La agonía de General Motors

La agonía de General Motors

(MICHAEL GERSON).- El fundador de General Motors, el encantador y resuelto Billy Durant, nunca fue tan famoso como Henry Ford. Pero mientras Ford fabricaba fiables coches idénticos entre sí, General Motors se centraba en la variedad y el color, alimentando un floreciente consumismo estadounidense.

Durante los primeros meses de la Gran Depresión, GM tuvo la valentía de presentar el Cadillac Madame X que presumía de tener 16 cilindros. ¿Quién podía deprimirse con esa clase de motor? A finales de los años 30, el «Desfile del Progreso» de General Motors, una muestra itinerante de la tecnología automovilística más reciente, recalaba en 251 ciudades en las que 12 millones de estadounidenses vieron un futuro cegador y aerodinámico.

Pero en nuestro cambio de ciclo actual, General Motors se ha convertido en un símbolo de decadencia en lugar de renovación. Como me decía recientemente un alto funcionario de la administración, «El gran interrogante económico ahora mismo es: ¿Hay que dejar que GM quiebre?».

Pocas compañías merecen más el fracaso. General Motors fabrica coches por encima del nivel de demanda que poca gente quiere comprar, sustentando la demanda con incentivos financieros que redundan en pérdidas constantes. La compañía está lastrada por gastos indirectos colosales y está seriamente afectada por contratos de trabajo insostenibles. GM ha realizado progresos paulatinos en los costes de la mano de obra y la calidad del producto, el Cadillac CTS tiene un motor de altos vuelos, pero estos cambios han tenido el efecto de un cubo de agua sobre un incendio a gran escala.

General Motors, la primera compañía del mundo en registrar mil millones de dólares de beneficio en un año (1955), está perdiendo ahora casi mil millones de dólares al mes.

Para muchos, la respuesta es simple: GM debe declarar la bancarrota. Con sus acreedores a cargo, GM podría reestructurarse, deshacerse de activos y quizá emerger al final como una compañía más ligera y más competitiva. Un rescate del gobierno, en esta versión, solamente recompensaría la mediocridad y retrasaría lo inevitable.

Pero la bancarrota de GM plantea desafíos únicos. La mayoría de los estadounidenses probablemente compraría un microondas de una compañía en quiebra. ¿Pero quién compraría un coche con garantía a una compañía así? Una de las primeras consideraciones a la hora de comprar un automóvil es el servicio y el mantenimiento durante los años siguientes. No restemos importancia al asunto. La quiebra de General Motors probablemente significará el final de General Motors.

Pero no se debe permitir que GM quiebre. Ningún presidente, en último término, se arriesgará a este colosal impacto sobre una economía frágil. El Presidente George W. Bush es partidario del acceso rápido a fondos del Departamento de Energía. El Presidente electo Barack Obama ciertamente no asumirá ningún riesgo en aras de la pureza de doctrinas del libre mercado que él no comparte. Los economistas estiman que un derrumbe rápido de la industria automovilística costará hasta 3 millones de puestos de trabajo, enviando la tasa de desempleo quizá al 9,5% nada menos. Podría dar lugar también a un desfondado estado mental de pánico.

¿Pero no sería la intervención pública una situación precaria? ¿Por qué rescatar a GM y no a Circuit City? Bien, quizá porque el cierre de Circuit City deja un local vacante en el centro comercial, mientras el colapso de la industria automovilística estadounidense deja en crisis a regiones enteras del país. La labor de un presidente, en asuntos que van desde la intervención militar a la política económica, consiste en mantenerse firme en las situaciones precarias inevitables.

El rescate que se avecina será un importante desafío para Obama. Si cede a los sindicatos del automóvil que ayudaron a que saliera elegido y simplemente apuntala una industria en caída libre, iniciará su presidencia con un matiz de debilidad. Si insiste en una reestructuración seria que genere compañías sostenibles, incluyendo recortes sustanciales de los salarios y las prestaciones, y reducciones masivas, se podría forjar una reputación de dureza parecida a la de Ronald Reagan después de sus primeros despidos del personal de control aéreo en huelga en 1981.

Los Republicanos se enfrentan también a un desafío. Algunos líderes Republicanos del Congreso parecen emocionarse ideológicamente ante la perspectiva de compañías automovilísticas derrumbándose, saludando la «destrucción creativa» de un derbi de demolición económica. «Hay empresas quebrando todos los días y otras empresas ocupan su lugar,» explica el Senador por Alabama Richard Shelby. Pero la industria estadounidense del automóvil no quiebra todos los días. Y es difícil imaginar algún programa fructífero de reconstrucción política Republicana que vaya a empezar diezmando aún más la región industrial de los lagos y fomentando el resentimiento entre millones de trabajadores en paro.

Billy Durant entendería las dificultades actuales de GM. Tras ser despedido de la compañía por su ineficaz gestión financiera, Durant perdió su fortuna en la quiebra de la Bolsa. En 1936 declaró su bancarrota personal y más tarde abrió North Flint Recreation, un local de bolos. Ese es el riesgo inherente al capitalismo. Pero el repentino colapso de la compañía que fundó sería arriesgarse demasiado.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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