(PD).- Las violentas protestas de trabajadores ante la sede de la Asamblea de Madrid constituyen un episodio que no debería menospreciarse como coyuntural o aislado. Se trata de una muestra sintomática del acoso obsesivo y cada día más antidemocrático de sectores de izquierda contra Esperanza Aguirre y, en general, de la estrategia de convertir alPartido Popular en el chivo expiatorio de la crisis económica, la destrucción masiva de empleo y el rechazo mayoritario a la gestión del Gobierno Zapatero.
Sólo en este contexto de pura y simple algarada tiene explicación el hecho de que, azuzados por los sindicatos, unos cientos de trabajadores afectados por expedientes de regulación de empleo se concentren ante la Asamblea madrileña y lancen objetos contra su sede mientras en su interior se celebraba un pleno.
España es el único país de Europa en que los sindicatos mayoritarios se manifiestan por la crisis contra la oposición, y no contra el Gobierno.
Más inexplicable es que, si salen a la calle, como el pasado 1 de mayo, no lo hagan para denunciar la responsabilidad política del Gobierno con la tasa de paro más alta de la Unión Europea, sino para cargar contra el PP.
El sindicalismo español debe ser consciente de estar actuando como terminal del PSOE, con un claro propósito conjunto de impedir que la crisis económica pase factura electoral al Gobierno socialista.
Como subraya ABC en su editorial, para lograr este objetivo los sindicatos mayoritarios no dudan en pervertir su función representativa y de defensa de los trabajadores y en manipular los sentimientos de los desempleados, mientras se mantiene intacta su financiación pública.
Además, es un despropósito que se obcequen en atacar al Gobierno de una comunidad autónoma que, como Madrid, tiene una tasa de paro cuatro puntos por debajo de la media nacional. Con este rasero, ¿qué deberían hacer entonces los sindicatos en aquellas autonomías gobernadas por el PSOE donde la tasa de desempleo supera de forma endémica el 20 por ciento?
La convergencia de esta táctica de agitación sindical con los intereses electorales del PSOE -ahí está la cita de las elecciones europeas- es cada día más patente y el riesgo es que se incremente a medida que se agrave la crisis.
Ante el debate sobre el Estado de la Nación y los comicios europeos, a la izquierda le viene bien que la tensión social, aunque esté teledirigida, cargue contra la derecha. Rodríguez Zapatero pidió «cariño» a UGT, pero lo que la clase sindical le está dando es mucho más. Es el encubrimiento del fracaso político del Gobierno ante los insuficientes, por no decir nulos, resultados de sus medidas de estímulo del empleo.
En justa correspondencia, los diputados del PSOE en la Asamblea de Madrid abandonaron el pleno que estaba siendo boicoteado con insultos y amenazas por parte de trabajadores invitados al acto.
Los parlamentarios socialistas exhibieron así su predisposición a instaurar la bronca extraparlamentaria como método de oposición a un gobierno autonómico al que se ven incapaces de doblegar en las urnas.
Si esta tentación extremista se convierte en hábito, el PSOE contraerá una responsabilidad directa por la degradación del sistema democrático y hará evidente su doble rasero moral cada vez que reclame al PP que «arrime el hombro», mientras secunda o disculpa, según convenga, actos de coacción contra este partido, algo inadmisible en una sociedad moderna.