Del consumo al «con-su-mismo»

(PD).- El INE ha confirmado su primera estimación sobre la evolución del PIB español durante el segundo trimestre: exiguo crecimiento trimestral de una décima, dos menos que el trimestre anterior y siete menos que en el mismo trimestre del año anterior. El único consuelo, si es que a alguien le sirve de algo, es que también las economías europeas han registrado caídas de varias décimas.

Tal y como editorializa ABC, «lo relevante es que el comportamiento del PIB español ya no refleja ninguna ventaja con respecto a la media europea, está decididamente a la baja y es muy probable que siga así, al menos en lo que queda de año. Las ventajas comparativas de la economía española, que propiciaron a lo largo de la última década un crecimiento doble del comunitario, se han esfumado e incluso juegan ahora como desventajas«.

E Ignacio Camacho, columnista del diario de Vocento, escribe «Del consumo al «con-su-mismo», sobre los desastrosos datos de la economía española:

La principal actividad española, la más homogénea y estable, no es el turismo, ni siquiera la construcción antes del crack inmobiliario, sino el consumo. En uno de los países más subvencionados de Europa, las transferencias de renta permiten mantener el gasto en bienes por encima de los niveles de productividad incluso en aquellas regiones menos competitivas; hay autonomías en los que el agujero diferencial -el gap, que dicen los expertos- entre PIB y consumo es de casi treinta puntos, lo que se explica por la inyección de subvenciones y subsidios, un fenómeno no del todo negativo que desemboca en la existencia de numerosas sucursales bancarias, concesionarios de coches, tiendas de telefonía móvil y supermercados en pequeñas poblaciones con casi toda la población activa en paro. El consumo, subsidiado o no, mantiene viva la economía y al menos favorece la producción de ciertos bienes y la circulación del dinero, pero no es inmune al desplome general. Y los datos recientes indican que, después de estancarse, se ha desplomado.
Sucede que el Estado se ha quedado sin superávit que inyectar para mantener el consumo y la asistencia, y se va a quedar más aún cuando acabe de cuadrar el damero maldito de la financiación autonómica, ese quebradero en que el Gobierno se ha metido por su temeraria afición a prometer más de lo que puede cumplir. Como el presidente dice ser un socialdemócrata y considera que el factor diferencial de la socialdemocracia reside en subsidiar a la gente, tendrá que echar mano del déficit para sostener el gasto público que no piensa disminuir, y que probablemente está dispuesto a aumentar. En España, país de deudores compulsivos en el que la gente no sólo no ahorra sino que amplía las hipotecas para irse de vacaciones o comprarse un televisor de plasma, está muy extendida la idea de que no pasa nada porque el Estado se endeude, pero los economistas más responsables sostienen que el déficit genera desempleo y calamidades varias. Entre otras, la necesidad de incrementar las prestaciones sociales a los desempleados y, por tanto, el gasto que genera más déficit. Un círculo vicioso, vaya.
Pero he ahí al Gobierno asumiendo, de momento con la boca chica, que un poco de déficit no resulta en absoluto grave. Se trata de que nos vayamos preparando. El Gobierno siempre va por detrás de la realidad, -ya saben, el cálculo del certero «tío de las previsiones»-, y cuando dice desaceleración hay crisis, y cuando admite la crisis se aproxima la recesión. Así que si calcula un 0,8 de déficit hay que irse preparando al doble, toda vez que de ninguna manera está prevista la reducción del gasto que aconsejan los malvados liberales, esos tipos desalmados.
Los ciudadanos, que no entienden de macroeconomía, han reducido el consumo porque la micro se la conocen al dedillo y saben que la nómina no llega. Y el bajón del gasto individual ha alumbrado una estadística pavorosa del verano. Asfixiado por las hipotecas y los precios, el pueblo soberano ha pasado del disipado consumo al cauteloso consumismo: seguir con su mismo coche, con su misma casa, con su mismo frigorífico y con su mismo traje hasta que el panorama se aclare. Que parece que no se aclara.

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