Sucesos

La justicia duda cómo castigar al anciano ‘rayacoches’ de Vigo: Multa millonaria y hasta cárcel

La justicia duda cómo castigar al anciano 'rayacoches' de Vigo: Multa millonaria y hasta cárcel
Anciano EE

Uno de los casos más singulares del los últimos tiempos. La posible responsabilidad civil o penal del ya denominado anciano rayacoches de Vigo (Galicia) todavía es una incógnita por resolver. Su historial delictivo suma más de 1.000 víctimas, entiéndase esta denominación por el millar de vehículos que este jubilado de 79 años se ha dedicado a destrozar, navaja y punzón en mano, en poco más de un año en los barrios olívicos de O Calvario y A Doblada, según recoge Enrique Recio en El Español.

Las andanzas de José Antonio Vázquez Vázquez, que fue pillado in fraganti y posteriormente detenido por la Policía el pasado jueves, han sumido a todos los vecinos de la zona en una situación de hartazgo e impotencia después de haber interpuesto numerosas denuncias al anciano y ver que, tras las mismas, este jubilado seguía cometiendo de manera impune tales fechorías.

Tal era la situación desesperada del vecindario por atraparle, que los vecinos de O Calvario y A Doblada llegaron a colocar carteles de «se busca» con la imagen de José Antonio.

Era escurridizo. Vázquez tenía pendiente una denuncia por un delito de daños, que ya se tramitó, y por la que debía haberse celebrado un juicio rápido el pasado diciembre. Sin embargo, la causa nunca tuvo lugar porque José Antonio nunca se presentó. Tras lo que se dictó una orden de busca y captura.

Fueron los agentes, finalmente, quienes identificaron a este anciano hace unos días y tramitaron la última denuncia por daños, interpuesta por otro vecino. El 7 de febrero, el Juzgado de lo Penal número 1 de Vigo ordenó su detención inmediata. La Fiscalía le pedía 16.200 euros en concepto de todos los daños que había provocado. Si bien, la realidad es que, en total, el coste de los perjuicios que ha causado este anciano podría ascender a 500.000 euros, según informaron fuentes policiales a este periódico.

El día siguiente de su detención, este mismo juzgado acordó su puesta en libertad y lo derivó al Juzgado de Familia, que a su vez, lo envió al Hospital Álvaro Cunqueiro para una evolución psiquiátrica y valorar su situación de vulnerabilidad y capacidad para vivir solo, con vistas a su posible internamiento en una residencia. Sin pronunciarse más allá sobre los posibles delitos que se le podrían imputar o la responsabilidad que se le puede pedir. Según han informado fuentes jurídicas a EL ESPAÑOL, desde el pasado viernes, cuando quedó libre y en manos del otro juzgado, todavía no se ha esclarecido qué es lo que va a pasar con este anciano.

Lo cierto es que José Antonio Vázquez ya fue evaluado el pasado año por especialistas que aseguraron que este jubilado no tenía ningún tipo de trastorno mental -tal y como pensaban algunos de sus vecinos afectados-, sino que simplemente se estaba portando mal, y por tanto no vieron necesario su internamiento psiquiátrico en ningún centro.

Ahora todo está en manos del Juzgado de Familia, a expensas de la valoración que ha solicitado el Ministerio Público. Pero, según indican fuentes jurídicas a este periódico, teniendo en cuenta las anteriores evaluaciones forenses, es posible que el anciano pueda volver a su casa y, mientras se avanza en su causa, siga cometiendo sabotajes en el barrio.

Estas mismas fuentes jurídicas inciden en que la Fiscalía debería haberse mostrado más tajante con este caso ante la actitud del anciano y reclamarle, por un lado, la totalidad del coste de los daños -unos 500.000 euros- en concepto de responsabilidad civil. Y por otro, imputarle un delito de daños, por el que debería ser condenado a prisión.

La responsabilidad penal no se extingue porque el implicado sea de edad avanzada, insisten estas fuentes, de modo que, si esto último fuera el problema, el fiscal podría pedir prisión atenuada para este jubilado, es decir, un arresto domiciliario. Una situación condenatoria en la que los agentes vigilasen de cerca si José Antonio continúa rayando coches o saboteando cerraduras. En relación a la responsabilidad civil, si el acusado no pudiese afrontarlo, sería preciso, según apunta, que se procediese al embargo de su domicilio.

A juicio de esta abogada, la actitud de este delincuente está clara y persigue el objetivo de dañar al vecindario. Por lo que no tendría sentido dejarle en libertad y permitirle, de algún modo, volver a actuar. En este sentido, de no haber una condena que reparase los daños o impidiese que José Antonio no volviese a sus andanzas, fuentes jurídicas apuntan que lo más adecuado sería que las víctimas, es decir, el mayor número posible de los afectados por daños en coches y cerraduras, se aunasen para interponer una denuncia conjunta, ejercer presión y conseguir una condena que devuelva la tranquilidad a estos barrios de la ciudad de Vigo.

La realidad es que la paz reinaba en estos dos barrios gallegos no hace muchos años. José Antonio saludaba en su portal, sujetaba el ascensor y dejaba pasar incluso cuando te lo encontrabas en una calle estrecha. Pero todo cambió hace una década, según revelan algunos vecinos a Crónica.

Atrás han quedado esos años en los que tenía negocios en México, mucho dinero y una existencia pacífica con sus dos hermanos -y el resto de sus vecinos- en la calle Canario de Vigo, donde vive todavía. Solía viajar normalmente al país en el que había amasado su fortuna, y a su regreso, saludaba con acento. Ahora, los vecinos solo escuchan ese tono cuando se enfada: «¡Hijo de la chingada!».

¿Qué hizo cambiar la actitud de este vecino de O Calvario? A fuerza de buscar explicaciones, los vecinos ven como posible origen de su actitud, ahora violenta, dos acontecimientos. Uno de ellos, según cuenta un vecino, se debe a un accidente de tráfico. «Tuvo un accidente y ya no pudo volver a conducir su Volvo. Desde entonces, daña los coches de los demás, se ve que por enfado por no poder tener uno».

Otro de sus vecinos, dice, por otro lado, que todo lo que está haciendo se debe a su soledad. Desde que regreso de México, vivía con un hermano que tenía una pequeña discapacidad y con una hermana monja, pero todo se truncó cuando ella envejeció, perdió facultades e ingresó en una residencia de ancianos y él falleció. Cuando murió el último de sus hermanos, el carácter de José Antonio ya era «áspero» y «había perdido su capacidad de empatía». Hasta tal punto que una peluquera del barrio recuerda que tuvo a su hermano en casa tres o cuatros días muerto hasta que avisó.

Fuera como fuere, lo cierto es que desde entonces, estos vecinos viven un auténtico calvario y rezan porque José Antonio, de un modo u otro, deje de dañar al barrio.

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