LOS TRABAJADORES POR CUENTA PROPIA SUPONEN EL 30% DEL EMPLEO CREADO EN 2014

La difícil decisión de ser autónomo: pros y contras

Es la forma más rápida y barata de iniciar una actividad, pero también implica una gran responsabilidad

La difícil decisión de ser autónomo: pros y contras
Empresas, autónomos, cuentas. PD.

Para muchas personas, ser autónomo es una necesidad, es la única forma de salir del paro haciendo lo que uno sabe hacer. Pero para otra gente es la forma de entrar en el mercado laboral mediante la creación de su propia empresa. Así se aprovechan las oportunidades que están abriendo la hiperconectividad y la economía digital para quienes tienen espíritu emprendedor y capacidad, o imaginación, para ofrecer bienes, servicios o trabajo en los nuevos ámbitos laborales que está abriendo la red.

El trabajo como autónomo, de hecho, está siendo uno de los grandes protagonistas del empleo que se está creando en los últimos años. De hecho, de los 300.000 nuevos cotizantes que registra la Seguridad Social en lo que llevamos de ejercicio, 92.000 están relacionados con las actividades de los autónomos, prácticamente el 30% del total del empleo generado. En la actualidad, los autónomos suman tres millones de personas y previsiblemente su cifra irá en aumento, tanto como alternativa al paro como por ser una forma de que las personas con iniciativa puedan dedicarse, de una u otra forma, al emprendimiento.

Convertirse en autónomo es una decisión que conviene madurar, porque conlleva una gran responsabilidad. Y no hay que olvidar que aunque las ventajas son numerosas, también existen desventajas, sin olvidar que, en todo lo que tiene que ver con el emprendimiento, el éxito nunca está garantizado. Por eso es recomendable reflexionar en profundidad sobre los pros y los contras de hacerse autónomo, valorar la capacidad de uno mismo para afrontar los inconvenientes y adversidades que puedan surgir en el desarrollo de la actividad y planificar de forma adecuada qué se quiere hacer y cómo llevarlo a cabo, siempre en plazos de tiempo razonables y con los pies sobre la tierra, esto es, calculando bien si la actividad que uno desea emprender de verdad va a ser rentable.

Dicho esto, ser autónomo tiene sus ventajas. De entrada, iniciar la actividad es sencillo. Basta con darse de alta en la Seguridad Social, en el epígrafe que se corresponda con la actividad que se va a desarrollar, y en Hacienda. Los gastos para ser autónomos se reducen a la cuota mensual de 261,84 euros como mínimo (salvo quien se pueda acoger a la tarifa plana de 50 euros) para cotizar por la base mínima, que es de 875,70 euros mensuales. Pero, a diferencia de la creación de una sociedad, no hay que aportar ningún capital inicial, cuyo importe mínimo es de 3.000,6 euros, ni escriturar empresa alguna ante notario ni ante el Registro Mercantil, lo que también supone un coste.

El autónomo puede desgravarse el IVA, con lo que se puede tener un ahorro del 21% en muchos conceptos, como la gasolina o los equipos informáticos. Pero, lo más importante, cuando uno es autónomo se convierte en su propio jefe, lo que le permite establecer sus propios horarios de trabajo, sus objetivos profesionales y personales, como conciliar la vida laboral con la familiar, y gestionar su actividad como uno quiera. Es una buena forma de poder desarrollar las ideas que tiene cada uno.

Ahora bien, cuando se va a tomar la decisión de convertirse en autónomo también hay que sopesar de forma adecuada los inconvenientes, que los hay. En primer lugar, un trabajador por cuenta ajena no experimenta incertidumbre alguna en cuanto a sus ingresos: si la empresa no va mal, todos los meses sabe cuándo y cuánto va a cobrar, tiene pagas extras y disfruta de vacaciones pagadas. El autónomo, en cambio, debe trabajar para obtener su renta y cubrir sus gastos, las vacaciones son siempre a costa de dejar de ingresar dinero y nunca sabe cuáles van a ser las ganancias del mes.

El trabajador autónomo también debe tener una gran disciplina. Puede establecer sus horarios, pero su actividad puede exigirle largas jornadas laborales e, incluso, trabajar en fines de semana para cumplir los plazos acordados con los clientes.

En cuanto a la presión fiscal, si las cosas van bien, los impuestos que paga un autónomo pueden ser más altos que los que paga una empresa. La empresa cotiza por el Impuesto de Sociedades, que es de tipo fijo, mientras que el autónomo lo hace por el IRPF, que es un impuesto progresivo, esto es, que aplica tipos impositivos más elevados cuanto mayores son los ingresos.

Por último, en caso de fracaso, la responsabilidad del autónomo es mayor que la de la empresa. Éste tendría que responder con todo su patrimonio frente a sus acreedores, mientras que la responsabilidad de la empresa se limita al dinero que hayan aportado los socios.

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Autor

Emilio González

Emilio González, profesor de economía española, europea y mundial en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid.

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