejercicio de manual sin un tachón.

Volaban sus piernas para compensar el poco acierto con el primer saque, le impulsaba la intuición en cada carrera y desquiciaba a Djokovic en peloteos interminables.

En cemento, que es donde mejor se siente el actual líder de la ATP, Nadal bordó el tenis y celebró su vigesimosegundo triunfo consecutivo en esta superficie, aunque era imperativa la dosis de sufrimiento y emoción.

Un puntazo con 54 golpes

De Djokovic, que tiene vidas infinitas, se esperaba una reacción como la que tuvo, apoteósico el despertar en el segundo parcial para sacarle brillo a todas las líneas. Cerró el puño, miró con fiereza y alzó los brazos después de llevarse un peloteo de 54 golpes, el más largo del torneo con mucha diferencia.

Servía para romper el saque de Nadal, el primero de los tres breaks consecutivos para llevarse el set por 6-3 y ponerse con 2-0 en el tercero.

Fue un cambio radical de la historia, un Djokovic en modo superlativo mientras el español se atragantaba desde el fondo de la pista, sin la finura del inicio y mal con el revés.

En esa fase de la cita, el viento fue decisivo y lo gestionó peor el zurdo, aturdido por la brutal mutación de su enemigo.

Pero la grandeza de Nadal nace siempre desde la adversidad, la mente más privilegiada que existe en el deporte.

De verse fuera en ese tercer set, que significaba medio partido por las tendencias de ambos, el mallorquín recuperó la desventaja y se encendió sin la necesidad de jugar bien, un asunto de coraje y fe que le llevó hasta el paraíso.

Su festejo al llevarse el set, con su equipo entusiasmado, era el presagio de lo que sucedería un poquito más tarde. Olía el premio.

Djokovic se había apagado definitivamente al perder su primer saque de la cuarta manga, desesperado porque no hay manera humana de tumbar a Nadal.

«Rafa es el mayor desafío», exclamó en la previa, consciente de que es tan competitivo en tierra como en rápida. En Nueva York, y con el apoyo incluso de la Reina Sofía, Nadal demostró que más allá del resultado es un campeón de otro planeta porque da igual que gane o no. Su mayor victoria es cómo se ha superado después de todo.

 

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