Las tarjetas ya no se pagan

Las tarjetas ya no se pagan

(PD).- Primero fueron las hipotecas subprime, que han rozado a España a través de los activos financieros basura. Pero ahora llega otro capítulo de la crisis: las numerosas tarjetas de crédito que, usadas como préstamo personal, se van a quedar sin pagar. El volumen de deuda es significativo y las posibilidades de cobro, escasas.

Según cuenta la revista Época, en febrero de este año, la deuda acumulada de las tarjetas de crédito y débito alcanzó 1.412.166.714 euros. En el mismo mes de 2008, la cifra sólo llegó a 900 millones. La morosidad ha aumentado un 57%, según los datos manejados por Asnef, y las operaciones morosas han crecido un 53%.

En España hay ya más de 77 millones de tarjetas que se usan como medio habitual de pago. El problema es que muchas de las deudas contraídas por esta vía -tarjetas del banco, de comercios o revolving, que son como préstamos personales inmediatos- se van a quedar sin saldar porque los clientes, acuciados por el desempleo, se han quedado sin dinero.

Si la primera oleada de la crisis vino de la mano de las hipotecas que no se pudieron recuperar, la segunda, muy extendida, va a ser ésta, el tsunami de las tarjetas.

Y lo grave es que mientras las hipotecas subprime sólo afectaron a España a través de los activos financieros contaminados y de la dudosa praxis de algunas entidades poco conservadoras, en el tema de las tarjetas hubo una verdadera fiebre bancaria que permitía casi a cualquiera hacerse con una tarjeta-préstamo de hasta 6.000 euros presentando sólo un documento de identidad. La trampa: unos tipos de interés de alrededor del 20%.

Las entidades bancarias han repartido con tanta discrecionalidad las tarjetas que, en ocasiones, los vendedores abordaban a los clientes en plena calle o en un centro comercial. De esa manera, es imposible garantizar la solvencia de esos futuros pagadores porque no se tiene datos de ellos y, los pocos que dan, muchas veces ni se comprueban. Las tarjetas no estaban sustentadas por una nómina o una cuenta saneada. Y, sin embargo, el cliente disponía de un crédito instantáneo.

Álvaro Chico, director de una sucursal del Santander, explica que el problema de las tarjetas es que se sabe poco de sus usuarios. Aunque miden los riesgos, se entregan con menos cautelas de las aplicadas en la concesión de una hipoteca o un préstamo personal.

Es lo que el profesor de la Escuela de Negocios del CEU Luis Reverte, autor de varias obras sobre la morosidad, llama “clientes sin rostro”. La entidad que concede el crédito casi no sabe nada de ellos.

Más aún, como recuerda Roberto Serrano, de la Unión de Consumidores de España, en los últimos años ha sido muy frecuente que se concedieran tarjetas de crédito que el cliente ni siquiera había solicitado.

Llegaban al domicilio como preconcedidas, a falta de una firma o de una simple llamada telefónica. E incluso antes de que se hiciera, el banco empezaba a cobrar las comisiones con las dificultades que entrañaba cualquier tipo de reclamación.

Todos estos créditos concedidos casi sin vigilar las condiciones del usuario entrañan varios peligros. El primero, según Reverte, es que este tipo de deudas son las últimas que se pagan.

Los españoles -no las empresas- somos, en general, buenos pagadores. Y los morosos lo son cuando ya no tienen ni para comer. Pero su pirámide de prioridades está encabezada por el pago de la hipoteca, después están las letras del coche y sólo en último lugar, los préstamos al consumo.

Para Álvaro Chico, detrás de las tarjetas de crédito hay una forma encubierta de refinanciación. Pero el cliente pocas veces es consciente de los altos intereses que tiene que pagar porque, en un principio, no solicitó la tarjeta como un préstamo a plazos sino como una forma de crédito puntual al que creía poder hacer frente el mes siguiente.

Más información en la revista Época.

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