Decía Tzun Tzu en su ya manida -pero siempre interesante- obra “El arte de la guerra” que “Si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer el resultado de un ciento de batallas”, y esta sentencia podría ser perfectamente aplicable a las actuaciones que está llevando el presidente de los EEUU, Donald Trump, en su guerra comercial con el gigante asiático.
Es evidente que una ruptura total de las negociaciones entre ambos países desembocaría en una ralentización económica global, en la que sólo algunos países, entre ellos India, podrían salir beneficiados; pero una cosa está clara, ni China ni USA serían beneficiarios de una ruptura total, pues ambas economías están íntimamente vinculadas en materia de importación y exportación.
El pasado 13 de mayo, el presidente norteamericano, en otro más de sus muchos prontos matutinos que parece ser le hacen desfogar vía Twitter las noches de sequía con Melania, tuiteó lo siguiente: «muchas empresas abandonarán China por Vietnam y otros países similares en Asia. No quedará nadie en China con el que hacer negocios. ¡Muy mal para China, muy bueno para Estados Unidos!»
No me cabe duda de que las pretensiones de Trump con ese tipo de declaraciones es obligar a China a retomar la senda de negociaciones de cara a poder aclarar y mejorar asuntos comerciales más amplios de los que se ha mostrado dispuesto hasta ahora, entre ellos, y de manera principal, la amenaza global que supone para las economías occidentales la falta de control por parte de las autoridades chinas de las leyes antiplagio y de propiedad industrial.
¿Interesa realmente a Trump mantener a largo plazo esta tensión?, es evidente que NO, consideramos que en algún momento tendrá que negociar y llegar a algún tipo de acuerdo, pues recordemos que China es, ni más ni menos, que propietaria de casi el 20% de la Deuda Pública norteamericana, es decir, es el mayor prestamista del país americano, lo que no deja de ser un elemento a tener muy en cuenta por el presidente americano a la hora de gestionar sus apuestas. Asimismo, la industria tecnológica americana es hiperdependiente de la importación desde China de los que comúnmente se llaman “minerales raros” para la fabricación de componentes hardware.
En resumen, lo que pretende el presidente americano, es apostar fuerte a corto plazo para forzar unas negociaciones que puedan desembocar en un acuerdo en materia de propiedad intelectual y competencia comercial y, no menos importante y también en el corto plazo, mejorar la tasa de déficit comercial con China, cosa que parece ya está consiguiendo al haberla reducido en el último mes un 16%.
Por tanto, tanto uno como otro, están destinados a entenderse por el bien de ambas economías, al ser dependientes el uno del otro en materia de exportaciones, y porque un terremoto económico global no beneficiaría a nadie en el largo plazo, teniendo en cuenta que la economía china, a pesar de seguir fuerte ya nota síntomas de agotamiento y que el presidente americano se enfrenta a elecciones presidenciales el próximo año.