(PD).- Tres meses después de anunciarse los primeros planes de rescates bancarios en el mundo, los Gobiernos se enfrentan al peor de los escenarios. No sólo estas actuaciones públicas se han revelado claramente insuficientes, sino que también las economías de los principales países han entrado en recesión, con cifras de desempleo y deuda pública históricas, amén de una paralización global de nuevos créditos.
Escriben Antonio Maqueda y Lourdes Miyar en El Economista que ahora los gobiernos lo intentan de nuevo, con la idea del banco ‘malo’ como la gran esperanza.
A finales de septiembre, tras la quiebra de Lehman Brothers, se puso en marcha la primera oleada de ayudas bancarias: unos 500.000 millones de dólares de los contribuyentes empleados en la adquisición de activos tóxicos o capital social de los bancos.
Si alguien pensaba que esto bastaba para resolver los problemas y recuperar el flujo de los créditos, se equivocaba de parte a parte. Los primeros planes evitaron la temida quiebra sistémica, pero no devolvieron el sector a la normalidad. Las cuentas de cierre del año han dejado al descubierto la fragilidad de algunas de las mayores entidades financieras, sus multimillonarias pérdidas y la necesidad de que, de nuevo, se les preste ayuda para seguir en el camino.
Parece entonces obligado preguntarse por qué han fracasado los rescates y si esta segunda oleada, que eleva el gasto total hasta el billón de dólares, será suficiente para poner a salvo a los bancos.
A remolque de los hechos
En estas segundas actuaciones, como en las primeras, los gobiernos actúan a remolque de los acontecimientos y, aunque parezca imposible, sin tener un conocimiento exacto del importe al que ascienden las pérdidas que se empeñan en garantizar.
En opinión de cada vez más numerosos expertos, estos parches multimillonarios, costeados con deuda pública, evitan un desastre inminente, pero alargan y encarecen la salida de la crisis.
Ayuda de los Gobiernos
No es que la humanidad cuente con gobiernos incompetentes, es que resulta muy díficil encontrar la solución perfecta para una tormenta sobre la que no hay precedentes. Todos los países se enfrentan a esta crisis y a la recesión a la vez. Encima, el resto de sectores privados vuelven los ojos a los Gobiernos para reclamar ayudas. Y los recursos son limitados.
Después de haber probado con la compra de activos dañados de los bancos y de inyectar capital (bien comprando acciones, bien a través de deuda), ahora, en esta segunda oleada, Reino Unido garantiza las posibles pérdidas de los bancos en activos tocados y recurre a inyecciones extra. En Estados Unidos, resurge la teoría del banco malo.
Los bancos no reconocen sus pérdidas
Pero no todas estas medidas garantizan que el sistema recobre el músculo financiero necesario para reactivar los créditos. Según los analistas, hay algo que falta en estos planes necesario para dibujar una salida segura de esta pesadilla: no se ha obligado a los bancos a reconocer el valor de sus pérdidas.
Los gobiernos optan principalmente por tres vías como solución definitiva: una que se contempla con más fuerza en Reino Unido y que no se descarta para otros países consiste en la nacionalización. Algunos bancos británicos están muy cerca de ella. El Estado ya posee el 59 por ciento de RBS y el 43 por ciento de Lloyd’s-HBOS.
Soluciones
La nacionalización, y si es completa mejor, tiene la ventaja de borrar la incertidumbre sobre la suerte de las entidades, lo que elimina la desconfianza que está detrás de la sequía de los mercados de liquidez, además de garantizar los depósitos de los clientes. Pero también tiene graves inconvenientes. Un dueño público no tiene por qué resultar mejor que uno privado. Podría conllevar una gestión menos eficiente de los recursos. En el contexto actual sería muy fácil sucumbir a las peticiones de ayuda de los sectores que ejerzan más presión y desviar hacia ellos parte los recursos. Los intereses políticos, ya se sabe, no encajan muy bien con la pura eficiencia económica.
Otra vía que no elimina del todo las suspicacias se basa en asegurar las pérdidas futuras. El Estado garantiza que pagará por ellas, pero ¿cuánto?, ¿hasta el infinito si es preciso?
El tercer camino estriba en el banco malo, puesto en práctica por Citi y que tiene su primer precedente en 1988 con el American’s Mellon Bank. La teoría es sencilla. La entidad se divide en dos. En una de ella se agrupan todos los activos dañados y en la otra, normalmente más pequeña, los sanos. El objetivo, y en Suecia tuvo un rotundo éxito, es procurar una rápida recuperación del banco bueno, mientras se intenta poco a poco poner orden en el otro. Eso sí, hay que volver al problema de raíz y reconocer antes hasta dónde llegan los números rojos, lo que conlleva a una necesaria pérdida de valor de los activos bancarios.
Los gurús se atreven también a ofrecer soluciones alternativas a estas tres. Georges Soros, en el Finantial Times, explica que el proyecto de Obama de hacer un gran banco malo puede prolongar artificialmente la vida de los bancos y resultar muy costosa para el contribuyente, ya que no contempla compras a precios razonables.
Bajar la solvencia
En su opinión, se deberían realizar inyecciones, pero siempre basadas en valoraciones realistas. Después, hay que relajar los requerimientos de capital de los bancos para facilitar el reinicio del flujo de los créditos. Y una vez hecho esto, la creación de un banco bueno y un banco malo allí donde se precise.