Ya lo dice el refranero gallego: “Por San Xoán, a sardiña molla o pan”.
No es casualidad que consumamos sardinas y a manta en esta fecha.
Su época de pesca por antonomasia es de mayo a octubre.
Este pez se alimenta de plancton, muy abundante en este periodo, por lo que acumula gran cantidad de grasa que potencia su sabor.
La sardina es un pescado con una larga historia.
Tuvo un papel fundamental en la dieta española en el siglo XVIII, ya que tras el Tratado de Utrecht (1713-1715) se produjo el cierre de los caladeros de bacalao del norte de Europa y la sardina se convirtió –gracias a la salazón– en el elemento esencial para dar respuesta a la fuerte demanda del mercado –en esa época en España existían más de 150 días anuales de abstinencia de carne por cuestiones religiosas–.
Desde el punto de vista nutricional, el pescado suele clasificarse como blanco o azul en función de su contenido de grasa.
El pescado azul tiene una proporción de grasa entre los músculos superior al 5-6 %.
Algunos ejemplos son la sardina, la caballa, el jurel y el atún.
Además de estos lípidos, el pescado azul también contiene péptidos (moléculas formadas por la unión de varios aminoácidos).
La acción combinada de estos compuestos bioactivos presenta propiedades beneficiosas para la salud, como la antioxidación, la antiinfección y la antihipertensión.
Estas sustancias pueden afectar positivamente al sistema inmunológico y a combatir la hipertensión, la obesidad y la diabetes.
La presencia del pescado en nuestra dieta es uno de los factores clave en la esperanza de vida.
En el año 2019, España ocupaba la sexta posición mundial en esperanza de vida al nacer con 83,8 años, una cifra que superaba a la media de la UE en 2,5 años y al promedio mundial en casi 10 años.
Y mucho gracias a la humilde sardina.
Así que… ya saben.