Felipe apela a la quimioterapia de los "Pactos de La Moncloa"

A la izquierda no le molesta que nos intervengan sino quiénes nos intervienen

Resulta difícil negar que "¡algo huele a podrido en España!

Se oía la voz de Cayo Lara, poseído por ese yo agricultor obsesionado desde joven con recoger cosechas, sembrando semillas de miedo en esta España en barbecho: ¡estamos intervenidos!

¿Acaso no consiste en eso el comunismo, camarada? Lo que jode en Izquierda Unida, Izquierda Plural o como se llame la cosa, es que nos intervengan la Merkel o Bruselas, en vez de que los españoles estemos intervenidos por el Comité Central del partido.

A Cayo Lara, Llamazares, Valderas, camaradas de esos que se ganan bien la vida ofreciendo «un mundo feliz» a tantos españoles desesperados, nos les molesta la intervención en sí misma, oscuro objeto del deseo que llevan en sus genes ideológicos, sino quiénes son los interventores.

Van poniendo picas en Flandes, en Asturias, en Andalucía, colándose por la puerta de atrás de la democracia aritmética. Pero la materia prima que manipulan, o sea, el pueblo llano, ni quiere estar intervenido pro Bruselas, ni quiere estar intervenido por ellos ¡A ver si caen de una vez de la burra estos chicos camuflados de verdes!

Llegaba también el eco de Rosa Díez intentando obtener ganancia de pescadores en aguas revueltas. Sonaban aplausos en el Hemiciclo del Congreso, plas, plas, plas, mientras Rajoy y Rubalcaba se ofrecían cortésmente una tregua cutre, pacata y en esa tierra de todos y de nadie a la que llamamos Europa. Y pasaban Durán y Erkoreka talmente acojonados tras haberle visto las orejas al lobo de la prima de riesgo y los intereses de la deuda soberana.

Una Soraya, la Rodríguez, seguía jugando al mus y envidaba sin cartas a la Comisión de Investigación de Bankia. Y su tocaya conservadora, la Santamaría (sin la Niña y sin la Pinta) salía disparada a la otra orilla del Atlántico a intentar descubrir, otra vez, las Américas del Norte.

El «síndrome de china» económico

Este era este 30 de mayo de 2012 el panorama de una España que se acostaba angustiada por el «síndrome de China» económico; con los indicadores sobrepasando las líneas rojas que a alertan de peligro inminente; con las alarmas sonando por los cuatro puntos cardinales; con De Guindos recitando el monólogo de Hamlet, ¿ser o no ser?, en un Berlín que empieza a decantarse más por la segunda de las hipótesis de la inmortal reflexión de Shakespeare.

Resulta cada día más difícil negar que «¡algo huele a podrido en España! Ni siquiera Felipe González ha podido disimularlo mientras le concedían el título de hijo predilecto de Sevilla. Ante el primer micrófono y a la primera oportunidad, declaró el estado de emergencia nacional, apeló al espíritu de los prehistóricos «Pactos de La Moncloa» y convocó a izquierdas y derechas, progres y conservatas, empresarios y trabajadores, autonomistas, independentistas y demás especies nacionales, a dejar de mirarse a sus ombligos.

El orden de los factores puede alterar el producto

Nunca, como en esta ocasión, el orden de los factores puede alterar el producto. No es lo mismo ser Popular español que español Popular; no es el momento de ser socialista español, sino español socialista; es un suicidio mantener la prioridad identitaria de ser un catalán, un vasco, en España, y no conceder una pequeña tregua histórica y sentirse español en Cataluña o en el País Vasco; es un sarcasmo declarase empresario o trabajado español, en vez de declarase español empresario o trabajador. A no ser que los españoles se hayan resignado a redactar el epitafio final: «Aquí yace España. Todos juntos la mataron y ella sola se murió»

El único problema de los «Pactos de la Moncloa» que intenta bajar del desván Isidoro, es que resulta muy difícil descubrir Adolfos, Cavo Sotelos, Carrillos, Tierno Galvanes, Triginers, Reventós, Ajuriaguerras, Rocas, Fragas, entre la fauna política española que, acción a acción u omisión a omisión, se ha ido ganando a pulso un célebre calificativo que se le atribuye al Conde de Romanones: «¡qué tropa, joder, que tropa! (1)

(1).- Romanones hacía referencia a insignes miembros de la Real Academia, que le habían prometido solemnemente respaldo unánime para su ingreso, al enterarse de que no había obtenido ni un solo voto.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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