Llámelo como quiera, señor Zapatero, pero esto es una crisis y de órdago

(PD).- Llámelo crisis, desaceleración o como le dé la real gana. A algunos los podrá engañar, pero a los que manejan el parné y las empresas no. Y eso, presidente Zapatero, don Pepiño Blanco y compañia, son los que mandan, como les puede explicar muy bien el ministro Solbes.

Escribe Graciano Palomo en Elsemanaldigital que pocas veces ha oído hablar más alto y claro a un empresario. Lo que viene a demostrar que la crisis no es para tomarla a broma porque empieza a triturar todo lo que encuentra a su paso.

Guillermo Chicote, presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de España (APCE), le ha salido respondón al vicepresidente Solbes. Supongo que el primer sorprendido habrá sido el propio ministro de Economía, acostumbrado como está a ver desfilar por su despacho a empresarios con el cazo puesto.

Don Pedro se niega a reconocer la mayor (que atravesamos una muy severa coyuntura económica), para acto seguido subrayar –eso sí, con un hilito de voz– que no está dispuesto a soltar un euro para sacar las castañas del fuego a unos señores que engordaron extraordinariamente sus cuentas en lustros anteriores sobre la argamasa y el ladrillo.

Incluso se ha aventurado a decir –él que siempre es tan cauto como corresponde al máximo ejecutivo gubernamental de las cosas de comer- que es buena la corrección que impone el mercado.

Sinceramente, no le falta razón al levantino en puridad teórica. Si estamos en un sistema de mercado es para todo y no para acudir al papá Estado para que saque las castañas del fuego cuando esos empresarios hacen agua. Pero acto seguido habrá que concluir también que dejar de intervenir acarrea daños colaterales de todo tipo hasta el punto que al final es peor el remedio (no hacer nada) que la enfermedad.

Como casi todo en la vida in medium virtus.

Pues bien, el señor Chicote –que ignoro si tendrá algo que ver con el gran barman de la Gran Vía- no se ha cortado un pelo para exigir al Gobierno que haga lo propio que otros gobiernos y le dé a la fácil manivela del dinero fácil, acuda presto en socorro de los vencedores y se deje de coñas.

Argumenta el susodicho Chicote que los «discursitos» del ministro tienen menos valor en el supermercado que un euro de madera y que tratan de liquidar una pulmonía con caramelos de la tos, lo que no es vendible ya ni en la última tribu de la Amazonía. Para lanzar un misil en la línea de flotación del socialista gobierno del muy socialista Zapatero: si permanecen de brazos cruzados aquí se va a armar la de San Quintín y el paro tendrá «tintes de tragedia». Palabras textuales.

No le falta razón tampoco al portavoz del lobby del ladrillo. Porque acto seguido ha recordado que es un hecho cierto que en años anteriores se llevaron al matadero magras vacas pero también las administraciones con su voracidad fiscal.

Me permitirán los lectores recordar que llevo modestamente casi dos años recordando un día sí y otro también lo que se nos venía encima. Ahora ese horizonte de tres millones de parados (o más) no puede titularse con otra palabra más propia que la de «tragedia». Una tragedia nacional.

Ante esta cuestión tan transcendental sólo cabe reeditar otros Pactos de La Moncloa, como antaño. Porque si el Gobierno se empeña en negar lo evidente y la oposición en intentar sacar tajada (máxime las circunstancias) de una situación tan difícil ya sabemos quién pagará el pato.

Lo que me ha sorprendido es lo de CC.OO. Se niega en rotundo a que el dinero público vaya a paliar las necesidades de los empresarios. Y pueden llevar razón. Pero yo les pregunto, oiga, don Fidalgo, ¿ustedes de qué viven? Porque resulta que criticamos –y con una cierta razón- los dineros públicos a la Iglesia (yo, católico, soy firme partidario de la independencia económica) y resulta que aquí tenemos unos sindicatos cuya estructura no duraría ni un día sin la pasta que sale, y muy generosamente, de los Presupuestos.

Me gustaría saber cómo explican su postura los chicos de CCOO a los trabajadores que se quedarán al pairo.

Me apena el pueblo; me apena mi país. Pero lo que no podemos hacer es desesperar jamás, y si desesperamos tenemos que seguir trabajando.

Si nos dejan.

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