Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Reflexiones

 

¿A quien le interesa España?

Hoy, los distintos partidos políticos, y sobre todo sus líderes, lo sacrifican todo a sus propios intereses, y nosotros les hacemos el juego alegremente.

Actualmente llevamos ya algunos años más de supuesta democracia, que los que hemos llevado de franquismo.

Quienes vivimos el franquismo y no estamos actualmente sometidos a la dictadura de lo políticamente correcto, ni a los intereses de su explotación política, sabemos que fue una época que bien se puede dividir en tres claras y muy distintas situaciones. Entre el final de la guerra en 1939 y el fin del dictador en 1975, pasaron 36 años o lo que es lo mismo, tres docenas caracterizadas por situaciones muy diversas en todos los aspectos. 

El primer tercio (me toca nacer en él, en Barcelona y de padres republicanos) se caracteriza por ser un periodo de posguerra con todo lo que ello implica de venganzas, intolerancia, remodelación absoluta de cualquier tipo de situación anterior, y pobreza, ruina, sacrificio y aislamiento internacional, que habría de traer las situaciones más duras de la dictadura.

El segundo tercio (mi adolescencia, en Vigo, por supervivencia) supone la salida de la pobreza generalizada, la mayoría de una clase media que empezaba a asentarse, con el reconocimiento exterior y toda una serie de medidas de orden social que habrían de situar a España en los albores de un inminente progreso, aun cuando debía convivir con una galopante emigración y arrastrar todavía grandes contradicciones, con un mantenimiento real de la dictadura, pero ya mucho más suavizada, en sus acciones, que en el tercio anterior.

Finalmente, el último tercio (los inicios de mi vida laboral, también en Vigo), los años sesenta, con la llamada “dictablanda”, proyectarse un cambio espectacular en lo económico y social con sucesivos gobiernos de tecnócratas y un crecimiento que en muchos aspectos llegó a liderar los índices europeos, sin prácticamente deuda externa, ni deficit presupuestario y con unos índices mínimos de desempleo, la seguridad social, las viviendas sociales y de protección, las catorce pagas, el auxilio social, las pensiones de jubilación y viudedad, las escuelas públicas y gratuitas y todo un sistema social perfectamente avalarle en Europa, e incluso superior en algunos casos, aun cuando siguiesen sin tomar protagonismo algunas de las libertades más valoradas, sobre todo, por una clase política expectante, y unos medios a la espera de su eclosión.

Hoy se habla, desde lo políticamente correcto, únicamente de la primera fase, como si ella abarcase todo ese reciente pasado, situando en esos cerca de cuarenta años todo lo malo que se quiera como causa de las actuales deficiencias, en todas y cada una de las materias a tratar, algo que sobre todo defienden individuos que ni siquiera han vivido la última de las fases enunciadas, al dictado de una extrema izquierda y sus medios, incapaces de conseguir otra cosa que la imposición de una dictadura de lo políticamente correcto, acuñada al son de sus intereses partidistas de supervivencia, a base de reescribir la historia a su antojo. No olvidemos que la historia la escriben los ganadores, pero la reescriben los perdedores, y ambos con las mismas o parecidas falacias.

Con la supuesta democracia actual, pasa algo parecido, aunque a la inversa, al menos en cuanto a la política. 

En el primer tercio se dieron las mejores situaciones de generosidad, de política de Estado y de la aparición de los mejores políticos, surgidos de la sociedad civil, con curriculum propio, de empresa, de trabajo, de formación, personas que quisieron levantar el país haciendo borrón y cuenta nueva, consiguiendo una transición ejemplar, con lagunas, por supuesto, pero fruto de una generosidad hoy desconocida, la mayoría de ellos nacidos, criados y formados durante los años de dictadura, y lo hicieron sin la mochila del odio, que hoy recogen por bandera quienes nada de aquello vivieron.

El segundo tercio es el de la consolidación internacional, el de el asentamiento de los partidos, pero también el germen de las dictaduras de partido, de la corrupción, de los políticos profesionales, de los intereses partidistas por encima de todo, de la exaltación de los mediocres, de una sociedad que progresaba desequilibradamente en lo económico con relación a lo social, con una masa de votantes de mayor nivel económico pero de gran desinterés por lo fundamental.

Hoy vivimos en el final de ese tercer tercio (el de mi jubilación) en el que la corrupción ha sido feroz y galopante en los dos partidos principales, donde las dictaduras internas en los partidos son absolutamente escandalosas, donde el pueblo ya pasa de casi todo y en donde los “derechos” de todos están muy por encima de los deberes de cada uno como ciudadano, donde ya no existe ni un solo político con sentido de Estado y donde la mentira, la corrupción y la falta absoluta de patriotismo no tienen repercusión alguna en unas urnas, en las que se depositan unos votos más propios de veleidades, que de un análisis serio y responsable por parte del votante. En definitiva, en una situación que incluso la esperanza en la irrupción de nuevos partidos se ha venido abajo, sin que la aparición de un nuevo sol en el horizonte parece que vaya a tener lugar.

Como ciudadano que me considero en el deber de informarme, al menos para poder ejercer mis derechos desde posturas responsables, con independencia de mis inclinaciones políticas en las que cada vez encuentro menos amparo en lo establecido, he seguido el reciente “combate” de investidura, con una pena enorme por mi país, que sigue siendo España, y con una rabia contenida hacia la mayoría de los distintos líderes que pretenden asentar sus posaderas en la poltrona nacional a toda costa, y me refiero a Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias, los actuales dictadores de sus correspondientes partidos, por un lado, y los portavoces de los distintos nacionalismos por otro, donde no se necesitan líderes, ya que todos pretenden lo mismo, cargarse España pero antes sacarle todo el jugo que sea posible, en aras de sus pretensiones independentistas, para convertirse finalmente en cabezas de ratón de pequeños países en los que poder campar a sus anchas, en esa especie de mundo idílico en el que creen. Una suerte de experiencia religiosa.

Antes de ninguna consideración, conviene aclarar que el votante cuando deposita una papeleta en una urna, no es la papeleta de un líder, sino la de un partido, con independencia de que una vez pasadas las elecciones el escaño pertenezca a la persona y no al partido, al menos según sentenció en su día el TS en una sentencia ampliamente discutida. Es falso por tanto decir que Sánchez ganó las elecciones, o que Iglesias fue el perdedor entre los cuatro primeros, pues esos realmente fueron el PSOE y Unidas-Podemos, entre otras cosas porque en las únicas papeletas que figuraban Sanchez e Iglesias eran en las del PSOE y de Unidas-Podemos de Madrid. Nadie en el resto de España ha votado papeleta alguna en la que estuviesen, aun cuando, eso si, en todas figuraba el partido.

También conviene recordar que en la demarcación de Madrid, en cuyas listas estaban los líderes de los distintos partidos, el PSOE solo consiguió el 27,28% de los votos escrutados, lo que supone alrededor del 18% de los madrileños llamados a votar, es decir, algo menos de uno de cada cinco. El segundo fue Ciudadanos, a solo un 6% de diferencia, siendo el quinto Vox con algo más de la mitad de los votos del PSOE, una victoria pírrica para quien se considera el dios de la política española, y más cuando de tales votos, gran parte lo eran, por deber al partido, de partidarios de los enemigos de Sanchez en el propio seno de su organización.

Pero, ¿cuál es la actuación de este póker de jóvenes líderes, tan distintos a aquellos que propiciaron el cambio?.

En lo personal, Sánchez y Rivera se odian. Sánchez e Iglesias no se soportan, Rivera con Iglesias han de mantenerse en la distancia. Casado e Iglesias se desprecian, mientras Rivera con Casado se disputan el puesto.

Sánchez, salvo para esa mayoría que nada profundiza, que vota en negativo, o de la forma más superficial, e incluso para aquellos fanáticos del partido que aun conociendo al personaje apañan con todo, resulta ser un mentiroso compulsivo, un personaje al que solo importan sus propios intereses, un ambicioso político de primer orden, soberbio, capaz de aliarse con cualquiera para obtener sus objetivos, incluso de vender a España aliándose con lo más impresentable de la política “española”.

Casado ha pasado de la agresividad más absoluta a una posición de espera, agazapado, en la distancia, aparentando una prudencia y una calma sosegada cuando todos los demás la pierden, procurando cerrar la espita de su pérdida de votos. 

Rivera pierde apoyos a borbotones, con una actitud de combate extrema y cometiendo múltiples errores.

Finalmente Iglesias, que se ve en una cuesta abajo imparable, es consciente de que no le queda futuro si deja pasar este tren y se agarra a un clavo ardiente para tocar poder, incluso desde la posición de quedar como un hombre de Estado cuando dice sacrificar sus intereses personales en pro del partido, ante el órdago de Sánchez de ofrecer puestos al partido si este se carga a Iglesias.

Ante todo este panorama, a Sánchez, sus asesores le aseguran que si finalmente se va a otras elecciones, puede pasar de los algo más de 120 diputados a cerca de 150, eliminando prácticamente a Unidas-Podemos y alejando más, tanto a Ciudadanos como al PP y a Vox, de manera que la mayoría absoluta se le presente más fácil y, como tales elecciones tendrían lugar en noviembre, le quedaría por la proa cerca de medio año más de gobierno, hasta la constitución de un nuevo Parlamento que le ofreciera una gestión mucho más sencilla y en mejores condiciones, por lo que es el primer interesado en no salir elegido y propiciar sus deseadas nuevas elecciones.

Pero el verdadero protagonista, el auténtico equivocado en todo este circo resulta ser Albert Rivera, quien tiene la llave de todo y ni sabe meterla en la cerradura ni hacia que lado girar (lo digo siendo votante de Ciudadanos). Se pasó toda la campaña diciendo que nunca pactaría con Sánchez y que no se sentaría con Vox, más pensando en lo que pudieran decir en Europa con ello, que en los propios intereses y querencias de sus votantes.

Su primer error fue no poner su programa sobre la mesa como norte de sus intereses y de sus posibles pactos. Como máximo representante del centro, los pactos han de concretarse, en caso de no ganar las elecciones o de no poder gobernar, con aquellos que más se aproximen a su programa, pues eso es lo que quiere el votante, sin cerrarse a nadie de entrada. ¿Qué rédito les puede ofrecer a día de hoy?

Su segundo error fue el enemistarse visceralmente con Sanchez y condicionarlo todo e ello, pues en política las pasiones personales no han de tener cabida y si al final has de comerte algunos sapos, el primero es el de la falta de química hacia tu adversario, que siempre podrá ser tu aliado en algún momento y con ello conseguir algo de lo pretendido. ¿Qué ha conseguido con ello?

Su tercer error, y creo que definitivo, es el de no haber sabido aprovechar el enfrentamiento de Sánchez con Iglesias. Me explico:

Ciudadanos siempre mantuvo en campaña que nunca pactaría con Sánchez, que nunca lo votaría ni apoyaría un gobierno que Sánchez encabezase y ahora se siente prisionero de tales determinaciones, pero nunca emparejó la suerte de Sánchez a la del propio PSOE, o al menos nunca lo dejo demasiado claro. 

Por otra parte y en el caso de Sánchez, este ha cometido el error (piensa el ladrón que todos son de su condición) de pedirle a Unidas-Podemos, en un nuevo intento de llevarlos al huerto, que prescindan de su líder si quieren formar parte de un gobierno de coalición, a lo que Iglesias ha respondido que por el bien del país, la gobernabilidad y bla, bla, bla, adelante y sea la escaladora de su señora, la mano que mueve la cuna (!menuda carrera desde la nada más absoluta!) quien okupe su pretendida poltrona, algo con lo que Sánchez no contaba.

O sea, que a Rivera le ponen el toro en suerte y pincha en el albero, cuando hubiera matado al toro de una estocada, con una propuesta de dos orejas, rabo, vuelta al ruedo y salida por la puerta grande, que hubiera acabado con Sánchez, pues el PSOE, para hacerse con el gobierno solo necesita los votos de Ciudadanos y con ello poder olvidarse de Unidas-Podemos y de todos los buitres independentistas, todos ellos a la espera de la carnaza que necesitan chantajeándonos a todos con sus votos. 

La solución hubiera sido bien sencilla. Rivera le propone a Sánchez en el Congreso, ante toda España, el apoyo al PSOE por el mismo precio que le pide Sánchez a Iglesias, por el bien del país, de la formación de un gobierno y por el futuro de España, entregado sus votos al PSOE a cambio de la cabeza de Sánchez y con la condición de que el nuevo gobierno admitiese toda una serie de peticiones populares, la mayor parte de ellas en su programa, como son: la supresión de los aforamientos (solo para los presidentes de los distintos poderes), la supresión de los indultos a políticos condenados, la supresión de asesores a cargo de la administración (los que se crean necesarios deberán sostenerlos los propios partidos), un tratamiento igual para políticos que para ciudadanos en cuanto al paro, jubilaciones y vacaciones, y un sistema de retribuciones para políticos objetivo, ajeno a las decisiones de los propios interesados nada más empezar sus mandatos.

Con ello no faltaría a su promesa en campaña de no apoyar a Sánchez, evitando nuevas elecciones, sin formar parte del nuevo gobierno, para poder hacer una oposición significativa y como protagonista y dejando que el PSOE gobernase en minoría, frustrando las expectativas de Unidas-Podemos y de todos los nacionalistas.

La petición a Sánchez de que actúe tal y como le ha pedido a Iglesias por el bien de España, excluyéndose y este aceptando, al tiempo que se propone de cara a la clase política lo que el pueblo lleva clamando desde siempre, son argumentos de difícil defensa en cuanto a su incumplimiento. De proponerlo, se coronaría como primer espada y mejor situado ante la próxima legislatura, dejando en el gobierno a un segundo espada (posiblemente Borrell, contrario a los independentistas), con una minoría que precisaría de consensuarlo todo, un PP a remolque y el resto prácticamente en la indigencia.

Ante esta insólita situación, ¿Qué haría Sánchez? ¿Se sacrificaría al igual que ha hecho Iglesias? ¿Opondría públicamente sus particulares ambiciones a los intereses de su propio partido por ostentar el poder? ¿Se plegaría entonces a las exigencias de Unidas-Podemos y de toda la tropa de independentistas?. ¿Le cerraría la puerta a Borrell aun a costa de perder el poder?. Cualquier situación que no fuera su sacrificio ¿le reportaría más votos ante unas nuevas elecciones, o bien lo defenestraría?, ¿Qué posición tomaría el partido?.

Definitivamente esta guerra la ha perdido Ciudadanos, mi partido, por acumulación de errores, por visceralidad, por bisoño, porque en política hay que saber esperar y porque cuando tienes el toro cuadrado has de entrar a matar y clavar la espada hasta el corvejón.

Ya que carecemos de políticos con sentido de Estado, al menos que gane el más cabrón, a base de demagogia si se quiere, pero eso si, que el más cabrón sea el nuestro, y sobre todo cuando le ponen el toro en suerte.

Amigo Rivera, ha pasado tu tren por delante de tus narices y ni te has enterado.

¿Acabaremos entregados a la ultra izquierda, al nacionalismo y a una situación económica desesperada, fruto de una política pueril e irresponsable, incapaces de remitir la deuda externa, de cuadrar presupuestos, de perder competitividad, de crear nuevos puestos de trabajo o de ser incapaces de sostener el sistema de pensiones, o estamos abocados a nuevas elecciones, como le conviene al guaperas?    

 

   

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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