Una bancarrota global

Una bancarrota global

(David Ignatius).-En el drama de William Saroyan ambientado en la era de la Depresión «The Time of Your Life,» aparece un lacónico personaje llamado “el árabe” que murmura sin parar el diálogo enseña de la obra de teatro: “No hay nada firme. Hay que tirar hasta el final.”

La economía global da esa imagen esta semana. No hay nada firme, no hay liquidez, no hay refugio, no hay salida… hay que tirar hasta el final. Ese es realmente el corazón del problema – las financieras globales notan que se encuentran sobre arenas movedizas. No confían en las demás instituciones, de manera que atesoran su liquidez como si fuera la vida en ello, con la esperanza de poder sobrevivir al pánico.

El problema es que la suma de todas estas decisiones individuales racionales, en la que cada jugador de la economía global intenta proteger sus propios intereses, es la catástrofe colectiva de la que estamos siendo testigos ahora. Ese es el motivo de que la respuesta – el terreno firme, si usted quiere – sólo pueda venir de las instituciones públicas.

Si la economía global fuera una única empresa, estaría próxima a declarar la bancarrota. Esto suena tétrico, pero la analogía en realidad me tranquiliza. Bancarrota no significa que a una empresa se le hayan acabado las buenas ideas ni los buenos trabajadores, ni que vaya a dejar de fabricar productos. Significa que se le ha acabado el dinero, y que tiene que solicitar la protección del gobierno para seguir operando. La bancarrota, si se gestiona adecuadamente, es un proceso de trance que proporciona un camino de vuelta a la solvencia.

Una compañía solicita protección de sus acreedores a través de un tribunal de cuentas, que nombra a un administrador para supervisar la aclaración ordenada de sus deudas y demás obligaciones. Separar la paja del grano en las reclamaciones puede llevar años y los acreedores con frecuencia reciben una cantidad inferior al valor total, pero hay un proceso fiable. Las compañías vuelven a emerger con frecuencia de la bancarrota más saneadas que antes; con frecuencia, algunos activos son vendidos a otras empresas que pueden hacer un mejor uso de ellos.

En el caso del sistema financiero estadounidense, el equivalente al tribunal de cuentas es el comité de rescate oficioso encabezado por la Reserva Federal y el Tesoro. Esa misión de rescate hasta la fecha se ha centrado en inyectar liquidez al sistema, pero ha tenido poco efecto – porque los aterrorizados bancos no están dispuestos a prestar. El comité de rescate debería pasar ahora a la tarea mayor de administrar – de supervisar la limpieza ordenada de la deuda en una economía en la que la confianza se ha desvanecido, igual que sucede con frecuencia en una quiebra ordinaria.

Como administradores de cuentas, el presidente de la Reserva Ben Bernanke y el Secretario de Hacienda Henry Paulson deberían centrarse en mantener en funcionamiento el sistema mientras se encuentra bajo protección gubernamental. No es que falte efectivo en el sistema; trillones de dólares están muertos de risa en fondos de valores de bajo riesgo, deuda pública y otras “inversiones refugio.” El problema de nuestros administradores es poner a trabajar ese dinero.

En el caso de la economía global, se aplicaría la misma metáfora. Los administradores en este caso serán los ministros globales de economía y los banqueros centrales que se congregan en Washington este fin de semana para su reunión anual. Con suerte entenderán que debemos cerrar filas ahora, o echarán el cierre por separado.

Tristemente, la institución que supuestamente iba a proteger el sistema global, el Fondo Monetario Internacional – aunque difundió algunas advertencias puntuales sobre los riesgos para la estabilidad — se ha visto totalmente impotente en la crisis. Es hora de abolir esta inútil institución y crear una nueva que pueda ayudar a administrar el funcionamiento global.

Lo que necesitamos ahora es una cámara de compensaciones global, un consorcio mixto entre las instituciones financieras más grandes y los bancos centrales, que pueda garantizar que los intercambios se completan y las pérdidas son cubiertas mientras el sistema encuentra la forma de salir de la quiebra. David Smick, cuyo refinado libro «The World is Curved» ofrecía proféticas advertencias del desastre, propone que las instituciones financieras privadas financien el 60% del coste de esta Cámara, y los bancos centrales el 40% restante. Para trabajar y estar protegidas, las instituciones privadas tendrán que compartir toda la información, lo cual significa hacer limpieza de los valores tóxicos en sus libros de cuentas.

Lo que cuenta es el compromiso colectivo con la creación de un depósito global – de forma que haya un terreno firme para el préstamo y el comercio, hasta el final. “Lo que está teniendo lugar es la reevaluación del valor de cada activo del mundo,” dice Smick. “La solución tiene que ser global.”

Esta catástrofe global se parece cada vez más a una quiebra. Pero se puede consolar en el hecho de que la quiebra es un hecho cotidiano de la vida, y que bajo una gestión sensata, es un proceso de dirección, más que una sentencia de muerte. Sabemos cómo hacer este papel – cómo utilizar administradores públicos para proteger a compañías privadas y a sus plantillas cuando el mercado no lo hace.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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