La guerra comercial entre Estados Unidos y China, marcada por políticas arancelarias y restricciones comerciales, ha contribuido al aumento de la inflación.
Los aranceles incrementan los costes de importación, que a la vez que son trasladados a los consumidores con subidas de precios. Esta dinámica afecta a varios sectores, desde tecnología hasta bienes de consumo, impactando directamente en el coste de la vida de los ciudadanos.
La inflación resultante de esta disputa comercial implica que los productos importados son más caros, lo que reduce el poder adquisitivo de los consumidores. Esto significa que el dinero cunde menos, ya que los precios de los bienes y servicios aumentan.
Las empresas también se ven afectadas por mayores costes de producción, lo que puede llevar a una menor inversión y crecimiento económico.
Además, los mercados financieros se ven afectados por la incertidumbre creada por la guerra comercial, lo que puede provocar volatilidad en los precios de las acciones y otros activos.
Para los consumidores, esto puede traducirse en una menor confianza en la economía y una tendencia a gastar menos, lo que podría ralentizar aún más el crecimiento económico.